Cuando atravieso
la plaza
para sacarme de encima
el día de Excel.
(en mi trabajo todavía usamos Excel)
O mientras
vamos
callados
con mi novia
por la playa.
Camino a la facultad
cuando paso
por la lluviosa
puerta
del colegio
sobre la calle Alsina.
Me olvido de todo.
A mis espaldas,
se monta una tribuna
llena de hinchas
que con silencio
de noche patagónica
miran
cómo
me balanceo hacia atrás
y abro el pie
para que
la parte interna
del zapato
devuelva,
con toda la concentración
de la que soy capaz,
esa pelota que
se escapó de
un picado
y,
gracias a Dios,
viene
directo
hacia mí.
Esa es la sensación Maracaná.
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