jueves, 19 de febrero de 2009

De Aeropuertos

El viaje de regreso está de más. La noche anterior ya había asumido que la película estaba terminada, que nada puede escapar, que todo tiene un final, todo termina. Tan resuelto tengo todo que hasta puedo ponerle melodía al pensamiento.
El periplo de vuelta está de más y dura casi un día. Hora de combi al aeropuerto, espera de un par de horitas, más tres y media del primer avión, escala de dos y once más en otro vuelo para completar el combo . Demasiado cuando no hay demasiado en lo que pensar.
En el primer tramo de avión hace mucho calor y un chino ronca suavemente sobre mi oído, temo seriamente no poder soportarlo. Me pongo a estudiar, para hacer algo y también para conectarme con el regreso a la vida real. Leo un rato largo y cada tanto golpeo mi rodilla con la del chino, no logro que deje de roncar pero sí que cambie de lado. Sigo estudiando, el libro está bien pero yo no tengo muchas ganas, voy al baño. Hay cola, entre que espero como media hora y una vieja de Kansas City me da charla con el objetivo de hablarme mal de Obama se hace la hora de llegada.
Tengo bastante tiempo hasta la salida del otro vuelvo así que camino lentamente por todo el aeropuerto. Con las monedas que me sobran compro chocolates, espío los libros que lee la gente y me cuelgo mirando whiskyes que nunca voy a comprar. Después me meto en una de esas tiendas de aeropuerto que tienen sillones masajeadores para que el público pruebe y me quedo tirado hasta que la vendedora pone cara de “ya estás abusando”.
Lo veo ni bien llego a la puerta de embarque. Estoy seguro que es él. No me queda otra que hablarle, no puedo perder esta chance. Nunca hubiera pensado encontrármelo en un aeropuerto. Tengo leídos varios de sus libros y justo lo había estado estudiando con bastante profundidad antes de viajar. Es una clara jugada del destino.
El está como más canoso pero tranquilamente se puede haber teñido. Está sentado con una señora que da la sensación de ser yanqui y también su mujer. Vaya contradicción para quizás el máximo exponente del pensamiento latinoamericano. Aunque tampoco está mal vivir en la contradicción, a veces allí reside el secreto y bla bla. Aunque la verdad justo venirse a casarse con una yanqui...
Ya fue tengo que saber si es él. Tengo la responsabilidad histórica de preguntarle. Me siento a su izquierda y lo interpelo en forma directa: _” ¿usted es Enrique?
Recién entonces me percato que el tipo está comiendo, mal momento para preguntar, tiene un par de papas fritas saliéndole de la boca en pleno proceso de masticación así que debo aguardar a que termine con eso.
Me responde en un inglés tosco que él es William y que su mujer se llama Sarah.
Le pido perdón por la confusión y le explico que lo confundí con un profesor de la facultad. Me responde con no es profesor de nada pero que de todas maneras suele ser una persona muy reflexiva. Pienso que su respuesta es buena pero que hubiera sido mucho mejor de no ser acompañada de esa forzada sonrisa hacia la derecha.
No sé como pude llegar a pensar que me iba a encontrar a Enrique Dussel en el aeropuerto de Dallas.