Hay pocas cosas peores que tomar un avión con fiebre. Con mucha fiebre. 39 grados.
Cuando se está obligado a volar en esas circunstancias físicas, el avión en sí mismo se vuelve un mundo tortuoso e indescifrable
Si a ello le sumamos que el hombre viaja a Líbano en una misión tan irrealizable como intrascendente, la cosa se pone cada vez peor. El asunto asume un cariz aún más desesperante tras un par de turbulencias. Por otra parte, viajar en compañía de un contingente de cuarenta adolescentes excitados tampoco ayuda demasiado. La amarga sensación de que el final de la historia está ya escrito completa un panorama poco alentador.
El funcionario mira por la ventanilla y alcanza a ver parte de la estructura del avión cuando titilan las luces. Esto ocurre en intervalos de cinco segundos. Durante ese instante también es posible ver las estrellas. Supone que si no estuviese tan enfermo sabría apreciar aquel momento.
Está abstraído, juega a sintetizar su misión en una frase y cree lograrlo: “ básicamente todo depende de cómo logre plantearle la cuestión al embajador.”
Quizás la pastilla esté comenzando a actuar, el cuerpo le duele cada vez menos y ya no siente constantes escalofríos. El cansancio farmacológico empieza a vencerlo, los ojos se le cierran. Un sueño inquietante, en la antesala de la pesadilla: una ruta interminable y un auto, no hay paisaje, por las ventanillas tan sólo se ve un telón blanco, como un tejido a base de leche materna. Aunque quiere observarlo fijamente no lo logra porque la cabeza no le responde, no puede girarla. Pero la leche materna sabe bien.
Despierta sobresaltado: el contingente de adolescentes canta enfervorizado. El cuello le duele mucho, vaya a saber cuánto tiempo estuvo durmiendo en esa posición tan ridícula.
Se quejará al ministro por este vuelo, es inaceptable que un delegado del gobierno viaje en esas condiciones. Pero rápidamente se cuestiona si estando bien de salud, el vuelo le parecería tan martirizador. Se siente atontado por la fiebre y descubre que los ruidos resuenan distinto a lo habitual, como con efecto reverberante. Le parece una sensación interesante y decide escribirla en una libretita. Es más, lo comentará con el Dr Sarraguez al regreso del viaje, si es que regresa, claro. Asumir la posibilidad de la muerte por más pequeña que sea es también la esencia de este periplo. Ya es hora de dejar de hacerse el distraido.
Es cierto que las garantías internacionales están dadas y el protocolo de confidencialidad está aprobado por reunión conjunta de los gabinetes de ambos países. Pero siempre está la posibilidad de que la información caiga en manos equivocadas, mucho más en tiempos de guerra como los que asoman.
En el famoso caso del ingeniero inglés estaban dadas las mismas garantías y el final es conocido por todos. Es cierto que aquel caso tuvo otros agregados como la intervención de la guerrilla separatista aplicando por primera vez la política de tomar rehenes civiles. De todas maneras fue una clara demostración de la poca capacidad de articular que tienen los organismos internacionales en países que no suscriben a los pactos. Siente un escalofrío en la planta del pie.
Aparte el ingeniero inglés estaba un poco loco. Mucho se habló de su esoterismo adquirido cuando habitó junto a tribus aborígenes en el sur de Níger. Su caso era sustancialmente distinto al del ingeniero. No quedaban dudas de eso. Aún así la muerte acechaba como una rata en busca de restos de comida.
Se percató de que su cuerpo estaba enteramente transpirado. En media hora el avión haría escala en Madrid. Tan sólo cinco horas después llegará a su destino final
Cuando se está obligado a volar en esas circunstancias físicas, el avión en sí mismo se vuelve un mundo tortuoso e indescifrable
Si a ello le sumamos que el hombre viaja a Líbano en una misión tan irrealizable como intrascendente, la cosa se pone cada vez peor. El asunto asume un cariz aún más desesperante tras un par de turbulencias. Por otra parte, viajar en compañía de un contingente de cuarenta adolescentes excitados tampoco ayuda demasiado. La amarga sensación de que el final de la historia está ya escrito completa un panorama poco alentador.
El funcionario mira por la ventanilla y alcanza a ver parte de la estructura del avión cuando titilan las luces. Esto ocurre en intervalos de cinco segundos. Durante ese instante también es posible ver las estrellas. Supone que si no estuviese tan enfermo sabría apreciar aquel momento.
Está abstraído, juega a sintetizar su misión en una frase y cree lograrlo: “ básicamente todo depende de cómo logre plantearle la cuestión al embajador.”
Quizás la pastilla esté comenzando a actuar, el cuerpo le duele cada vez menos y ya no siente constantes escalofríos. El cansancio farmacológico empieza a vencerlo, los ojos se le cierran. Un sueño inquietante, en la antesala de la pesadilla: una ruta interminable y un auto, no hay paisaje, por las ventanillas tan sólo se ve un telón blanco, como un tejido a base de leche materna. Aunque quiere observarlo fijamente no lo logra porque la cabeza no le responde, no puede girarla. Pero la leche materna sabe bien.
Despierta sobresaltado: el contingente de adolescentes canta enfervorizado. El cuello le duele mucho, vaya a saber cuánto tiempo estuvo durmiendo en esa posición tan ridícula.
Se quejará al ministro por este vuelo, es inaceptable que un delegado del gobierno viaje en esas condiciones. Pero rápidamente se cuestiona si estando bien de salud, el vuelo le parecería tan martirizador. Se siente atontado por la fiebre y descubre que los ruidos resuenan distinto a lo habitual, como con efecto reverberante. Le parece una sensación interesante y decide escribirla en una libretita. Es más, lo comentará con el Dr Sarraguez al regreso del viaje, si es que regresa, claro. Asumir la posibilidad de la muerte por más pequeña que sea es también la esencia de este periplo. Ya es hora de dejar de hacerse el distraido.
Es cierto que las garantías internacionales están dadas y el protocolo de confidencialidad está aprobado por reunión conjunta de los gabinetes de ambos países. Pero siempre está la posibilidad de que la información caiga en manos equivocadas, mucho más en tiempos de guerra como los que asoman.
En el famoso caso del ingeniero inglés estaban dadas las mismas garantías y el final es conocido por todos. Es cierto que aquel caso tuvo otros agregados como la intervención de la guerrilla separatista aplicando por primera vez la política de tomar rehenes civiles. De todas maneras fue una clara demostración de la poca capacidad de articular que tienen los organismos internacionales en países que no suscriben a los pactos. Siente un escalofrío en la planta del pie.
Aparte el ingeniero inglés estaba un poco loco. Mucho se habló de su esoterismo adquirido cuando habitó junto a tribus aborígenes en el sur de Níger. Su caso era sustancialmente distinto al del ingeniero. No quedaban dudas de eso. Aún así la muerte acechaba como una rata en busca de restos de comida.
Se percató de que su cuerpo estaba enteramente transpirado. En media hora el avión haría escala en Madrid. Tan sólo cinco horas después llegará a su destino final
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