lunes, 29 de octubre de 2007

Milk

Los minutos y su discreto transcurrir.
El silencio sólo cede ante la frenada de algún colectivo o las caídas de mi gata ya vieja.
La hoja sigue en blanco.
Una noche como la de hoy sólo deja margen para las ganas de no estar.
El vaso de leche con hielo que permanece intacto
El olor a calefacción que enfría mi alma.

Me dices que inventaremos algo juntos, algo distinto.
Pero yo ya conozco de cosas especiales que terminan siendo pueriles:
Uniones mentales, lazos espirituales, búsquedas metafísicas...
Hay momentos en los que preferiría ser motoquero o peón de estancia.

Quizás debería haberme quedado con la loca de Praga. Casarme y conseguir la doble ciudadanía. Tomar clases de checo y entrar en uno de esos planes del gobierno para extranjeros residentes. Te dan un trabajo decente y seguro social. Hasta me hubiera quedado tiempo libre para escribir. Luego recorrer parte de Europa, con el tren es fácil y rápido: Florencia, Atenas y Madrid en tan sólo un par de semanas.

Ver las fotos, escuchar aquellas canciones , no lo puedo evitar.
Cabo mi fosa y le echo querosén. Acaso alguien me lo puede reprochar?
Voy a buscar más hielo para la leche sólo como para hacer algo. Sé que nunca la voy a tomar.
Me entristece pensar cuántas noches como ésta me esperan.
Como me gustaría que me rasques la espalda o me hagas masajes.

Salgo a la calle a tomar aire. Después de años empiezo a llorar. Primero lo hago lenta y solapadamente. Tras unos minutos estalla el llanto y mi cara es un festival de lágrimas fuera de control. Me tiro en la vereda cerca de la esquina y empiezo a patalear, grito, insulto, me golpeo y sigo llorando. Percibo que alguna gente que camina por allí aminora el paso o se detiene para no perderse la escena. Pero no me importa y empiezo a dar vueltas carnero, la espalda me duele y me golpeo la cabeza una y otra vez, siento como las lágrimas de mi cara se entremezclan con la transpiración. Alguien intercede, me quiere detener y lo hace con fuerza pero no lo logra. Sigo dando vueltas y más vueltas hasta que me mareo, me mareo tanto que me desmayo: me quedo tirado inmóvil largo rato.
Cuando por fin logro levantarme veo mis piernas todas raspadas y un grupito de personas que me mira pero rápidamente se dispersa cuando me pongo de pie y las insulto.
Siento todo el peso del cuerpo que me duele.
Trato de caminar normalmente pero lo hago en zigzag como si estuviera borracho.
Ahora no estoy triste, no tengo ganas de escribir y la espalda me molesta terriblemente, tanto que ni siquiera me gustaría que me hagas masajes. Ahora ya no me preocupa que estés lejos, no te extraño, no te reclamo, no te pido nada más.
Hay momentos en los que preferiría ser motoquero o peón de estancia. O marionetista.

martes, 16 de octubre de 2007

Carta al hermano que vendrá


A mi futuro ladero y compañero de vida:

Hermano mío , que como yo no eres fruto del deseo sino de la desidia, a vos te quiero escribir.
Tristán han de llamarte madre y padre pero yo me ocuparé de que el resto te conozca como Thales, Thales de Mileto: sonoridad impecable.
A tu cuerpito huesudo que apenas se mueve en la cuna y a tu alma aún límpida le dirijo estas frases. A vos querido mío, que junto a mí sufrirás la impotencia de ser maltratado más de la cuenta cuando la cosecha sea magra. Que sentirás la impotencia cuando más por cansancio que por torpeza rompas una rueda del carro de padre.
Sin embargo, no sufrirás la soledad propia de la desatención cuando los picos de fiebre no te dejen dormir y por ser la época de siembra tu madre ya haya partido hacia el otro lado del valle. Pero tu suerte no correrá el riesgo que sufrió la mía. Porque precisamente allí estaré yo, amado mío, colocándote fríos paños de agua sobre tu frente plagada de coloridas pecas.
Te escribo, hermano querido, porque pienso lo mucho que me hubiera servido a mí tener alguien por delante que me explique retazos del vivir. Que me prevenga acerca de cómo el sol azota nuestras espaldas en la curtiembre y la luna nos llena de ese agua interna a la que llaman melancolía. Acerca de por qué padre vuelve por las noches cabizbajo, agresivo y con fuerte aliento.
No tienes una idea de cómo hubiera deseado yo un hermano, padrino o amigo que me enseñe a rotar el cultivo del arroz y me sirva jugo de limón en verano.
¡Yo seré bueno contigo, pequeño crío de nariz aguileña y ojos helénicos! Seré el primero en explicarte cómo colocar la caña en el barro en invierno para que florezca en primavera. Te protegeré durante el arduo pero reconfortante trabajo de todos los días. Disfrutaremos por igual aquellos grandes almuerzos de enteras cacerolas con pollo y arroz acompañados de coloreadas verduras. También habremos de soportar las más difíciles noches, hermano mío, noches frías de alma golpeada que se contenta con la poca mandioca que les sobró a los primos. Pero créeme que te servirá. Comer después de conocer el hambre sabe distinto. Es parecido a ser besado en la oreja por la mujer que amas y tu sí que entenderás de amores, mi querido Thales. Thales de Mileto: sonoridad impecable.
Ya te contaré del odio escondido entre las frazadas polvorientas de madre y padre, de cómo un sapo puede ser útil para combatir la plaga de los cascarudos y como ofrendar a la pachamama en su justa medida para no ofenderla como suelen hacerlo los campesinos analfabetos con homenajes ridículos.
Una vez que padre muera, seré yo quien me encargue del rancho, lo convertiré en estancia y luego la comarca será nuestra. Y en ese momento, oh hermano mío, dejaré que puedas compensarme por lo brindado. Será sólo entonces cuando cabalgaremos a la par por las verdes praderas. Serás mi sexto sentido y mi protector, hablarás con los campesinos y también con las víboras. No te preocupes, podrás manejarlo ya habrás comprendido para aquel momento el arte de la persuasión conservando siempre el respeto y los buenos modales.
Por ello hermano, te escribo estas líneas, para que sepas que nunca permitiré mientras yo viva en esta comarca que algo te lastime. Por ello, bendita alma gemela, es porque te escribo.
Además de porque disfruto al escribir, mi querido Thales. Thales de Mileto: sonoridad impecable.

domingo, 7 de octubre de 2007

Viaje diplomático


Hay pocas cosas peores que tomar un avión con fiebre. Con mucha fiebre. 39 grados.
Cuando se está obligado a volar en esas circunstancias físicas, el avión en sí mismo se vuelve un mundo tortuoso e indescifrable
Si a ello le sumamos que el hombre viaja a Líbano en una misión tan irrealizable como intrascendente, la cosa se pone cada vez peor. El asunto asume un cariz aún más desesperante tras un par de turbulencias. Por otra parte, viajar en compañía de un contingente de cuarenta adolescentes excitados tampoco ayuda demasiado. La amarga sensación de que el final de la historia está ya escrito completa un panorama poco alentador.
El funcionario mira por la ventanilla y alcanza a ver parte de la estructura del avión cuando titilan las luces. Esto ocurre en intervalos de cinco segundos. Durante ese instante también es posible ver las estrellas. Supone que si no estuviese tan enfermo sabría apreciar aquel momento.
Está abstraído, juega a sintetizar su misión en una frase y cree lograrlo: “ básicamente todo depende de cómo logre plantearle la cuestión al embajador.”
Quizás la pastilla esté comenzando a actuar, el cuerpo le duele cada vez menos y ya no siente constantes escalofríos. El cansancio farmacológico empieza a vencerlo, los ojos se le cierran. Un sueño inquietante, en la antesala de la pesadilla: una ruta interminable y un auto, no hay paisaje, por las ventanillas tan sólo se ve un telón blanco, como un tejido a base de leche materna. Aunque quiere observarlo fijamente no lo logra porque la cabeza no le responde, no puede girarla. Pero la leche materna sabe bien.
Despierta sobresaltado: el contingente de adolescentes canta enfervorizado. El cuello le duele mucho, vaya a saber cuánto tiempo estuvo durmiendo en esa posición tan ridícula.
Se quejará al ministro por este vuelo, es inaceptable que un delegado del gobierno viaje en esas condiciones. Pero rápidamente se cuestiona si estando bien de salud, el vuelo le parecería tan martirizador. Se siente atontado por la fiebre y descubre que los ruidos resuenan distinto a lo habitual, como con efecto reverberante. Le parece una sensación interesante y decide escribirla en una libretita. Es más, lo comentará con el Dr Sarraguez al regreso del viaje, si es que regresa, claro. Asumir la posibilidad de la muerte por más pequeña que sea es también la esencia de este periplo. Ya es hora de dejar de hacerse el distraido.
Es cierto que las garantías internacionales están dadas y el protocolo de confidencialidad está aprobado por reunión conjunta de los gabinetes de ambos países. Pero siempre está la posibilidad de que la información caiga en manos equivocadas, mucho más en tiempos de guerra como los que asoman.
En el famoso caso del ingeniero inglés estaban dadas las mismas garantías y el final es conocido por todos. Es cierto que aquel caso tuvo otros agregados como la intervención de la guerrilla separatista aplicando por primera vez la política de tomar rehenes civiles. De todas maneras fue una clara demostración de la poca capacidad de articular que tienen los organismos internacionales en países que no suscriben a los pactos. Siente un escalofrío en la planta del pie.
Aparte el ingeniero inglés estaba un poco loco. Mucho se habló de su esoterismo adquirido cuando habitó junto a tribus aborígenes en el sur de Níger. Su caso era sustancialmente distinto al del ingeniero. No quedaban dudas de eso. Aún así la muerte acechaba como una rata en busca de restos de comida.
Se percató de que su cuerpo estaba enteramente transpirado. En media hora el avión haría escala en Madrid. Tan sólo cinco horas después llegará a su destino final