martes, 26 de noviembre de 2013

La Señal


Ya no tengo lectura de la noche, perdí la capacidad para interpretar signos, miradas y aprovechar momentos. El trimestre cerró  con el  logro aislado de chupar unas tetas colombianas en el Álamo con una jarra de cerveza en cada mano (yo, medio agachado)
Como “volver” no es fácil me propuse ejercitarlo en el día a día, estar atento: todo puede ser una señal.
Ahora, por ejemplo tengo fiebre, tiemblo de fiebre y voy a darme un baño. Pongo el agua  caliente al taco a pesar de que hace pésimo. Me escondo un rato largo abajo del chorro hirviendo que me abriga y después me acuesto en la bañadera. Cuando se llena, con el dedo gordo del pie izquierdo giro lentamente la canilla hasta cerrarla. Cierro los ojos, me puedo haber quedado así como una hora. ¿Y si me baja la presión y me desmayo? ¿Quién me saca de acá? Cinco minutitos más  ¿qué apuro hay? Igual nada bueno me espera de regreso a la cama. De repente una mosca gigante se posa sobre el azulejo y me mira guapeando.
Es la señal, la mosca me está diciendo claramente que tengo que reaccionar, que si me quedo tirado en la bañadera, la muerte se va a hacer una fiesta bárbara. Junto fuerzas y no puedo, la mosca empieza a zumbar y ahí sí, me paro de una, saco el tapón, agarro una toalla y le empiezo a dar con todo. La bajo al tercer intento, cae sobre el agua  y la veo en su recorrido final mezclada con agua sucia y restos de shampoo hasta que se escurre por la rejilla. Soy Sandokan. Un Sandokan chivadísimo.
Pienso en que Lisandro Aristimuño escribió una canción cuando tuvo mucha fiebre.  En los compañeros que pegaron carteles en la campaña de Fernández Meijide, en los amigos que se hacen los que tienen inseguridades  pero que reprograman garches por no tener disponibilidad y en que son esos los más peligrosos porque nos roban el relato.
Pienso en que como dice un amigo, la conchetas se van sin que te des cuenta, con una sonrisa cierran la puerta y no las ves nunca más, todo muy impecable.
Entonces, volvemos a ser nosotros mismos, hay que estar atentos, interpretar las señales, buscar la falta y meter uno de pelota parada.

viernes, 1 de noviembre de 2013

elecciones



Un par de cosas sobre el tema:
Que nadie corta con su novia un día de elecciones.
Que una vez comí me pasé de rosca con los amarettis en las mesitas de afuera de la confitería El Torreón de Belgrano R mientras mi abuelo me contaba quién era Masaccesi.
Que el encargado del edificio donde me crié votaba a Erman Gonzalez aunque no se presentaba.
Que en el primario al que fui se hacían simulacros de elecciones para fomentar la cultura democrática, que el partido que me tocó integrar se llamaba “Escudo Político” y salió tercero de cuatro. A mis compañeros de lista no les importó mucho, yo lloré.
“Que elecciones, elecciones en serio son las que terminan a los tiros como las de la UOCRA, pibe”
Que a mí las que más me gustan son las de la facultad de derecho de la UBA, sobre todo ese lapso que va desde las ocho de la noche hasta que empieza el recuento de votos en la madrugada. Con el asado de las agrupaciones y los cantitos.
Que fui yo el que rompió aquel vidrio de planta principal en las elecciones de 2011.
Que hace poco en una fiesta me dijeron que escribo en una que orgía que hace política para la UCR.
Que respondí que no me importaba nada. Porque fui de candidato a diputado por el partido de Moyano en la Capital.

viernes, 21 de junio de 2013

PARA MANU GINOBILI

Limitarse a bancarte, Manu. Era esa la mejor manera de homenajear a la bandera en este 20 de junio.
Por eso el grupo de amigos se juntó completo después de mucho tiempo, compramos vino fuerte y había picada. Semicírculo entorno a la transmisión de ESPN HD, silencio expectante sólo interrumpido por el Gordo diciendo que tu amigo Montecchia usando traje da a travesti y el timbre con varias cajas de pizza.
El capo se la juega (tengo un amigo que se llama “capo” de apodo): “Lebron es como el Chino Ríos, el mejor en un contexto devaluado, no da campeón”. “El basket dejó de ser lo que era después del Guante Gary Payton” contesta Diega y de repente los pibes sorprenden con un conocimiento basketbolístico que había quedado oculto debajo de sus bandas de música o posgrados.
Pero algo de razón tiene,  cómo olvidar la  épica de la NBA en los noventas con la dupla Guante Gary Payton y Shaw Kemp obligando a los Bulls de Jordan a un sexto partido en la final. Se dijo que Chicago dejó pasar el quinto porque querían cerrar de local, lo cierto es que el MVP era para  Kemp pero como los Sonics perdieron no se lo quisieron dar.
Dirán que soy un viejo verde, que no es mejor ahora, que sólo éramos más chicos. La NBA se veía por el cristal del domingo a las doce de la noche en una contienda  agónica entre  Paenza y mis viejos mandándome a dormir.  Apagaba un ratito pero cuando ellos se iban, volvía a prender y  ese estado de vigilia hacía  más poderoso a Reggie Miller y más injusto que  Stockton- Cartero Malone no hayan conseguido un anillo. Lágrimas en la derrota de Orlando con el triple de Sam Casell, alto respeto a la esotérica cara de Nick Van Exel.
No se me ocurría pensar que en esa locura hubiera lugar para un argentino.
Porque convengamos cuánta más literatura tiene la NBA que el torneo inicial. Esos apodos: el guante, el cartero, el chico de la luna, ni que hablar del AK 47 Kirilenko o Black Jesus Stoudmire. Acá el último bueno que tuvimos fue el “Kun” Agüero. Ahora, como dice Fabián Casas,  los periodistas deportivos dejaron de pensar: si hay un Ayala le vuelven a poner el ratón.

El dueño de la franquicia no larga el micrófono y el Chino Ríos lo mira con desdén. Después habla el comisionado, “es como Grondona” arriesga “capo” que tira por la borda todo el capital simbólico basquetbolisitco  con el que se había hecho durante la noche.
Finalmente, bastante amargados  apagamos la tele.  Creo que lo que nos liquida es no saber cuánto tiempo puede llegar a pasar hasta que haya otro como Manu, que nos obligue a  ejercitar la memoria, a hablar de basket, a pedir cajas de pizza, a juntarnos. En mi caso, a escribir.

Todo lo que hiciste en esa liga, Manu. Entraste a una galaxia que parecía impenetrable y armaste un despelote que nunca vamos a olvidar.

Gracias por tanto, Manu,  ojalá juegues una temporada más.




domingo, 3 de marzo de 2013

Country Story - Parte II


A los quince años Gus era virgen y anotaba cada película que veía en una libreta. Registraba el  nombre del director, los actores principales y le ponía una nota que siempre redondeaba para arriba. Disfrutaba más del momento de calificación que de la película en sí.
Cuatro años después, le hablaría  a Mara de ese hábito a la salida del Belgrano Multiplex pensando que eso podía sumarle. No se equivocó  porque terminaron de novios todo el año del CBC,  clave, porque esa relación le dio un ejercicio  sexual que no se consigue en  todas partes.
Pero a los quince, Gus todavía era virgen y pensaba que debía pasar las 207 películas vistas a un archivo de Excel teniendo en cuenta lo esforzadamente pequeña que venía siendo su letra para entrar en las hojas de la libreta.
Andaba parejo el tercer año del secundario de Villa Urquiza: la mitad de los pibes habían debutado y la otra mitad todavía lo miraba desde el banco.  El número uno era “Cheto” que no se había ganado el apodo por ir de shopping ni por estar gravado con ganancias sino a través de la degeneración de su apellido “Edtcheto”. Pero el pibe neutralizaba el apodo con triunfos: lucía desde primer año una zarpada barba,  daba la impresión de venir cogiendo desde el jardín de infantes y ahora, encima se bajaba a las de quinto. En el otro extremo estaba el Gordo Bender que con una singular capacidad para acumular tics nerviosos, iba depositando con la sumatoria de ellos cualquier posibilidad de garche en una galaxia más alejada.
 Y en el medio estaba el resto pero con una sostenida tendencia hacia al debut. De hecho cuando Domi, el  mejor amigo de Gus, le contó que finalmente la había puesto con una del club, sintió que ahora  sí le tocaba a él.
_ Igual es bastante putona , dijo Domi con sinceridad.
Pero Gus ya no lo escuchaba y  sentía que le habían colgado  una mochila cargada de  arena en la espalda.
_Fill in the gap with the words of the list, repitió Bitch.
Bitch era la profesora particular de inglés que preparaba a  Gus y a Lucas para dar el Advanced , exámen que viene después del First y antes que el  Proficiency.  Después ya no hay nada, bah  ahora inventaron los grupos de conversación en confiterías.
Bitch no era mala profesora y trataba de poner en las clases material  audiovisual para que no sean aburridas,  pero igual  cuando Lucas empezó con el apodo,  Gus lo bancó rápido. No podía  soportar que le metiera tanta pausa a las películas para forzarlos a hacer entre escena y escena ejercicios por escrito. Para eso era preferible limitarse a hacer essays o letters of complaint.
Gus había decidido que  las películas que veían en las clases no  se anotaban en su libreta.
“Día de bitch”  decía Lucas puntualmente cuando se encontraban  a las 17: 30 en la puerta del edificio que Bitch usaba para dar las clases, “bitch (…) puta” agregaba como si hiciera falta traducción. El lugar era  un bloque gigante ubicado en Barrancas de Belgrano, de esos que para acertar el timbre hay que ubicar con el dedo índice primero el piso y después recién ir por la letra del departamento en una fila que iba hasta la “k”. Esperaban hasta y treinta y cinco abajo porque habían calculado que entre esa demora y lo que tardaba el ascensor perdían  diez minutos netos de clase.  En general andaba por ahí  Candido, el encargado del edificio, un tipo al que le costaba mucho entablar cualquier conversación  sin terminar insultando._ ¿Cómo están chicos? arrancaba siempre cordial. Pero al toque algo se le desconfiguraba y pasaba a agarrársela con la filtración de alguna vieja que al parecer era hijadeunagranputa e imposible de solucionar.
Un martes invernal Gus  caminaba bastante preocupado las quince cuadras que lo separaban del edificio de Bitch. Lo hacía con la mirada en el piso,  sólo despegándola para cruzar Cabildo y para después comprar un paquete de Mogul que liquidó de a dos gomitas en menos de un minuto. Cuando llegó, pudo ver a Lucas que había dejado su bicicleta apoyada en la pared opuesta a la del  portero eléctrico y lo saludaba con un resignado:_ Hay bitch hoy, qué paja.
Mientras esperaban a que se hicieran y treinta y cinco  vieron cómo dos pibes de unos veinticinco años  iban probando timbres, por lo que escuchó Gus se debatían entre el octavo “c” y el “ k”. Uno de los dos,  que andaba en remera a pesar de que era un día para buzo mínimo se dirigió a los chicos y les preguntó: _ ¿Las locas es el “c” o el “k”, saben? Gus que no había  entendido la pregunta  se quedó callado mientras que Lucas empezó a preguntar de qué locas hablaba cuando emergió desde el hall central Candido que abrió la puerta y los hizo pasar con cara de que los estaba esperando.
¡Locas, hay locas! gritó Lucas mientras sonreía.
¿Locas? preguntó Gus, todavía desconcertado.
_ Sí Locas, putas, prostitutas  enumeró Lucas  anulando cualquier posibilidad de duda.
La bicicleta de Lucas hizo que entraran apretados en el ascensor de tal forma que no podían mirarse, pero no hacía falta, no necesitaban cruzar miradas para saber que la re contra iban a hacer. Gus no sabía demasiado de su compañero de inglés, le caía bien pero ni siquiera eran amigos, los había juntado Bitch porque estaban preparando el mismo exámen. Debe estar en la misma que yo, pensó Gus, mientras se abría la puerta del departamento donde se daban las clases y se retiraba una alumna que rondaría los cuarenta años.
La clase de ese día fue particularmente desordenaba. Sumado a que los dos ella entraron  dispersos, en nada  cooperó la tremenda baranda a faso que se colaba desde el departamento de al lado. Lucas pateaba a Gus por debajo de la mesa para  señalárle que Bitch no se había dado cuenta del olor y él trataba de contener la risa que aunque incipiente, terminó delatándolo.  La profesora le preguntó si tanta gracia la causaba el peinado pasado de moda que llevaba Sue, personaje  del student book con el cual estaban ejercitando. Y ahí sí, Gus estalló con una carcajada incontrolable que incluyó lágrimas y hasta un pedido para ir al baño a lavarse la cara.
_ No podemos ir cualquier día, mirá si estamos entrando y justo nos pesca Bitch, dijo Gus mientras se despedían en la vereda.
_ Los jueves después de nosotros viene los empresarios, Bitch contó que hacen el intensivo. Eso nos da una hora y media para ver a las locas y después irnos sin cruzarnos con ella. El jueves vamos, propuso Lucas.
_ ¿Hacen el intensivo, estás seguro? preguntó Gus sorprendido ante el ataque de logísitca de su compañero.
_ Sí, sí y el intensivo dura dos horas,  yo la escucho, no como otros eh, la voy a romper en el advanced si sigo así,  contestó Lucas con cara de feliz cumpleaños mientras se subía a la bici. Se dieron la mano y Gus emprendió la vuelta a su casa: ya era de noche y para agarrar Echeverría tuvo que esquivar a un mendigo con frío  que le pedía una colaboración.
Esa noche tuvo dos sueños: uno porno con las locas  y otro paseando por los bosques de Palermo con Sue, ella vestía un conjunto deportivo adidas todo turquesa y hablaban de actores de cine que a ella le gustaban.
 La noche siguiente no durmió ni soñó.
El jueves de colegio fue interminable, lo carcomía la ansiedad por lo que se venía a la tarde.  La última hora se le  consumió mirando a Cheto y  pensando lo mucho que se le notaba que cogía: se deducía de la forma  en que estaba sentado, de la mirada que ponía ante el relato de la profesora y en la forma en que dibujaba el logo de Ac Dc sobre las fotocopias del libro de historia argentina de  Luis Alberto Romero.
En su casa lo esperaba un almuerzo de milanesas y ensaladas que apenas probó.
Se encerró en la pieza, abrió el Excel y empezó a pasar la libreta, se prometió no parar hasta las cuatro y media que era la hora de cambiarse y salir.  Cuando por fin llegó la hora iba por la setenta y cinco que era una cualquiera. Película: Cálculo Mortal; director: Barbet Schroeder; actriz: Sandra Bullock,  puntaje: siete.
Qué manera de regalar nota, pensó, mientras se abrochaba el cinturón de jean y agarraba una mochila con el logo de una banda de música apenas visible por las inscripciones en liquid paper que lo tapaban.










miércoles, 20 de febrero de 2013

Orgía de los Enamorados

http://orgiadeprimavera.tumblr.com/


La primera vez que me enamoré tenía nueve años y estaba en Brasil. Su nombre era Juliana pero como las cosas funcionaban en portugués, se llamaba, en realidad,  “Shuliana” y eso lo cambiaba todo. Andaría por los doce y era la nieta del intendente del pueblo costero donde mi abuelo había comprado una casa.
La conocí el día que decidí dejar de pasarme toda la tarde escuchando el walkman o,  mejor dicho, el día que junté los huevos para cruzar la calle y preguntarles a los chicos que jugaban en el jardín de enfrente si podía sumarme. Diogo, que se presentó como el hermano mayor de la familia dijo que no  le molestaba la participación de un argentino, que estaban jugando a las escondidas y que la prenda para el perdedor era ponerse en calzoncillos, entrar a su casa y pedirle a la  abuela un vaso de leche.
Ya no podía echarme atrás así que respondí en portuñol que me parecía todo muy bien.
Alguien dio la orden de inicio y al toque sentí a Shuliana que agarraba mi  mano y  decía  que el escondite perfecto era el paraíso.
Corrimos un trecho largo hasta que el  terreno se hizo descendente, nos adentramos en unos árboles, empujamos unos arbustos,  escalamos más de una  roca y por fin llegamos.
El paraíso era una caverna limpia rodeada de flores con un piso de arena mostaza que entraba mansamente en contacto con el mar.  Recién ahí dejó que nuestras manos se soltaran. Mirándome a los ojos dijo que era paulista y que eso era bien distinto a ser paulistano porque los paulistas vivían en la Capital y los paulistanos en el  resto del Estado. 

viernes, 18 de enero de 2013

Country Story – " Lote 63 "


Gus bajó de la autopista y quedó depositado en la entrada.
A menudo, para llegar a esos lugares es necesario perderse un poco: pasar una estación de servicio, tomar de referencia un puente, preguntarle a una vieja.
Pensó que estaría bueno no frenar y llevarse todo puesto. Estaba para algo así: un ingreso con pompa, sin pedirle permiso a nadie. De Gaulle entrando a Paris.
Pero sus impulsos triunfalistas, como de costumbre, fueron evaporándose y de repente pudo sentir emergiendo una cara de tipo solvente,  esa que le venía saliendo cada vez mejor desde que había cumplido veintiocho.  Fue tal  la efectividad de la pose (ojos ligeramente hacia los costados, mano en la pera)  que en unos segundos la barrera que impedía la entrada al country se abrió de par en par y el de seguridad acercó un planito sobre el que dibujó una flecha azul cuyo trazo  desembocaba en el lote 63.
_ Al  boludo de de atrás le revisaron el baúl, dijo Chucky que viajaba en el asiento de acompañante.
Y como si lo  hubiera dicho sólo  para entrar en calor con un stand up, sentenció: _en los countries no hay gente caminando, sólo trotan o usan el auto ¿ es buena esa , no?, preguntó retóricamente para al toque responderse: _pero  choreado de Claudia Piñeiro, no la inventé yo.
_ Mirá justo! gritó, con tono de plateista que viene vaticinando que el gol va a ser de corner.
El auto iba a diez por hora mientras eludía carteles de “vaya despacio” así que  los dos pudieron ver las miles de gotas de transpiración en el torso desnudo de un pelado que venía al trote suave mientras hacía  muecas de esfuerzo.
Contra los pronósticos, llegaron al lote  63  con facilidad y cuando estuvieron delante de la casa (que era enorme) se bajaron lentamente del auto como suele suceder cuando se llega a un cumpleaños y sólo conoce al cumpleañero. Lo primero que vieron fue a una mujer jóven con delantal que parecía ser la empleada doméstica y a una nena con pinta de ser su hija: tendría unos diez años, llevaba bikini y caminaba detrás de ella persiguiéndola.
Mientras buscaba al cumpleañero, Gus hizo un paneo general que  le permitió detectar mucho huevo y a una piba a la que conocía de alguna parte.
_En estos lugares no te hacen una bondiola ni en pedo ¿viste? comentó Chucky mientras iban por la décima porción de pizza a la parrilla que, a esa altura, era con champiñones y morrones. Gus  contestó que el Cynard con pomelo estaba muy bueno y para reforzar la opinión se sirvió un vaso completo  que arrastró a la pileta y dejó apoyado en el borde mientras se sumergía.
Al salir, no lo vio por ningún lado. Dudó de la chica a la que conocía de alguna parte pero  estaba bastante alejada charlando animadamente con un semicírculo de varones.
El enigma se resolvió por sí sólo cuando el cumpleañero se acercó y le dijo un poco avergonzado: _“mi mamá no quiere que se tome en la pileta, te puse el vaso en la mesa, pero se está armando un fútbol, ¿te prendés? ”.
Gus estaba lesionado pero no dudó en contestar que sí.  En realidad habría jugado de marcar a Cristiano Ronaldo con tal de alejarse un poco de la pileta y el vaso. Pudo ver a la distancia a  Chucky haciéndole un gesto con un vaso de plástico de que ni en pedo jugaba.
El fútbol era un terreno de seguridad, sabía que aún lastimado no desentonaba. Se acordó de los panyquesos del colegio,  la tranquilidad de saber que lo elegían entre los primeros y la lástima que le generaban los que jugaban mal o directamente no jugaban. En su escuela, quizás por ser privada y con perfil progresista había curiosamente un número muy alto de pataduras lo que potenciaba sus virtudes.
En el camino a la cancha,  los amigos del cumpleañero le informaron que como en todo buen country  se jugaba en patas. Escuchó detrás suyo un grito: _¡ bostero,  eh bostero asqueroso!
 Sintió cómo  le tocaban la espalda:_ ey bostero mugriento, ¿cómo estás tantos años?
Gus se dio vuelta para encontrarse con la figura de un pibe de su edad  pero tostado,  forzudo y con una gran sonrisa que le preguntaba _ ¿no me reconocés?, _ Soy Martín, Martín Bender.
Recién entonces, Gus pudo descubrir en esa  maya de bermuda y  abdominales de propaganda al gordo Bender.
_ Soy el gordo Bender, dijo el gordo Bender que por nada en el mundo bajaba la intensidad de su sonrisa. _Estás hecho mierda, chabon, qué alegría verte! Qué contás?, gatilló.
 Y tenía razón. Gus  estaba según sus propios dichos en un pésimo momento.   Aparte le daba una  paja tremenda hablar con el gordo Bender que encima ahora  parecía un modelo de la revista Hombre. Sus ojos buscaron en el piso algo para decir.
El gordo Bender se había manejado en la escuela con la suficiente inteligencia como para encontrar el curro de ir al arco lo que lo colocó en el primer tramo de los paniquesos durante dos años y al mismo tiempo le garantizó suficiente inmunidad en lo que refería a cargadas ligadas a su peso y a un tic nervioso que consistía en frotarse constantemente las manos. Eso duró hasta que el primer intercolegial donde le llenaron la canasta y se terminó la mentira. O  en realidad empezó, porque el Gordo le dio duro y parejo a la historia de que su papá fabricaba toboganes de agua para parques de diversiones lo que le sostuvo la imagen positiva hasta que  el chino Juan Manuel reveló que su mamá había comprado una cama en el negocio de muebles que tenía el padre del gordo en Avenida Juan B Justo.
Se acordó también Gus de cuando el Gordo Bender le dijo que Laucha era pobre. _ Me quedé a dormir en la casa ayer, le hicieron lavar los platos, yo zafé porque era invitado. Ahí no hay  una chica que limpia como en nuestras casas, Gus. Se acordaba patente del gordo diciéndole eso y frotándose  las manos a lo loco.
Gus levantó la cabeza y le dijo mientras lo miraba fijamente: _ Gordo, me garché  a tu vieja hace dos semanas.
El gordo lo miró dudoso sin dejar de exhibir sus dientes blancos y luego  estalló:_ A tu vieja me la garché yo ayer a la noche, no sabés lo cansado que estoy, bostero, es fana de la japi, no te das una idea.
Se rieron juntos un rato hablando de cómo habían quedado enlechadas sus respectivas madres, se dieron un abrazo y  prometieron sin demasiado entusiasmo hablar para juntarse. No llegaron a pasarse  los celulares.
Gus pudo ver cómo a unos metros se preparaba el inicio del partido. Pensó  lo injusto que  había sido chocarse al gordo Bender teniendo en cuenta la cantidad  de veces que había hecho fuerza mental para cruzarse a Cintia Paredes en el subte.  
  

viernes, 11 de enero de 2013

El bando loser


Probó durante medio año calmar el dolor con kinesiología, eutonía y acupuntura.  Tuvo, también,  un paso por la reducación postural global, la osteopatía y la quiropraxia. Nada funcionó lo suficiente.
Neurocirujanos, traumatólogos generales y de columna son los tipos de médicos a los que visitó en ese lapso. Extremistas de la operación algunos, enemigos acérrimos del quirófano otros. Ególatras encendidos, todos.
“Cronoterapia” afirmó el anteúltimo al que concurrió. “Se trata de  cronoterapia” repitió el  doctor con postura de estoy diciendo una genialidad para enseguida preguntar “¿entendés lo que significa?” y sin dejar hueco, pasó a responderse a sí mismo: “que hay que dejar pasar el tiempo, que esto tendría que curarse sólo
Entonces, adujo que había entendido lo de la  cronoterapia, que no era tan difícil, ”crono” significa “tiempo” y  el cronómetro es desde hace mucho un elemento de uso masivo  pero que de todas maneras no le convencía porque el dolor era mucho y la consulta de ochocientos pesos (esto último no lo dijo pero lo pensó) si no era posible hacer algo más. El doctor quiso saber si era ingeniero y ante su respuesta negativa concluyó que sólo cabía esperar un tiempo a  que bajara la molestia y que si no cambiaba, recién entonces iba a evaluar una alternativa.   
Los pisos del sanatorio están impecables, sentado en la silla de ruedas protocolar y mientras el enfermero va colocándole un camisolín celeste, el ángulo de visión le permite detectar la presencia de por lo menos tres plasmas que transmiten una programación de televisión interna: ahora dan algo sobre embarazadas. Piensa en la época en que no le dolía el cuello.
El primer síntoma lo sintió en aquella movilización sindical a la que había asistido con bastante desgano. Un pinchazo leve en la parte izquierda de la nuca cuando hablaba el cuarto o quinto orador. Después,  otro puntazo más agudo en la zona de la escápula cuando un extranjero de rastas rubias, bermuda y lata de cerveza en mano se acercaba a un compañero con la  pregunta de: “¿this, revolution?”, llevándose como respuesta a su irreverencia un escueto: “not that much, not that much”.
Después: quedarse duro en el inodoro, el espejo viniéndosele encima, las articulaciones tensas y frágiles a la vez, el libro de Alejandro Zambra cayendo al agua meada, manotear el celular, el  bueno de su papá viniendo en su auxilio. Desoxametazona y  Celestone Crono 12  en forma de inyección aliviadora sólo después de sortear a una malcogidísima recepcionista de la guardia que lo hizo esperar una hora mientras se retorcía de dolor.
Maneras de capitalizar desgracias de esta índole: escribir un libro. La típica.
Pero ya estaba y  muy bien escrito por Damián Tabarovsky ;  el título: Autobiografía Médica.
Entonces cambió los programas políticos por las  series estadounidenses, un capítulo atrás del otro y gelatina mucha gelatina porque el frío en el estómago le aliviaba la pesadez de los antiinflamatorios.
El aire acondicionado está al palo, por debajo del camisolín siente cómo se le pone la piel de gallina en las piernas, hace más frío que en los “shops” de las estaciones de servicio. Le pregunta al camillero que se acerca para llevarlo si no hay alguna “promo” de caja, si aparte de sacarle el disco no le pueden hacer un engrosamiento peneano. 
Está llegando el momento. Cierra los ojos y trata de pensar que es un soldado en Malvinas, que es una misión heroica,  que lo hace por la patria.
Pero ya no funciona el walkie talkie, del resto del pelotón no hay novedades, algunos generales ya traicionaron y Menem planea candidatearse de nuevo  a gobernador de La Rioja.