viernes, 18 de enero de 2013

Country Story – " Lote 63 "


Gus bajó de la autopista y quedó depositado en la entrada.
A menudo, para llegar a esos lugares es necesario perderse un poco: pasar una estación de servicio, tomar de referencia un puente, preguntarle a una vieja.
Pensó que estaría bueno no frenar y llevarse todo puesto. Estaba para algo así: un ingreso con pompa, sin pedirle permiso a nadie. De Gaulle entrando a Paris.
Pero sus impulsos triunfalistas, como de costumbre, fueron evaporándose y de repente pudo sentir emergiendo una cara de tipo solvente,  esa que le venía saliendo cada vez mejor desde que había cumplido veintiocho.  Fue tal  la efectividad de la pose (ojos ligeramente hacia los costados, mano en la pera)  que en unos segundos la barrera que impedía la entrada al country se abrió de par en par y el de seguridad acercó un planito sobre el que dibujó una flecha azul cuyo trazo  desembocaba en el lote 63.
_ Al  boludo de de atrás le revisaron el baúl, dijo Chucky que viajaba en el asiento de acompañante.
Y como si lo  hubiera dicho sólo  para entrar en calor con un stand up, sentenció: _en los countries no hay gente caminando, sólo trotan o usan el auto ¿ es buena esa , no?, preguntó retóricamente para al toque responderse: _pero  choreado de Claudia Piñeiro, no la inventé yo.
_ Mirá justo! gritó, con tono de plateista que viene vaticinando que el gol va a ser de corner.
El auto iba a diez por hora mientras eludía carteles de “vaya despacio” así que  los dos pudieron ver las miles de gotas de transpiración en el torso desnudo de un pelado que venía al trote suave mientras hacía  muecas de esfuerzo.
Contra los pronósticos, llegaron al lote  63  con facilidad y cuando estuvieron delante de la casa (que era enorme) se bajaron lentamente del auto como suele suceder cuando se llega a un cumpleaños y sólo conoce al cumpleañero. Lo primero que vieron fue a una mujer jóven con delantal que parecía ser la empleada doméstica y a una nena con pinta de ser su hija: tendría unos diez años, llevaba bikini y caminaba detrás de ella persiguiéndola.
Mientras buscaba al cumpleañero, Gus hizo un paneo general que  le permitió detectar mucho huevo y a una piba a la que conocía de alguna parte.
_En estos lugares no te hacen una bondiola ni en pedo ¿viste? comentó Chucky mientras iban por la décima porción de pizza a la parrilla que, a esa altura, era con champiñones y morrones. Gus  contestó que el Cynard con pomelo estaba muy bueno y para reforzar la opinión se sirvió un vaso completo  que arrastró a la pileta y dejó apoyado en el borde mientras se sumergía.
Al salir, no lo vio por ningún lado. Dudó de la chica a la que conocía de alguna parte pero  estaba bastante alejada charlando animadamente con un semicírculo de varones.
El enigma se resolvió por sí sólo cuando el cumpleañero se acercó y le dijo un poco avergonzado: _“mi mamá no quiere que se tome en la pileta, te puse el vaso en la mesa, pero se está armando un fútbol, ¿te prendés? ”.
Gus estaba lesionado pero no dudó en contestar que sí.  En realidad habría jugado de marcar a Cristiano Ronaldo con tal de alejarse un poco de la pileta y el vaso. Pudo ver a la distancia a  Chucky haciéndole un gesto con un vaso de plástico de que ni en pedo jugaba.
El fútbol era un terreno de seguridad, sabía que aún lastimado no desentonaba. Se acordó de los panyquesos del colegio,  la tranquilidad de saber que lo elegían entre los primeros y la lástima que le generaban los que jugaban mal o directamente no jugaban. En su escuela, quizás por ser privada y con perfil progresista había curiosamente un número muy alto de pataduras lo que potenciaba sus virtudes.
En el camino a la cancha,  los amigos del cumpleañero le informaron que como en todo buen country  se jugaba en patas. Escuchó detrás suyo un grito: _¡ bostero,  eh bostero asqueroso!
 Sintió cómo  le tocaban la espalda:_ ey bostero mugriento, ¿cómo estás tantos años?
Gus se dio vuelta para encontrarse con la figura de un pibe de su edad  pero tostado,  forzudo y con una gran sonrisa que le preguntaba _ ¿no me reconocés?, _ Soy Martín, Martín Bender.
Recién entonces, Gus pudo descubrir en esa  maya de bermuda y  abdominales de propaganda al gordo Bender.
_ Soy el gordo Bender, dijo el gordo Bender que por nada en el mundo bajaba la intensidad de su sonrisa. _Estás hecho mierda, chabon, qué alegría verte! Qué contás?, gatilló.
 Y tenía razón. Gus  estaba según sus propios dichos en un pésimo momento.   Aparte le daba una  paja tremenda hablar con el gordo Bender que encima ahora  parecía un modelo de la revista Hombre. Sus ojos buscaron en el piso algo para decir.
El gordo Bender se había manejado en la escuela con la suficiente inteligencia como para encontrar el curro de ir al arco lo que lo colocó en el primer tramo de los paniquesos durante dos años y al mismo tiempo le garantizó suficiente inmunidad en lo que refería a cargadas ligadas a su peso y a un tic nervioso que consistía en frotarse constantemente las manos. Eso duró hasta que el primer intercolegial donde le llenaron la canasta y se terminó la mentira. O  en realidad empezó, porque el Gordo le dio duro y parejo a la historia de que su papá fabricaba toboganes de agua para parques de diversiones lo que le sostuvo la imagen positiva hasta que  el chino Juan Manuel reveló que su mamá había comprado una cama en el negocio de muebles que tenía el padre del gordo en Avenida Juan B Justo.
Se acordó también Gus de cuando el Gordo Bender le dijo que Laucha era pobre. _ Me quedé a dormir en la casa ayer, le hicieron lavar los platos, yo zafé porque era invitado. Ahí no hay  una chica que limpia como en nuestras casas, Gus. Se acordaba patente del gordo diciéndole eso y frotándose  las manos a lo loco.
Gus levantó la cabeza y le dijo mientras lo miraba fijamente: _ Gordo, me garché  a tu vieja hace dos semanas.
El gordo lo miró dudoso sin dejar de exhibir sus dientes blancos y luego  estalló:_ A tu vieja me la garché yo ayer a la noche, no sabés lo cansado que estoy, bostero, es fana de la japi, no te das una idea.
Se rieron juntos un rato hablando de cómo habían quedado enlechadas sus respectivas madres, se dieron un abrazo y  prometieron sin demasiado entusiasmo hablar para juntarse. No llegaron a pasarse  los celulares.
Gus pudo ver cómo a unos metros se preparaba el inicio del partido. Pensó  lo injusto que  había sido chocarse al gordo Bender teniendo en cuenta la cantidad  de veces que había hecho fuerza mental para cruzarse a Cintia Paredes en el subte.  
  

viernes, 11 de enero de 2013

El bando loser


Probó durante medio año calmar el dolor con kinesiología, eutonía y acupuntura.  Tuvo, también,  un paso por la reducación postural global, la osteopatía y la quiropraxia. Nada funcionó lo suficiente.
Neurocirujanos, traumatólogos generales y de columna son los tipos de médicos a los que visitó en ese lapso. Extremistas de la operación algunos, enemigos acérrimos del quirófano otros. Ególatras encendidos, todos.
“Cronoterapia” afirmó el anteúltimo al que concurrió. “Se trata de  cronoterapia” repitió el  doctor con postura de estoy diciendo una genialidad para enseguida preguntar “¿entendés lo que significa?” y sin dejar hueco, pasó a responderse a sí mismo: “que hay que dejar pasar el tiempo, que esto tendría que curarse sólo
Entonces, adujo que había entendido lo de la  cronoterapia, que no era tan difícil, ”crono” significa “tiempo” y  el cronómetro es desde hace mucho un elemento de uso masivo  pero que de todas maneras no le convencía porque el dolor era mucho y la consulta de ochocientos pesos (esto último no lo dijo pero lo pensó) si no era posible hacer algo más. El doctor quiso saber si era ingeniero y ante su respuesta negativa concluyó que sólo cabía esperar un tiempo a  que bajara la molestia y que si no cambiaba, recién entonces iba a evaluar una alternativa.   
Los pisos del sanatorio están impecables, sentado en la silla de ruedas protocolar y mientras el enfermero va colocándole un camisolín celeste, el ángulo de visión le permite detectar la presencia de por lo menos tres plasmas que transmiten una programación de televisión interna: ahora dan algo sobre embarazadas. Piensa en la época en que no le dolía el cuello.
El primer síntoma lo sintió en aquella movilización sindical a la que había asistido con bastante desgano. Un pinchazo leve en la parte izquierda de la nuca cuando hablaba el cuarto o quinto orador. Después,  otro puntazo más agudo en la zona de la escápula cuando un extranjero de rastas rubias, bermuda y lata de cerveza en mano se acercaba a un compañero con la  pregunta de: “¿this, revolution?”, llevándose como respuesta a su irreverencia un escueto: “not that much, not that much”.
Después: quedarse duro en el inodoro, el espejo viniéndosele encima, las articulaciones tensas y frágiles a la vez, el libro de Alejandro Zambra cayendo al agua meada, manotear el celular, el  bueno de su papá viniendo en su auxilio. Desoxametazona y  Celestone Crono 12  en forma de inyección aliviadora sólo después de sortear a una malcogidísima recepcionista de la guardia que lo hizo esperar una hora mientras se retorcía de dolor.
Maneras de capitalizar desgracias de esta índole: escribir un libro. La típica.
Pero ya estaba y  muy bien escrito por Damián Tabarovsky ;  el título: Autobiografía Médica.
Entonces cambió los programas políticos por las  series estadounidenses, un capítulo atrás del otro y gelatina mucha gelatina porque el frío en el estómago le aliviaba la pesadez de los antiinflamatorios.
El aire acondicionado está al palo, por debajo del camisolín siente cómo se le pone la piel de gallina en las piernas, hace más frío que en los “shops” de las estaciones de servicio. Le pregunta al camillero que se acerca para llevarlo si no hay alguna “promo” de caja, si aparte de sacarle el disco no le pueden hacer un engrosamiento peneano. 
Está llegando el momento. Cierra los ojos y trata de pensar que es un soldado en Malvinas, que es una misión heroica,  que lo hace por la patria.
Pero ya no funciona el walkie talkie, del resto del pelotón no hay novedades, algunos generales ya traicionaron y Menem planea candidatearse de nuevo  a gobernador de La Rioja.