Doy con la puerta de la casa pero paso de largo
caminando hasta la esquina. Ensayo media vuelta manzana cosa de no llegar ni un
minuto antes. Vuelvo sobre mis pasos, siento los nervios del debut. Debutar a
los 28.
Miro el timbre, es uno de esos antiguos, botón
blanco grandote rodeado de una carcasa. Si lo pienso nunca
voy a entrar, intento poner la mente en blanco, escucho el ring sonando
adentro, un ruidito de llaves, hola! hola! y ya estoy en el pasillo, el túnel
por el cual entra un equipo chico a jugar un partido al que nunca lo invitaron.
La tercera puerta,a la izquierda. Subo la escalera
caracol medio de costado porque en los escalones no caben dos pies, con la
mochila voy matando la enredadera contra la pared.
Se abre una puerta de vidrio y veo dos chicas de
esas que tiene el facebook lleno de fotos con pobres y pinturas. Están
acostadas en el piso con las piernas apoyadas en la pared.
Qué boludo, cómo me puse tanto talco. Está
esparcido pero no deja de dibujar un caminito como el de Hansel y Gretel, que
lleva hacia la colchoneta que me tocó revelando mi total culpabilidad. Cero
relación con el talco a lo largo de mi vida, absurdo innovar el día del debut,
mejor tener olor a pata que ensuciar rodeo ajeno. Mejor tendría que haber
comprado desodorante. Porque lo que sí tengo es olor a chivo. La veo
pasar, cuando dicen que hay que exhalar ya no tengo aire, me confundo izquierda
con derecha, chivo más todavía y al final hasta me cuesta la diferencia
entre codos y hombros.
Arrancar yoga fue lo más estresante que me pasó en
mucho tiempo. Ni bien salgo, llamo a ese amigo espiritual que todos
tenemos (el que viajó a India) para reprocharle lo verga que es esta gimnasia.
Lo engancho en pleno trance ayurbédico, me dice que tendría que ir a un lugar
que es el mejor con él, le respondo en formato Sainfeld, sostengo que todos
siempre tienen el mejor médico, el mejor gurú, que cómo puede ser que nadie
tenga al peor habiendo tantos chantas dando vueltas. Se ríe sobriamente y cita
un viejo dicho hindú “el maestro aparece cuando el alumno está preparado”
Lo mando a la concha de su hermana, arreglamos para
armar un asado en casa el fin de semana, con verduras para él, claro y casi
cuando está cortando agrega que el día anterior buscó en google “León Gieco
careta” y le aparecieron un montón de cosas.
La semana siguiente voy munido de un paquete de
esas toallitas para bebés. “Te garantizas no tener olor a pata sin el
despliegue del talco”, me recomendó con precisión una compañera de trabajo con
bastante yoga encima.
No tardo mucho en darme cuenta que esta vez es el
temita pasa porque tomé un par de mates de más a la tarde y ando medio en
situación propicia para “tres letras, fluido aeriforme” como dicen los
crucigramas (gas, anota en los casilleros el tipo que los completa en el subte
sin levantar una sóla vez lla mirada desde Alem a Juan Manuel de Rosas)
Cuestión de aguantar, de no relajar demasiado nunca
y menos que menos en la relajación final en la que están todos callados.
El grupo es chico, están las mismas dos chicas de
la vez pasada más una tercera de mediana edad. Si pudiera elegir, firmaba
un grupo de jubiladas, de esos de la Municipalidad de Vicente López que
organizan viajes a las termas de agua salada en San Clemente del Tuyú. En
general pego buena onda con las viejas y es aparte bastante normal que se tiren
pedos.
En el asado con verduras, mi amigo espiritual
asegura que para pasarla mejor hay que tener más fé en las cosas. Otro amigo
agrega que no tiene nada fe en las chilenas, que son como el agua del mar de su
país, parece lindo, te dan ganas de meterte pero después te cagás de frío y la
pasás pésimo.
A la tercer clase re contra falto.
La cuarta ya me agarra con el otoño estricto de Buenos Aires y su cambio de clima tan elocuente, como queriendo aportar toda la seguridad jurídica que los especialistas pregonan. Me pesa el bolsillo de tantas carilinas que se fueron acumulando.
Si es difícil hacer vida normal con mocos, yoga es
directamente una pesadilla. Estás muy duro, me reprocha la profesora.
“Obvio que estoy duro, para eso vengo acá” quiero responderle antes de que una
cadena de estornudos deje afuera cualquier intervención semántica por un minuto
largo. “Fui al centro en subte, laburé, volví en subte, no me paso el día
en este PH de Palermo tomando te verde”, pienso que debería haberle
dicho, ya en mi casa antes de irme a dormir bastante contracturado mientras
intento inspirar hacia el entrecejo.
Me dejo lugar en el estómago para una cuarta y
hasta quinta clase. Creo que está bien eso de tener más fe en las cosas.
En estas clases, en lo que tocamos. Atribuirle cierta responsabilidad a la
sustancia.
No hace falta bajonear arroz integral sin queso
rallado para poder vivir un poco mejor, sí aflojar un poco con la ironía porque
que si nos pasamos de rosca hay riesgo de hiperventilación.
Y tener más fe en las cosas, porque la gran mayoría
somos “carentes de recursos” como grita un viejo de la popular de Atlanta a
propios y ajenos los sábados cuando cae el sol en Villa Crespo.
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