Antes de mudarme, un amigo me pidió encarecidamente que
no empiece a decirle a la casa de mis viejos “Echeverría" al mismo tiempo
que él prometía jamás llamar “Zapiola” a la esquina en Colegiales de la que
todavía no lograba despegar. Así fue que, en
un intercambio de mails que apuntaba a otras cosas, asumimos que eran algo forros los que usaban el nombre
de una calle como antifaz para referirse a una porción clave del pasado.
El edificio
donde me crié queda en pleno Belgrano y tiene un gran jardín interno. Hace poco
fui a verlo y está muy cuidado: pasto, flores y un par de árboles que mi vieja
aceptó podar en una reunión de consorcio a cambio de que no construyan
cocheras. La verdad que negoció groso, no son fáciles esas reuniones, creo que si alguien las maneja bien durante un año está preparado para ir a rearmar
el PJ en Chaco, pero ese es otro tema que reservo para desarrollar cuando se arme una orgía sobre la
ley de propiedad horizontal.
Lo cierto es que el aspecto del jardín cambió
sustancialmente desde mi infancia cuando éramos muchos chicos varones en el
edificio luchando para que mantenga forma de potrero.
Fue en ese lugar donde Jorgito me dijo que su papá
había votado a Erman González.
Jorgito era el hijo de Jorge: un encargado de
edificio simpático, bastante borracho y fanático de River.
Yo siempre trataba de asegurarme que jugara en mi
equipo porque era más grande y te re contra cagaba a patadas, igual siempre te
tocaba algún habilidoso porque todos la rompían: los hermanos Dvosquin del quinto,
el hijo de los del cuarto que
alquilaban, Topo del séptimo con su hermano que tocaba el saxo o los de planta
baja que a menudo caían reforzados por primos que venían de Provincia.
Recuerdo un domingo de elecciones, no se había armado
partido y andábamos con Jorgito medio
aburridos cuando decidió mostrarme que usaba una planta de atrás del arco como escondite
para encanutar dos o tres revistas porno. Yo estaba muy lejos de tener pelos
así que las miré sin demasiado entusiasmo y
cambié de tema preguntándole a quién había votado su papá.
Me respondió
que a Erman González y yo le
dije que ese era un menemista, que tendría que haber votado a Fernández
Meijide como mis viejos o al menos a Polino como mi abuelo. A Jorgito le chupó
un huevo mi análisis político y a la noche cuando les conté a mis viejos que
había estado charlando de eso con el hijo del portero, me cagaron a pedos.
Durante el secundario mientras estudiaba historia de
los libros de José Luis y Luis Alberto Romero,
empecé a tomar partido por el General.
Me costaba manejar ese incipiente peronismo en una
casa judía pero tuve la suerte de
encontrar en calle Corrientes un
número de la revista “Todo es Historia” con
el eje “Perón y los judíos” que daba miles de argumentos para sostener que no
era nazi, lo que me permitió salir
airoso de los debates familiares.
Después, en la Facultad empecé a militar con un grupo
de peronistas con los cuales construimos
una gran amistad y seguimos haciendo política hasta ahora.
Pero se ve que algo hay dando vueltas, porque cada
tanto me joden diciendo que ellos me salvaron, que sin su esfuerzo yo hubiera
terminado en el progresismo, o con Filmus, lo que es todavía mucho peor.
El otro día cuando caminaba por el jardín de lo de mis viejos (y nunca “Echeverría”) pensaba que sin ser conscientes,
lo habíamos militado fuerte, que esa generación de pibes del edificio
había rescatado durante años un lugar cuyo destino natural era el de parque para que señoras de Belgrano tomen sol.
Y que de seguro esa conquista tuvo también gran influencia para no terminar militando con Filmus.
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