La primera vez que te rompiste la
rodilla, jugabas con el Arsenal y yo con el Inter. Me acuerdo del gordo
Adriano, de Zanetti… no mucho más. En esa época, podía recitar la formación de
memoria y sabía el apellido de todos los que comían banco.
Cada tanto, jugábamos con
selecciones. De hecho, así empezó todo.“Si jugás con Francia y ponés 4-4-2 sos pésimo”, me dijiste
saliendo del cuartito en el que guardábamos los afiches de la agrupación. Y yo,
que obvio, jugaba con Francia y formaba 4-4-2, no tuve más remedio que
desafiarte. ¿Vos jugabas con Brasil, no? Cuando transitás los veinti y tenés
buena memoria creés que nunca vas a olvidarte de nada. Supongo que es un
derivado de la omnipotencia de esa edad: te tenés un montón de fe en controlar
las cosas. Cero conciencia de los mil palos que te vas a devorar.
Pero
ahora estoy acá, haciendo fuerza para recordar a algún otro fulano que jugaba
en el Inter. Escribo esto todavía viviendo en Freire. La semana que viene, me
mudo. Es viernes a la tardecita: ya está oscuro porque el invierno acecha.
Paula estudia. Hace poquito empezó la carrera de nutrición y está muy metida.
Mientras, yo tomo un poco de whisky para ver si así me transformo en escritor
en serio. A mí también me encanta el concepto ese de Nico de hacer cosas en
serio: bailar en serio, escribir en serio. Le doy un trago y sale un jugador
más. Materazzi. Era marcador de punta.
Siempre
jugabas con el joystick y quizás tenías otro. Y si no, hubieras tenido cero
drama en meterle un tiempo y un tiempo o que, directamente lo usara yo porque
te gustaba que fuera justo: no sacabas ventaja con pelotudeces. Sólo boqueabas.
Muchísimo. Pero la verdad, que toda esa parafernalia retórica me hacía cagar de
risa. Al revés que todo el mundo, cuanto más boqueabas, mejor jugabas. Eso me
llamaba la atención porque le pasa a muy pocos. A Chilavert, por ejemplo.
Lo
cierto es que, como decías, siempre disfruté con el teclado. Pegarle con shift
d o la barra, la verdad, que tampoco me acuerdo de los cursores, pero sí de que
me cabía mover los dedos sobre la superficie apenas rugosa de las teclas. ¿Le
pegaba con la D, pase con la S y centro con la A? Este whisky está bárbaro. Tu
teclado era blanco. En un momento,
se habían puesto de moda los negros. ¿Te acordás? Alguna vez, tendría que
ponerme a escribir sobre computadoras. Hay literatura en el destino triste
de las empresas (seguramente pymes) que fabricaban accesorios para PC. No
se si te suena, pero en un momento, hubo unos cobertores a medida para las
compus de escritorio. Eran unas fundas que evitaban que se llenaran de polvo
esos monitores soviéticos gris cremita que pesaban como veinte kilos. Otro
producto que tuvo su cuarto de hora fue una especie de lupa que se ponía
adelante de la pantalla: ayudaba a no forzar la vista. Ese plástico se ponía
cada vez más amarillo. Manejaba la escala cromática de los dientes de un
fumador empedernido.También llegué a ver unos ganchos que iban al costado: como
unas orejeras para sostener papeles.
No voy cronológicamente. Obvio que todo lo que digo fue mucho antes de los Winnings que jugábamos en esos primeros años de la facultad, pero qué importa: ya hace tiempo que dejé de ver tanta virtud en los textos ordenados. Quizás, sea consecuencia del hastío de los escritos judiciales.
No voy cronológicamente. Obvio que todo lo que digo fue mucho antes de los Winnings que jugábamos en esos primeros años de la facultad, pero qué importa: ya hace tiempo que dejé de ver tanta virtud en los textos ordenados. Quizás, sea consecuencia del hastío de los escritos judiciales.
También
me acuerdo de unos teclados curvos que te vendían como anatómicos: eran
enormes. Después, obvio, el mouse estático: había que sacar la bolita para
limpiarlo. Era flashero que fuera tan pesada. Una secuencia que todos nos
acordamos son esos ruidos alienígenas que hacían los modems; anulaban cualquier
intento de conversación que hubiera en la zona.
Antes
del Winning, en los tiempos de la escuela primaria, se jugaba al PC Fútbol.
Para instalarlo, había que usar como siete diskettes. Instalando. Diskete 4/7.
Si se frenaba, cagabas y había que volver a empezar. Mientras se cargaban esas
mil barras que oscilaban entre el gris y el azul, había tiempo como para
preparar un exámen de historia: leer los detalles de las batallas de Caseros,
Cepeda y Pavón. De Cancha Rayada también. Siempre me volvió loco el nombre de
ese combate. Para poder entrar al juego, había que poner un código. Sólo
acertando una combinación con los escudos de los equipos, se accedía al menú de
opciones. Como ningún amigo lo tenía original, había que pedirle a conocidos de
conocidos que te habiliten una fotocopia con las claves. La otra era hacer
prueba y error: un laburo que podía llevar meses.
El
otro día, fuimos al estudio de grabación que abrió el Pollo. En una especie de
sala de espera instaló un arcade con videojuegos infinitos. Los pibes probaron
un rato el Mortal Kombat y después, empezaron a joder con el de Los
Supercampeones. No me lo acordaba. Es rarísimo. A pesar de correr diez minutos
seguidos, los jugadores no llegan a cruzar mitad de cancha. Las cámaras te
muestran sólo las piernas: no tenés una mínima idea del contexto de la jugada.
Pero más allá de esa lisergia oriental, lo increíble fue ver a Diega manejando
la palanca y los botones. No sólo se acordaba de las combinaciones para que el
tiro de los Korioto se clavara en el ángulo sino que, cuando la pantalla se
llenó de conceptos japoneses, empezó a armar frases que activaban trucos. De
repente, en vez de jugar con un equipo de cuarta, éramos la selección de
Brasil. Steve Hyuga tenía energía infinita y a Richard Tex Tex le crecían alas.
Delirios. Diega es secretario de una fiscalía federal ¿entendés? ¿Qué parietal
de su cerebro se habrá activado para descifrar esos ideogramas imposibles y de
repente, pilotearlos como si fueran su lengua materna? El flaco se los
acordaba, las letras japonesas habían quedado tatuadas en algún rincón de su
masa encefálica. Mirá que yo nunca fui fan de “los trucos”, no me cabe el bidón
de Branco virtual, pero lo que hizo Diega el otro día fue hermoso.
Volviendo
a las computadoras, mi momento preferido fue cuando se puso de moda instalar
unos ventiladorcitos para que el CPU no recalentara y funcionara más rápido.
Era un aire que favorecía la productividad. Servía para humanizar
a ese artefacto nuevo que mis amigos conocedores, los que podían desarmarlo
llamaban cancheramente “la máquina” y que, cada vez, cumplía más funciones en
nuestra vida.
Tranquilizaba
saber que, como nosotros, la computadora necesitaba respirar.
Retomo
el texto ya mudado a San Telmo desde un Starbucks en el que pasan una música
clásica que pretende ser moderna. Es pésima.Vinimos porque todavía no hay wi fi
en el departamento nuevo, pero esta lluvia delirante y el gran corte de luz de
ayer, dejó sin internet al local. Siempre me voy a acordar de que la primera
mañana en la nueva casa fue la del corte mundial de electricidad. Al menos eso
creo ahora. Quizás, termine pasando lo mismo que con la formación del Inter.
Paula
está con mi compu escribiendo porque tiene un deadline así que yo le meto al google
docs desde el celular y consumo datos como un enfermo. Releo lo que escribí y
me pregunto si no es demasiado nostálgico. Parece un precalentamiento de
melancolía para adaptarme rápido a vivir en el sur de la ciudad. Quizás sea una
exageración, no sé realmente cuánto queda de esa zona de compadritos que te
acuchillaban y después se bajaban un vino Toro escuchando Julio Sosa. Pero
bueno, también debe estar pegando la época del año. Como le escribió alguna
vez Cristina Peri a Cortázar: “quién no
es un poco melancólico en otoño, a las seis de la tarde en Buenos Aires,
Montevideo o Barcelona.”
Ahora
que me acuerdo, Zambra escribió sobre computadoras en ese libro hermoso que es
Mis Documentos. Qué grande Zambra. Me respondió un mail cuando fuimos a
Santiago, dijo algo así como que sonaba fantástico conocernos (le hablé de
nosotros: esos abogados fascinados con su obra), pero que no podía vernos
porque estaba viviendo en México. Lo sigo en instagram con Los Fatales:
intercambiamos un par de mensajes. Lo amo. Ahora, estoy leyendo a otro chileno.
Este Pedro Azócar que Joni no soportó, bah, ese que decidió leer en un sólo día
porque decía que le hizo daño. Ese que Pablo dice que es material radioactivo.
Los pibes me pidieron que no te lo pase ahora. Yo no estoy tan seguro. Quizás
sea una buena lectura para el post operatorio. Decime vos. Bueno, el tema es
que lo leí hasta recién y, como vos decías que decían los coordinadores de
Travel Rock en los dos mil, explota. Me dejé un cuartito para mañana. Ese broli
me dio tantas ganas de escribir que lo intento ahora aunque tenga que usar el
teléfono y su tecladito insonoro e hipersensible. Histérico. Para revertir las
condiciones adversas, evoco esa concentración con la que jugábamos al Winning.
Le estoy agradecido a Azócar: cuando un libro te da ganas de escribir, es
genial.
Es
tal cual como decías: siempre me gustó el teclado. Sobre todo, los de teclas
duras que sobresalen. Los de las notebooks tienen menos profundidad. Menos
capacidad de tecleo. El otro día, vi que lanzaron uno que recrea el de la
máquina de escribir. No se si es un flash o una hipstereada infumable. Me
inclino más por la segunda opción.
En
el laburo, los días que estoy medio sensible, me duele el sonido del teclado de
mis compañeras. Ese traqueteo de la productividad. En la fiscalía, menos el Loco, son todas
mujeres y le dan duro. La que se sienta al lado mío, se llama Flor. Se sienta
derecha y le mete. Escribe con compromiso. Eso que dicen Aguirre y Kessel, un
empilcharse para escribir dictámenes: los pequeños gestos necesarios para
escapar del estado de ánimo judicial, esa burocratización. La ataraxia en el
peor sentido de la palabra. A Flor la interrumpo seguido, hablamos mucho de
fútbol y me soluciona cualquier problema que tenga con la compu. También me
aconsejó que me comprara un celular Huawei que resultó bueno y me tiró la posta
sobre un vaso térmico que pegué por Mercado Libre para regalarle a Paula. La
verdad, que no puedo pedirle más.
Para
mí, la escritura es con el teclado. A pesar de eso, tengo
siempre una libreta conmigo. De hecho, las primeras ideas para este mail las
escribí ahí con una birome uniball, esas que “corren” lindo. La birome es
clave. En eso soy un cheto de Belgrano a full. Seguro que es cierta la vieja
idea de que si querés escribir, escribís pinchándote el dedo con un
escarbadiente y usás la sangre como tinta para completar una y cien servilletas
choreadas de mesas de turistas que toman café en las mesitas de afuera de la
London, las que dan sobre Florida, pero a vos no te la voy a caretear: yo con
la bic, no puedo. Se me traba en el papel, no me entiendo la letra. Por eso, a
la libreta la banco aliada con una buena birome y para anotar ideas: puntas
para textos que, en el mejor de los casos, ganarán volumen después desde el teclado.
Estoy por terminar la segunda libreta desde que perdimos la elección en 2015 y
volví a escribir. Entonces: la libreta, más un google docs que se llama
“cosas”, más las notas del celular y así dispongo de un arsenal de anotaciones
que eventualmente (menos del diez por ciento para ser sincero), cristalizan en
un poema.
Sigo
con el celu. Muevo los dedos rápido y no le doy bola a los errores de tipeo
para no perder el impulso de la escritura, pero me pasa lo de siempre, no me
gusta leer desde la pantalla, menos desde una chiquita. En el laburo, trato de
imprimir porque necesito subrayar y hacer anotaciones. Si no, siento que no leí
en serio. Tengo que hacer mierda los textos. Creo que por eso, me molestan las
cuentas de instagram que recomiendan libros impolutos con fotos de cafés con
leche y bibliotecas todas ordenaditas. Esa escenografía me queda lejísimos.
La experiencia de la literatura para mí no es completa sin hacer notas al
margen con birome o sin intentar algún comienzo de poema en las hojas en blanco
que vienen de más al final. Algunos dicen que eso es faltarle el respeto al
libro. Están en pedo. Todo lo contrario. Nos quieren convencer de que la
experiencia de la literatura pasa por apoyar un libro al lado del lemon pie en
Le Ble.
Otra
cosa que me parece una boludez y está re instalada: los libros no se prestan.
Hasta hay un dicho: “el que presta un libro es un bobo, pero más bobo es el que
lo devuelve”. Nosotros somos ejemplo de que todo lo contrario. Se disfruta
mucho más de un libro cuando lo lee un amigo y después podés comentarlo. El
flash se incrementa todavía más si no solo lo lee un amigo sino que lo lee todo
el grupo de amigos. Como nos pasó con City
de Baricco, con Bonsai de Zambra y está pasando ahora con El Señor que Aparece
de Espaldas de Azócar. La literatura garpa mucho más cuando se transforma en
una experiencia colectiva. Pero bueno, como decía Benjamin en El
Narrador, estamos frente a una crisis de la experiencia. Y van también por el
libro que al contrario de lo que muchos creen, no tiene magia propia. Si
aniquilan el ritual, no va a tardar mucho en convertirse en sólo un puñado de
hojas encuadernadas con tapa dura. Por eso, los covers de poemas que
sacamos el otro día: hay que buscar otros espacios, otros dispositivos. Y
claro, ritualizarlos. Como dice Calasso, la fe es la confianza en la eficacia
de gestos rituales.
Bueno,
vuelvo a las pantallas y a la paja que da leer desde ahí. El otro día, Nico me
pasó un texto justamente de Calasso para una propuesta que tenemos ganas de
armar. El tema es que estaba sólo en Scribd. Él se acordó de que el Tío tenía
cuenta de eso y como nos acordábamos su mail, probamos una clave. Entramos al
primer intento. Perón1945. Fue hermoso ver cómo después de poner el nombre del
General, la pantalla se desbloqueaba y las ventanas se desplegaban mansamente
hasta abrir el texto que buscábamos. Una sensación parecida a la de pasar de
pantalla en los fichines.
Antes
te contaba del libro de Azócar. Vas a ver que viene con una dedicatoria de
no sabemos quién a no sabemos quién. Cosas fascinantes de los libros usados.
¿Cómo termina en una mesa de saldos uno tan bueno como este? Lo primero que
pensé fue en que la antigua dueña debía haber sido víctima de una crisis
económica, pero una seguidora de Los Fatales me abrió una posibilidad mucho más
tenebrosa: “la gente se deshace de libros cuando un familiar se muere”.
Ya escribo desde Defensa: hay wifi y la compu está disponible. Hace unos años, fui a buscar los mails que nos escribíamos y armé un archivo con una selección de los mejores, incluso resalté fragmentos. Estoy buscando el archivo hace como una hora y no aparece. Buscaba un mail tuyo en el que creo que hablabas de las mudanzas. Me acuerdo de que eras muy claro sobre a partir de qué momento podés empezar a llamar a la casa nueva con el nombre de la calle en la que vivís: Zapiola, Echeverría, etc. Yo voy por mi segunda semana acá y ya le digo Defensa. Quizás sea apresurado, pero me siento cómodo. Y eso que está todo hecho un bardo, le falta luz y está bastante venido a menos. Cuando paremos un poco la bocha, supongo post feria, habrá tiempo para acomodarnos bien y que luzca un poco más.
Vuelvo
a escribirte un mail después de un montón de años. Calculo que te llegará el
mismo día de la operación para que esté disponible cuando se vaya esfumando el
efecto de la anestesia. Aunque pensándolo bien, si lo termino hoy, te lo mando
a la noche para que, si te pinta, lo leas durante el fin de semana. Una
suerte de prólogo al quirófano. Un prólogo larguísimo, es cierto. Sería
contradecir a Borges y su:“Dios te libre,
lector, de prólogos largos”, pero no sería la primera vez.
Un
poco ya hablamos el otro día de todo lo que se suele decir sobre las lesiones.
“Te obligan a frenar” “Podés aprovechar para hacer otra cosa” “Siempre enseñan
algo”. Lo cierto es que los saldos aparecerán o no, pero no tiene sentidos
forzarlos. Mientras tanto, la única vía es estar cómodo con la incomodidad.
El
otro día te regalé esa moleskine celeste porque me acordé que después de
aquella operación escribiste el mejor mail que leí en mi vida. Ese en el que
hablabas de los chistes al camillero y sonaba Perfect Day de fondo. Seguro está
en ese archivo que no aparece. Sos de los mejores escritores que conozco aunque
ahora escribas sentencias. Es que, en realidad, debería ahorrarme el “aunque”
porque justamente es un error pensar que los operadores judiciales no pueden
ser escritores. Me parece que las resoluciones judiciales podrían pensarse como
género literario. En ese puente derecho literatura que estoy explorando me
parece interesante la cuestión de cuánta poesía se puede introyectar en las
instituciones. Hay lugares más propicios como un debate parlamentario o un
alegato en juicio oral. Y también hay lugares en los que sencillamente no se
puede. Me interesa mucho tu opinión sobre estas cosas.
Quizás
te entusiasme la idea de probar escribir algo durante la recuperación y en ese
caso, la libreta celeste pueda ayudarte. Y si no, va a estar todo más que bien,
podés usarla para la lista del supermercado o regalarla. Lo importante es
atravesar este mes y no sumarse exigencias.
Alguna
vez tuvimos el miedo compartido de ser eternas promesas: nos llenamos y nos
llenaron de mandatos y presiones. Por eso, nunca viene mal pensar que en la
vida nada va de nuevo, pero siempre se puede ser otra cosa.
Abrazo
hermético.
Tomi.