lunes, 1 de agosto de 2011

Formas de Volver a Casa

“ de pronto primó ese clima pesado en que sólo es posible conversar sobre la tardanza de la comida” ( página 24) [1]
Soy un ferviente militante en contra de las excursiones con agencia. De esas que te llevan durante todo el día en una trafic sin ventanas que se puedan abrir y te hacen pasear con un grupo de personas tan insufrible como heterogéneo bajo el mando de un guía que grita por el micrófono cada vez que te estás por quedar dormido. A pesar de ello, entendí que no quedaba otra que someterme si es que quería hacer eso que ahora en Mendoza han bautizado “ Ruta del Vino”. Bajo este nombre cinematográfico se realiza un recorrido que consiste en visitar un par de bodegas para poder tomar la mayor cantidad posible. Sin embargo resulta ésta una tarea difícil porque obviamente los empleados están entrenados para servir dosis particularmente bajas de bebida.
Entre los momentos más disfrutados de mi infancia, están sin dudas los campamentos del primario. De ellos tengo tres recuerdos concretos.
El primero y más nítido es el relato de una instructora mientras cenamos en una gran ronda: ella debe ser bastante más chica de lo que yo soy ahora y me cuenta que tiene una amiga que cada vez que come, elige primero tragar lo más rico dejando la parte más fea para el final porque tiene miedo que pase algo que le impida dar el mejor bocado. Me sigue explicando y como soy un nene me da un ejemplo para clarificar. Yo ya entendí pero la dejo seguir porque me encanta escucharla hablar: “mi amiga come primero la milanesa a la napolitana entera y deja toda la ensalada de tomate para el final ” Me dan ganas de preguntarle o por lo menos me dan ganas ahora que rememoro el momento de saber si el miedo que tenía su compañera era que se vaya a realizar en un su comedor un operativo de las FARC o qué. Me acuerdo exactamente de las palabras que usó la instructora para contarme la anécdota, tengo patente también su cara que tenía un lunar muy grande en la cara por debajo de uno de los ojos y que si bien no me parecía muy linda igual me gustaba. Ese mismo día me enseñó a lavar los platos con tierra así que me ahorré la cola y también mojarme con esa agua fría que sale de las canillas de los campings.
El segundo tiene que ver con un olor. Esa mezcla que se genera a partir de la combinación entre mate cocido y el cacharro de porcelana. Como éste último tiene la boca ancha, cuando te lo acercás a la boca para tomar no queda otra que quede la nariz medio incluída en el vaso y se te llena todo de ese aroma peculiar y agradable.
El tercero es el más profundo y el que precisamente devino en olvido por largo tiempo. Existía en estos campamentos el personaje emblemático ( ni principal ni secundario, simplemente emblemático) de la cocinera cuyo apodo “gordi” daba fiel cuenta de la voluminosidad de su figura interminable. No era una mujer de hablar demasiado, de hecho no creo haber conversado con ella nunca pero sí acercarme a la zona de ollas gigantes un ratito antes del desayuno para manguearle alguna puntita de pan con dulce de leche
Pero había una situación que se daba todos los años en el fogón final. En un momento, la cocinera se acercaba y cantaba una canción. Una sola pieza con voz gruesa y sufrida para luego retirarse. Una melodía inolvidable que me ponía los pelos de punta. La escuchaba una sola vez por año en ese fogón y era un momento increíble.
En algún momento de mi adolescencia busqué en google la parte de la canción que me acordaba “ virgen de la carretilla, patrona de los…” pero no me salió nada y así fue como al no tener correlato informatico el recuerdo se desvaneció sin pena ni gloria.
El regreso sólo se produjo la semana pasada mientras la trafic volvía de la “ruta del vino” y una vieja muy pesada de esas que no interpretan que parte de la gracia de las vacaciones es también bajar el nivel de hinchapelotas que se es habitualmente en la vida cotidiana insistió en que a ella le habían vendido la excursión incluyendo una visita a una chocolatería. El guía midió un poco pero rápidamente se dio cuenta que era una de esas viejas capaces de hacerle perder el laburo y tras hacer una consulta vía handy con la agencia miró al grupo que estaba cagado de frío y con más ganas de terminar la excursión que otra cosa para comunicarle que íbamos a ir todos a la chocolatería, agregó que aparte teníamos suerte bueno porque además era licorerería. Nadie festejó ni tampoco se quejó salvo una pareja que tenía boleta de micro para las once y que como de todas maneras llegaban con comodidad a la terminal, acabaron aceptando.
Ya era de noche cuando llegamos al establecimiento donde un pelado apenas gracioso que aparentemente era el dueño y había ganado varios títulos de incheckebale aval como la “mención de honor al whisky de fabricación artesanal anual” nos fue explicando los productos que vendía. Después probamos una bebida que se llama absenta que tiene setenta y cinco por ciento de alcohol y el tour terminó cuando el pelado se jactó de ser el único con licencia para producirla en latinoamérica porque su abuelo no se qué historia había tenido en una fábrica hacía cien años. A la salida, cuando las ganas de matar a la vieja se me confundían con las de refutar al pelado pero sobre todo con el sueño que tenía por estar durmiendo realmente poco hacía varios días, pude ver un cartel al costado de la ruta que indicaba el camino hacia la iglesia “ Virgen de la Varrodilla, Patrona de los Viñedos” y ahí entendí cómo mi recuerdo errado había reemplazado la “ carrodilla” por “ carretilla”. Horas después percibí mientras me emborrachaba con unas australianas en el hostel y un amigo me llamaba desde Buenos Aires para pedirme ayuda porque al hermano de su mujer lo habían baleado en una tentativa de robo, cómo esa helada noche de Mendoza terminaba por cerrar ciertos círculos de mi infancia. [2]
Hay cosas que pasan sólo porque al otro día te tomás un micro.
Tengo quince horas para regresar a Buenos Aires y pensar un poco. Lo primero que hago como siempre que finaliza un viaje es recriminarme lo poco que leí. Apenas terminé
“ Cicatrices” de Saer, un libro que arranca bárbaro y después baja un poco el nivel sin llegar a ser malo. Entonces abro la mochila y hojeo el último de Zambra. Una fija, ya se que el chileno va a meter su tercer gol al ángulo. Lo empiezo a leer.
Hay diferentes formas de volver a casa. Es la primera vez que vuelvo de un viaje y no voy a la casa que ahora se llama casa de mis viejos porque T. me prohibió llamarla “Echeverría”. En una época me gustaba más viajar en micro, sentía que de golpe me volvía una persona de lo más interesante, que todos me observaban leer, escuchar música y se imaginaban cosas de mí. Hoy por hoy no me pega ni una imagen pero por lo menos da tiempo para pensar.
El reparto de asientos es una lotería, aparte saqué servicio semi cama lo que implica que a quien tenga al lado prácticamente va a viajar prácticamente abrazándome. Curiosamente, la unidad se llena en su totalidad salvo el asiento que está al lado mío lo que me pone muy contento porque se sabe que las posibilidades de una chica linda son mínimas y las de una gorda fea, altísimas. Ese asiento libre es un negoción acá y en China.
Sin embargo la alegría es efímera porque en San Luis se produce un recambio: se bajan algunos y sólo sube gente desagradable. Ni bien la veo subir se que la gorda es la que tiene el asiento de al lado mío, lo noto en sus ojos de búsqueda y me porto como un imbécil cuando me saluda y yo no le respondo sino que apenas muevo mi cuerpo para que su interminable humanidad pase para ser depositada al lado de la ventana. La mujer se pone a saludar a un nene que la está despidiendo y repite como diez minutos seguidos “ chau ” en distintos tonos de voz y en el medio hace comentarios retóricos “ mirá como mueve la manito y saluda , qué gracioso” que sólo son retóricos porque yo no tengo la menor intención de seguirle el juego y el tipo que está atrás nuestro tampoco. Trato de volver al libro que arrancó perfecto pero siento que estoy de malhumor como para disfrutarlo y que es mucho mejor esperar a que se apaguen las luces principales del micro para que estén todos durmiendo y poder leerlo con más atención. Entonces busco el ipod y lo pongo al máximo cosa de no escuchar lo que sucede a mi alrededor. De pronto me doy cuenta que la gorda ya me había ganado el apoyabrazos, la miro a los ojos por primera vez para demostrarle cierto odio pero sólo logro que sonría y me doy cuenta que tranquilamente podía ser de las que roncan por lo que me concentro en la música que sale de mis auriculares bastante preocupado ante la posibilidad de seguir durmiendo mal incluso en la noche de viaje.
El “shuffle” dispone un disco de Callejeros, lo dejo sonar. Pienso en que antes viajar en micro me gustaba porque me hacía sentir más grande, era la sensación de ser un adulto que se pasea sólo por el mundo lo que me resultaba atractivo. Pocas dudas quedan después de re encontrarme con el himno de la Carrodilla que la infancia quedó definitivamente atrás, por momentos creo que puede haber algo de verdad en los que critican( en general me ha pasado que sobre todo mujeres) a quienes damos demasiada importancia a determinados hechos no tan claros, supongo que preferimos sobreestimar lo simbólico antes de que nos coja de dorapa. La verdad es esa, mejor de más que de menos.
En lo que refiere al paso del tiempo, la noche helada de Mendoza sólo es algo más. Yo me di cuenta que había crecido o mejor dicho que ya era otra etapa cuando empecé a recomendarles libros a mis viejos. Ahora ellos se resignan a decirme que vaya a determinado ciclo de Herzog o Rommer en el Rojas aunque cada vez con menos ahínco. Últimamente sólo se empecinan en decirme que no puedo vivir sin haber visto películas que ellos todavía no vieron ni planean ver.
Cromagnon es para mí, la adolescencia, los dieciocho años. O más aún, es la pre militancia, es todo lo que sucedió antes del kircherismo aún cuando ya gobernaba Nestor. Son esos viajes en micro sintiéndome grande, pensar qué carrera estudiar, leer filosofía sin entender una pija y básicamente esos pedos con vodka barato en Villa Gesell con Callejeros de fondo. Es que en el enero de Cromagnon sonó Callejeros a full, me re contra acuerdo. Sólo después vinieron las historias, los amigos de amigos que se habían muerto, los sobrevivientes con recaídas y el fin del gobierno de Anibal Ibarra pero la continuidad de la puta de su hermana construyendo por abajo. En el boliche cuando sonaba “ Una Nueva Noche Fría en el Barrio” todo estallaba, y no estaba ni bien ni mal pero acordemos que re contra pasaba. Después de Callejeros no hubo ninguna otra gran banda de rock nacional. Cromagnon es a mi gusto todo esto porque no se me murió nadie cercano ni me morí yo. Claro está, me anticipo así a algún planteo de vertiente estilo trosko leninista.
Escucho el sonido del disco “ Presión “ y parece de otra época, no está bien grabado pero la banda suena bárbaro, los pibes eran buenos y nosotros también fuimos buenos a medida que íbamos cumpliendo los diecinueve. De repente empieza a sonar “imposible” y la letra me hace sonreír pero con una de esas sonrisas amuecadas “ por fin va decir la verdad el escribe los diarios” “ por fin el gobierno va a ser de una mujer” grita Pato Fontanet en una letra que debió haber compuesto en dos mil dos. Y no me vengan a decir que me como la secuencia del seissieteochismo porque Sandra y Russo y Barone me la pelan desde mucho antes que a Filmus y a Rossi les vaya mal pero la letra de los pibes estos que ahora están recontra querellados y condenados es premonitoria.
Espero que falte mucho, pero en algún momento el kirchnerismo puede llegar a tranformarse en un género literario con cartel y todo en Yenni.
Debe haber más recuerdos como el de la cocinera cantando en el campamento que uno eligió olvidar para poder crecer con menos dificultad. Hago fuerza y sólo se logro traer una imagen a la cabeza. Estoy en la cocina de mi casa haciendo la primera tarea en primer grado bajo la supervisión de mi mamá, se trata del clásico ejercicio de dibujar letras “ a” en un renglón, letras “ b” abajo y así sucesivamente. En eso suena el teléfono, mi mama atiende y yo comienzo a poner caras como de dificultad, de que la tarea me traía dolor de cabeza, de que costaba aunque la verdad es que no me parecía difícil un pepino. Yo quería mientras hacía esos primeros ejercicios ser como esos estudiantes que piensan piensan y no pueden descifrar el problema matemático. Esforzarme y demostrar que me esforzaba. Recuerdo que logré que mi vieja le diga a la persona del otro lado del tubo que yo estaba haciendo la tarea y que me estaba cansando. Así vi cumplido mi objetivo y me tranquilicé: se valoraba mi esfuerzo. Lamentablemente entendí eso prematuramente y otras cosas mucho más importantes cuando era ya muy tarde. Cosas que pasan.
Son las doce y media de la noche en el micro, hace rato que terminó una comedia humorística con Susan Sarandon y un profesor de educación física texano que se casa con ella a pesar de que el hijo de ella con su matrimonio anterior se opone. La mayoría duerme, la gorda al final no es roncadora. Debería despertarla y pedirle perdón por no haberla saludado antes. Me quedan sólo diez páginas de la novela de Zambra y decido dejarlas para cuando me despierte.
Lo termino y siento que “ Formas de volver a Casa” es impecable. Es un perfecto tercer libro, de alguna manera resulta obvio que la novela es impecable porque es la tercera y ya leímos “Bonsai” y “La vida Privada de los Arboles”. Probablemente estemos ante el mejor escritor de nuestros tiempos o el que más nos interpela. ¿ Qué diferencia hay?
Me permito hacer un chiste: Zambra es chileno y ni siquiera se le nota.
Como dice P., tenemos la posibilidad de ir leyéndolo a medida que salen los libros, algo que hubiéramos querido hacer con escritores como Cortázar. Tenemos esa suerte, cuando R. me vino con al noticia que había libro nuevo de Zambra me sentí como cuando en el secundario te enterabas que la banda que seguías había sacado disco nuevo.
Zambra hace que uno abandone el deseo latente de dedicarse un poco más a escribir. Qué sentido tendría, si aún esforzándonos todos los días obligados a tipear con un chumbo en la sien, no llegaríamos a atarle los cordones.
Ya no me da culpa entregar mi vida al derecho. O a la política que como sabemos es más o menos lo mismo.


[1] Advertencia: estas líneas intentan ser un reseña de la novela “ Formas de volver a casa” del escritor chileno Alejandro Zambra. Las mismas no develan quién es el asesino y por lo tanto pueden ser leídas sin miedo por aquellos que aún no tienen el libro.