sábado, 28 de septiembre de 2019

Carta a un amigo que siempre me ganaba al Winning.



La primera vez que te rompiste la rodilla, jugabas con el Arsenal y yo con el Inter. Me acuerdo del gordo Adriano, de Zanetti… no mucho más. En esa época, podía recitar la formación de memoria y sabía el apellido de todos los que comían banco.
Cada tanto, jugábamos con selecciones. De hecho, así empezó todo.“Si jugás con Francia y ponés 4-4-2 sos pésimo”, me dijiste saliendo del cuartito en el que guardábamos los afiches de la agrupación. Y yo, que obvio, jugaba con Francia y formaba 4-4-2, no tuve más remedio que desafiarte. ¿Vos jugabas con Brasil, no? Cuando transitás los veinti y tenés buena memoria creés que nunca vas a olvidarte de nada. Supongo que es un derivado de la omnipotencia de esa edad: te tenés un montón de fe en controlar las cosas. Cero conciencia de los mil palos que te vas a devorar.
Pero ahora estoy acá, haciendo fuerza para recordar a algún otro fulano que jugaba en el Inter. Escribo esto todavía viviendo en Freire. La semana que viene, me mudo. Es viernes a la tardecita: ya está oscuro porque el invierno acecha. Paula estudia. Hace poquito empezó la carrera de nutrición y está muy metida. Mientras, yo tomo un poco de whisky para ver si así me transformo en escritor en serio. A mí también me encanta el concepto ese de Nico de hacer cosas en serio: bailar en serio, escribir en serio. Le doy un trago y sale un jugador más. Materazzi. Era marcador de punta.
Siempre jugabas con el joystick y quizás tenías otro. Y si no, hubieras tenido cero drama en meterle un tiempo y un tiempo o que, directamente lo usara yo porque te gustaba que fuera justo: no sacabas ventaja con pelotudeces. Sólo boqueabas. Muchísimo. Pero la verdad, que toda esa parafernalia retórica me hacía cagar de risa. Al revés que todo el mundo, cuanto más boqueabas, mejor jugabas. Eso me llamaba la atención porque le pasa a muy pocos. A Chilavert, por ejemplo.
Lo cierto es que, como decías, siempre disfruté con el teclado. Pegarle con shift d o la barra, la verdad, que tampoco me acuerdo de los cursores, pero sí de que me cabía mover los dedos sobre la superficie apenas rugosa de las teclas. ¿Le pegaba con la D, pase con la S y centro con la A? Este whisky está bárbaro. Tu teclado era blanco. En un momento, se habían puesto de moda los negros. ¿Te acordás? Alguna vez, tendría que ponerme a escribir sobre computadoras. Hay literatura en el destino triste de las empresas (seguramente pymes) que fabricaban accesorios para PC. No se si te suena, pero en un momento, hubo unos cobertores a medida para las compus de escritorio. Eran unas fundas que evitaban que se llenaran de polvo esos monitores soviéticos gris cremita que pesaban como veinte kilos. Otro producto que tuvo su cuarto de hora fue una especie de lupa que se ponía adelante de la pantalla: ayudaba a no forzar la vista. Ese plástico se ponía cada vez más amarillo. Manejaba la escala cromática de los dientes de un fumador empedernido.También llegué a ver unos ganchos que iban al costado: como unas orejeras para sostener papeles.
No voy cronológicamente. Obvio que todo lo que digo fue mucho antes de los Winnings que jugábamos en esos primeros años de la facultad, pero qué importa: ya hace tiempo que dejé de ver tanta virtud en los textos ordenados. Quizás, sea consecuencia del hastío de los escritos judiciales.
También me acuerdo de unos teclados curvos que te vendían como anatómicos: eran enormes. Después, obvio, el mouse estático: había que sacar la bolita para limpiarlo. Era flashero que fuera tan pesada. Una secuencia que todos nos acordamos son esos ruidos alienígenas que hacían los modems; anulaban cualquier intento de conversación que hubiera en la zona.
Antes del Winning, en los tiempos de la escuela primaria, se jugaba al PC Fútbol. Para instalarlo, había que usar como siete diskettes. Instalando. Diskete 4/7. Si se frenaba, cagabas y había que volver a empezar. Mientras se cargaban esas mil barras que oscilaban entre el gris y el azul, había tiempo como para preparar un exámen de historia: leer los detalles de las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón. De Cancha Rayada también. Siempre me volvió loco el nombre de ese combate. Para poder entrar al juego, había que poner un código. Sólo acertando una combinación con los escudos de los equipos, se accedía al menú de opciones. Como ningún amigo lo tenía original, había que pedirle a conocidos de conocidos que te habiliten una fotocopia con las claves. La otra era hacer prueba y error: un laburo que podía llevar meses.
El otro día, fuimos al estudio de grabación que abrió el Pollo. En una especie de sala de espera instaló un arcade con videojuegos infinitos. Los pibes probaron un rato el Mortal Kombat y después, empezaron a joder con el de Los Supercampeones. No me lo acordaba. Es rarísimo. A pesar de correr diez minutos seguidos, los jugadores no llegan a cruzar mitad de cancha. Las cámaras te muestran sólo las piernas: no tenés una mínima idea del contexto de la jugada. Pero más allá de esa lisergia oriental, lo increíble fue ver a Diega manejando la palanca y los botones. No sólo se acordaba de las combinaciones para que el tiro de los Korioto se clavara en el ángulo sino que, cuando la pantalla se llenó de conceptos japoneses, empezó a armar frases que activaban trucos. De repente, en vez de jugar con un equipo de cuarta, éramos la selección de Brasil. Steve Hyuga tenía energía infinita y a Richard Tex Tex le crecían alas. Delirios. Diega es secretario de una fiscalía federal ¿entendés? ¿Qué parietal de su cerebro se habrá activado para descifrar esos ideogramas imposibles y de repente, pilotearlos como si fueran su lengua materna? El flaco se los acordaba, las letras japonesas habían quedado tatuadas en algún rincón de su masa encefálica. Mirá que yo nunca fui fan de “los trucos”, no me cabe el bidón de Branco virtual, pero lo que hizo Diega el otro día fue hermoso.      
Volviendo a las computadoras, mi momento preferido fue cuando se puso de moda instalar unos ventiladorcitos para que el CPU no recalentara y funcionara más rápido. Era un aire que favorecía la productividad. Servía para humanizar a ese artefacto nuevo que mis amigos conocedores, los que podían desarmarlo llamaban cancheramente “la máquina” y que, cada vez, cumplía más funciones en nuestra vida.
Tranquilizaba saber que, como nosotros, la computadora necesitaba respirar.


Retomo el texto ya mudado a San Telmo desde un Starbucks en el que pasan una música clásica que pretende ser moderna. Es pésima.Vinimos porque todavía no hay wi fi en el departamento nuevo, pero esta lluvia delirante y el gran corte de luz de ayer, dejó sin internet al local. Siempre me voy a acordar de que la primera mañana en la nueva casa fue la del corte mundial de electricidad. Al menos eso creo ahora. Quizás, termine pasando lo mismo que con la formación del Inter.
Paula está con mi compu escribiendo porque tiene un deadline así que yo le meto al google docs desde el celular y consumo datos como un enfermo. Releo lo que escribí y me pregunto si no es demasiado nostálgico. Parece un precalentamiento de melancolía para adaptarme rápido a vivir en el sur de la ciudad. Quizás sea una exageración, no sé realmente cuánto queda de esa zona de compadritos que te acuchillaban y después se bajaban un vino Toro escuchando Julio Sosa. Pero bueno, también debe estar pegando la época del año. Como le escribió alguna vez Cristina Peri a Cortázar: “quién no es un poco melancólico en otoño, a las seis de la tarde en Buenos Aires, Montevideo o Barcelona.”
Ahora que me acuerdo, Zambra escribió sobre computadoras en ese libro hermoso que es Mis Documentos. Qué grande Zambra. Me respondió un mail cuando fuimos a Santiago, dijo algo así como que sonaba fantástico conocernos (le hablé de nosotros: esos abogados fascinados con su obra), pero que no podía vernos porque estaba viviendo en México. Lo sigo en instagram con Los Fatales: intercambiamos un par de mensajes. Lo amo. Ahora, estoy leyendo a otro chileno. Este Pedro Azócar que Joni no soportó, bah, ese que decidió leer en un sólo día porque decía que le hizo daño. Ese que Pablo dice que es material radioactivo. Los pibes me pidieron que no te lo pase ahora. Yo no estoy tan seguro. Quizás sea una buena lectura para el post operatorio. Decime vos. Bueno, el tema es que lo leí hasta recién y, como vos decías que decían los coordinadores de Travel Rock en los dos mil, explota. Me dejé un cuartito para mañana. Ese broli me dio tantas ganas de escribir que lo intento ahora aunque tenga que usar el teléfono y su tecladito insonoro e hipersensible. Histérico. Para revertir las condiciones adversas, evoco esa concentración con la que jugábamos al Winning. Le estoy agradecido a Azócar: cuando un libro te da ganas de escribir, es genial.
Es tal cual como decías: siempre me gustó el teclado. Sobre todo, los de teclas duras que sobresalen. Los de las notebooks tienen menos profundidad. Menos capacidad de tecleo. El otro día, vi que lanzaron uno que recrea el de la máquina de escribir. No se si es un flash o una hipstereada infumable. Me inclino más por la segunda opción.
En el laburo, los días que estoy medio sensible, me duele el sonido del teclado de mis compañeras. Ese traqueteo de la productividad.  En la fiscalía, menos el Loco, son todas mujeres y le dan duro. La que se sienta al lado mío, se llama Flor. Se sienta derecha y le mete. Escribe con compromiso. Eso que dicen Aguirre y Kessel, un empilcharse para escribir dictámenes: los pequeños gestos necesarios para escapar del estado de ánimo judicial, esa burocratización. La ataraxia en el peor sentido de la palabra. A Flor la interrumpo seguido, hablamos mucho de fútbol y me soluciona cualquier problema que tenga con la compu. También me aconsejó que me comprara un celular Huawei que resultó bueno y me tiró la posta sobre un vaso térmico que pegué por Mercado Libre para regalarle a Paula. La verdad, que no puedo pedirle más.
Para mí, la escritura es con el teclado. A pesar de eso, tengo siempre una libreta conmigo. De hecho, las primeras ideas para este mail las escribí ahí con una birome uniball, esas que “corren” lindo. La birome es clave. En eso soy un cheto de Belgrano a full. Seguro que es cierta la vieja idea de que si querés escribir, escribís pinchándote el dedo con un escarbadiente y usás la sangre como tinta para completar una y cien servilletas choreadas de mesas de turistas que toman café en las mesitas de afuera de la London, las que dan sobre Florida, pero a vos no te la voy a caretear: yo con la bic, no puedo. Se me traba en el papel, no me entiendo la letra. Por eso, a la libreta la banco aliada con una buena birome y para anotar ideas: puntas para textos que, en el mejor de los casos, ganarán volumen después desde el teclado. Estoy por terminar la segunda libreta desde que perdimos la elección en 2015 y volví a escribir. Entonces: la libreta, más un google docs que se llama “cosas”, más las notas del celular y así dispongo de un arsenal de anotaciones que eventualmente (menos del diez por ciento para ser sincero), cristalizan en un poema.
Sigo con el celu. Muevo los dedos rápido y no le doy bola a los errores de tipeo para no perder el impulso de la escritura, pero me pasa lo de siempre, no me gusta leer desde la pantalla, menos desde una chiquita. En el laburo, trato de imprimir porque necesito subrayar y hacer anotaciones. Si no, siento que no leí en serio. Tengo que hacer mierda los textos. Creo que por eso, me molestan las cuentas de instagram que recomiendan libros impolutos con fotos de cafés con leche y bibliotecas todas ordenaditas. Esa escenografía me queda lejísimos. La experiencia de la literatura para mí no es completa sin hacer notas al margen con birome o sin intentar algún comienzo de poema en las hojas en blanco que vienen de más al final. Algunos dicen que eso es faltarle el respeto al libro. Están en pedo. Todo lo contrario. Nos quieren convencer de que la experiencia de la literatura pasa por apoyar un libro al lado del lemon pie en Le Ble.
Otra cosa que me parece una boludez y está re instalada: los libros no se prestan. Hasta hay un dicho: “el que presta un libro es un bobo, pero más bobo es el que lo devuelve”. Nosotros somos ejemplo de que todo lo contrario. Se disfruta mucho más de un libro cuando lo lee un amigo y después podés comentarlo. El flash se incrementa todavía más si no solo lo lee un amigo sino que lo lee todo el grupo de amigos. Como nos pasó con City de Baricco, con Bonsai de Zambra y está pasando ahora con El Señor que Aparece de Espaldas de Azócar. La literatura garpa mucho más cuando se transforma en una experiencia colectiva. Pero bueno, como decía Benjamin en El Narrador, estamos frente a una crisis de la experiencia. Y van también por el libro que al contrario de lo que muchos creen, no tiene magia propia. Si aniquilan el ritual, no va a tardar mucho en convertirse en sólo un puñado de hojas encuadernadas con tapa dura. Por eso, los covers de poemas que sacamos el otro día: hay que buscar otros espacios, otros dispositivos. Y claro, ritualizarlos. Como dice Calasso, la fe es la confianza en la eficacia de gestos rituales.
Bueno, vuelvo a las pantallas y a la paja que da leer desde ahí. El otro día, Nico me pasó un texto justamente de Calasso para una propuesta que tenemos ganas de armar. El tema es que estaba sólo en Scribd. Él se acordó de que el Tío tenía cuenta de eso y como nos acordábamos su mail, probamos una clave. Entramos al primer intento. Perón1945. Fue hermoso ver cómo después de poner el nombre del General, la pantalla se desbloqueaba y las ventanas se desplegaban mansamente hasta abrir el texto que buscábamos. Una sensación parecida a la de pasar de pantalla en los fichines.
Antes te contaba del libro de Azócar. Vas a ver que viene con una dedicatoria de no sabemos quién a no sabemos quién. Cosas fascinantes de los libros usados. ¿Cómo termina en una mesa de saldos uno tan bueno como este? Lo primero que pensé fue en que la antigua dueña debía haber sido víctima de una crisis económica, pero una seguidora de Los Fatales me abrió una posibilidad mucho más tenebrosa: “la gente se deshace de libros cuando un familiar se muere”.


Ya escribo desde Defensa: hay wifi y la compu está disponible. Hace unos años, fui a buscar los mails que nos escribíamos y armé un archivo con una selección de los mejores, incluso resalté fragmentos. Estoy buscando el archivo hace como una hora y no aparece. Buscaba un mail tuyo en el que creo que hablabas de las mudanzas. Me acuerdo de que eras muy claro sobre a partir de qué momento podés empezar a llamar a la casa nueva con el nombre de la calle en la que vivís: Zapiola, Echeverría, etc. Yo voy por mi segunda semana acá y ya le digo Defensa. Quizás sea apresurado, pero me siento cómodo. Y eso que está todo hecho un bardo, le falta luz y está bastante venido a menos. Cuando paremos un poco la bocha, supongo post feria, habrá tiempo para acomodarnos bien y que luzca un poco más.
Vuelvo a escribirte un mail después de un montón de años. Calculo que te llegará el mismo día de la operación para que esté disponible cuando se vaya esfumando el efecto de la anestesia. Aunque pensándolo bien, si lo termino hoy, te lo mando a la noche para que, si te pinta, lo leas durante el fin de semana. Una suerte de prólogo al quirófano. Un prólogo larguísimo, es cierto. Sería contradecir a Borges y su:“Dios te libre, lector, de prólogos largos”, pero no sería la primera vez.
Un poco ya hablamos el otro día de todo lo que se suele decir sobre las lesiones. “Te obligan a frenar” “Podés aprovechar para hacer otra cosa” “Siempre enseñan algo”. Lo cierto es que los saldos aparecerán o no, pero no tiene sentidos forzarlos. Mientras tanto, la única vía es estar cómodo con la incomodidad.
El otro día te regalé esa moleskine celeste porque me acordé que después de aquella operación escribiste el mejor mail que leí en mi vida. Ese en el que hablabas de los chistes al camillero y sonaba Perfect Day de fondo. Seguro está en ese archivo que no aparece. Sos de los mejores escritores que conozco aunque ahora escribas sentencias. Es que, en realidad, debería ahorrarme el “aunque” porque justamente es un error pensar que los operadores judiciales no pueden ser escritores. Me parece que las resoluciones judiciales podrían pensarse como género literario. En ese puente derecho literatura que estoy explorando me parece interesante la cuestión de cuánta poesía se puede introyectar en las instituciones. Hay lugares más propicios como un debate parlamentario o un alegato en juicio oral. Y también hay lugares en los que sencillamente no se puede. Me interesa mucho tu opinión sobre estas cosas.
Quizás te entusiasme la idea de probar escribir algo durante la recuperación y en ese caso, la libreta celeste pueda ayudarte. Y si no, va a estar todo más que bien, podés usarla para la lista del supermercado o regalarla. Lo importante es atravesar este mes y no sumarse exigencias.
Alguna vez tuvimos el miedo compartido de ser eternas promesas: nos llenamos y nos llenaron de mandatos y presiones. Por eso, nunca viene mal pensar que en la vida nada va de nuevo, pero siempre se puede ser otra cosa.
Abrazo hermético.

Tomi.


miércoles, 25 de julio de 2018

La Bijouterie de Sub-Zero






No quiero envejecer dentro de sweaters color
beige.
No quiero que mi fuente de vitamina sea
la luz de tubo blanca.
No quiero volver en subte con un compañero de oficina
que usa camisa Legacy
y no para de hablar de centros de mesa.
No quiero decir “nosotros” cuando hablo
de la empresa por la que estoy viajando en subte  
a la hora pico
con el mierdero de la chomba Legacy,
de la camisa Legacy, perdón.


¿Y si las mejores vacaciones de nuestras vidas ya pasaron?
Yo no quería leer el libro.
Vos decías que me iba a inspirar,
pero yo no quería empezarlo
por miedo a que no me hiciera efecto
¿y entonces qué?

Ese verano descubrimos que
no se pueden hacer cuadros sinópticos
con las vidas de las personas.
Que un escritor agoniza
cuando se comentan sus textos
en un taller literario.
Que muere en el mismo acto en que
una musicoterapeuta describe
su obra como
el reflejo de una pulsión erótica
onanista.


¿Qué es un drama?
Hay drama cuando está en riesgo
algo del orden
de lo sagrado.
Ponele: ni vos ni a mí nos gustaría,
en principio,
que nos mataran este enero.


¿Y si se cortó la cadena de frío?
¿Qué es la cadena de frío?


Un misterio cuántico,
son eslabones de hielo,
son los jugadores más pechos de la B Metro
tomados de la mano haciendo una
ron
dita,
es la bijouterie que se pone Sub - Zero
cuando tiene que ir a una tertulia.


A esta altura
ya te distingo
a Tristan Tzara
de Tristán Suárez.
Hay cosas que no quiero,
de nuevo
no me engañan:
aunque las presentaciones cambien
las personas siguen siendo las mismas.

martes, 8 de mayo de 2018

La Brújula




Ya no se tiran los papeles desde los balcones del microcentro a fin de año. Por la corrección política de las oficinas medio pelo que la juegan de empresas ecológicas, pero sobre todo, porque los rituales están en vías de extinción. Marechal decía que Buenos Aires ya no tenía conciencia fluvial. Hace setenta años lo decía y tenía razón: ¿Cuánto hace que nadie usa el Río de la Plata para ubicarse, para encontrar un lugar para emborracharse, para saber quién es?
Así andamos: sin rito ni brújula. Hay más grupos de whatsapp sobre asados que asados concretados. Esa estadística debería alarmarnos.
Pero justo pasa algo que expone los límites de estas certezas y hace flaquear mi teoría. La vida de un amigo se sacude porque su vieja se fue y mi día se altera porque, en vez de ir a trabajar, me mando al velorio: se me había escapado que el ritual sí tiene vigencia cuando aparece la muerte.
Llego y lamento no poder tomar café ni arañar una masita porque ya están todos arrancando para el entierro. En la vereda, me encuentro al Guille; también vino a saludar. Hace años que no lo veo y me siento culpable. Ante la duda, siempre debe primar la culpa: así nos criamos. Para compensar, le digo que se suba a mi auto y vayamos juntos. Acepta pero dice que soy un careta, que no le respondo nunca, que soy amigo de Chacarita, del comisario, la represión y la demora en la línea B por problemas en una formación.
Agarramos Panamericana: buscamos un cementerio privado al estilo Jardín de Paz pero con otro nombre. Las referencias inexactas que demoran la llegada y un sorpresivo cartel con una flecha grande que abre la posibilidad de enfilar para Uruguay me sumergen en una paz que, en realidad, es sopor y que desaparece cuando el Guille vuelve al ataque. Ahora soy amigo del dorima que la fajaba a Xuxa, de los links que no abren, de que Ferro siga marcando en zona, de los vendedores de libros que no saben nada de libros y de la cartilla de la obra social de un sindicato caído en desgracia.
  Nos conocimos en la época en que había vuelto la política. Todo era posible, hasta armar algo decente o competitivo (en algún punto es lo mismo) con el peronismo de la Capital. Me acuerdo sólo dos cosas de la noche de invierno en el restaurante vasco: a la gente de Alberto Fernández que insistía en que el mal olor del subte tenía que ser un eje fuerte de campaña y al Guille pidiendo sumarse al espacio. Tenía campera de cuero (quizás la misma que tiene ahora) y la mirada perdida. Cuando te piden militar uno no pregunta nada: todo suma, todos adentro. No hay test psicofísico para militantes. Quizás eso sea un error.
  Después de pagar un peaje de más, retroceder y cruzar un puente, encontramos la bajada de la autopista. Guille aprovecha el acierto para atacar por sorpresa: ahora soy amigo del desodorante glade espíritu joven, la teoría del derrame, la idea de Martino, los que se hacen los dormidos cuando sube una embarazada al bondi y los capítulos nuevos de Los Simpsons. Al parecer, también me junto los domingos a comer carnes con el juez Griesa.
  Estacionamos. Se ve que a la mayoría también le costó el itinerario porque no estamos tarde. La gente se amontona en el único cuadrado de sol del jardín con mucho verde, muy bien cuidado. El lugar parece Versalles: dan ganas de pasar ahí un fin de semana largo. Entre los asistentes descubro a Fito Paez. Pienso en pedirle una foto, pero me da miedo quedar desubicado.
 Guille se prende un pucho, no parece demasiado subyugado ni por el lugar, ni por la presencia de un famoso. No tarda nada en susurrarme que soy amigo de los institucionalistas, de las vacaciones con lluvia, de los periodistas deportivos que critican a Messi, de querer todo digerido, de los pre candidatos al primer cargo que aparezca, de la Goldman Sachs, de que el Coyote nunca haya agarrado al correcaminos y de los plomeros que cambian el cuerito a ochocientos pesos.
  Voy al baño sin ganas, sólo para escapar. Mear sin ganas es un castigo suave al lado de dormir sin sueño o comer sin hambre. O morir de hambre. Como no funciona la traba de la puerta, pongo una pierna para que no se abra pero me tira el isquiotibial así que me la juego. Igual cuando está fresco la gente hace menos pis, pienso y desenvaino, pero alguien empuja la puerta: es Fito Páez. Le digo: “Fito, estoy meando” y él levanta las manos como pidiendo disculpas. Cuando salgo, lamento que ya no esté. Ahí sí daba para selfie sin familiares, ¡sin deudos! (como dicen los periodistas) que se indignen por mi cholulismo en ocasión de duelo. Habrá buscado otro baño o se habrá meado encima: los artistas son capaces de cualquier cosa.
 Cuando vuelvo, contento por haber tenido la chance de interactuar con Fito, veo a la gente peregrinando por una de las callecitas internas. El cuero de la campera del Guille brilla entre todos. Es negra, de gremialista, aunque él los deteste.
 El cielo ya está cubierto del todo y el frío se volvió nítido. Seguro tiene incidencia en el clima, el grupo de hombres que ya carga el cajón. Acelero el paso hasta quedar detrás de los más rezagados. Algunos lloran, otros parecen aburridos como si hubieran ido de camping con sus tías abuelas. En un momento, la caminata se frena. Un empleado del cementerio indica que ese es el lugar y depositan el cajón en un pozo ya preparado para recibirlo. Sincronizadísimo aterriza un cura que empieza a hablar. Lleva un rato largo de cháchara cuando hace un pausa, me mira y dice que soy amigo de los focus group, del fiambrero que corta el jamón despacito, de Ernesto Laclau, la bacteria que provoca la diarrea, el megacanje, y el que le caga sistemáticamente los Oscars a Leo Di Caprio.
 Por primera vez en la tarde, veo a mi amigo, el hijo de la muerta, que me sonríe. Trato de adivinar si detrás de ese gesto hay tristeza pero se lo ve normal. El cura pide hacer un minuto de silencio que dura como tres minutos. Cuando queda claro que ya terminó todo, empiezo a caminar hacia la zona del estacionamiento desandando el trayecto que hicimos a la ida.
 Lo pierdo al Guille, pero justo me interrumpe el paso mi amigo y nos abrazamos. Hacía mucho que tampoco lo veía a él: se lo ve impecable. “Fue para mejor” dice, sin darme lugar a tener que ensayar alguna frase de ocasión. Me cuenta que su mamá la venía pasando mal, el dolor sólo bajaba gracias a unas galletitas de marihuana que él mismo había aprendido a cocinar. Con un alambre les empecé a dibujar cosas, a ella le divertía. Primero palabras como o fuerza. Después me animé a pequeños dibujos: estrellas y animales. Dice que tiene ganas de largar todo y ponerse a fabricar esas galletas.
 Se acercan unas viejas: le dicen que su madre fue una gran persona. Evito el momento con un giro hacia atrás. Veo árboles de distintas especies; tienen diferentes tonos de verde. También descubro al Guille cara a cara con la tumba, super compenetrado. De repente, desde el cielo encapotado y espeso como un puré de manzana se filtra un rayo de sol que da, mitad sobre la tumba, mitad sobre su campera de cuero. Me acerco y me le paro al lado, ni bien siento ese arrebato de sol sobre el cuello me doy cuenta de lo tanto que lo necesitaba.  A todo esto, nuestro amigo ya despachó a las viejas y se acerca: pasa por el medio de los dos. Para eso, nos empuja un poco y después pone sus brazos por arriba de nuestros hombros. Nos quedamos así los tres en silencio, frente a la tumba. Un momento de la concha de la lora.
 Cuando el rayo de sol languidece, nuestro amigo propone que vayamos a comer. Dice de ir por Flores que es zona de milagros. Aclara que no tiene expectativas de hacer resucitar a su vieja, pero que es auspicioso ir a un lugar así después de una muerte. Explica que Flores es el corazón esotérico de la patria. Cuenta que ahí se construyó la primera basílica del país y también está la primera casa de Perón en Buenos Aires. Que, de ese barrio salió el Papa y que a Rucci lo liquidaron en Nazca y Avellaneda. Además, que el Pacto de San José de Flores se firmó en esas calles y ahora él está pensando en poner por ahí el local de galletitas con las que mejoró el final de la vida de su mamá. Por fin se toma un respiro, hace un pausa corta y nos dice que su idea es que laburemos los tres en el negocio. Para convencernos menciona que puede ser divertido hacer algo juntos pero sobre todo, hace hincapié en lo miserable que son nuestros trabajos actuales.
  Nos metemos en mi auto y arranco para salir rápido a una calle sin tanto olor a cadáver. Cuando logro que subamos a la autopista, nuestro amigo amplía lo que me había empezado a contar en el entierro: que su vieja sufrió un montón porque los dolores eran muy fuertes pero que, después de la tercera galletita, se tranquilizaba y podían charlar lo más bien. Ella se ponía muy graciosa y justo la noche anterior a que muera habían dicho de escribir juntos la letra de una canción que le sirviera de epitafio a su tumba.
_ No, nos dio el tiempo… nunca la había pasado tan bien con mi vieja.
 El Guille tose como pidiendo permiso para hablar. Tengo miedo que le parezca un momento oportuno para acusarme de ser amigo de los protocolos anti piquetes, de los falsos tratamientos para la caída del cabello y de la depresión post partido de fútbol  5 que estuvo choto.
 Pero no. Dice que un buen epitafio es: “galletitas de marihuana para toda la alegría de la gente”
 Le decimos que para epitafio es delirante, pero que como eslogan del negocio que vamos a abrir los tres en Flores puede andar. Nuestro amigo ya tiene visto un local sobre la calle Boyacá, que mira, a lo lejos, casi por casualidad, al Río de la Plata.



miércoles, 25 de abril de 2018

La fábrica de bostezos





El hombre oficina
el hombre galletita de agua
el hombre oficina
el hombre infusión
el hombre oficina
el hombre ansiolítico.

Moja la tabla del inodoro
porque mea
mirando memes
en el celular.

Saca fotos de sus mejores
soretes
para impactar
a los amigos
que le quedaron
del secundario.

Tapa la bacha con yerba,
colecciona hernias de disco,
se rasca mucho la pija.

Tiene fantasías eróticas
acabando
en los fuentones
del chino por peso.

Pinta las sillas de su casa
color verde
Excel.

El hombre oficina
el hombre llavero de Camboriú
el hombre oficina
el hombre que siempre tiene
fiebrícula
el hombre oficina
el hombre que empuja
en el subte.

(De chico te enseñan
figuras geométricas
para que cuando crezcas,
sepas bien

dónde te van
a encerrar)

miércoles, 4 de abril de 2018

Otoño




Las flores que más me gustan
son las gerberas:
las naranjas y amarillas.

Después,
las rosas rojas,
esas rojas intensas
que están recién abriéndose
con un borde más oscuro.
¡Ay! cuando tienen ese perfume...
Ahora las importan de Colombia
para que tengan más aroma.

Pero la flor,
aquella
la que más me impacta
es la cala
porque es una flor sexual:
tiene un pistilo largo
como el falo
y se mete en la cavidad femenina
con toda tranquilidad.

Mi abuela empezó así
un cuento
mientras
almorzábamos en
un lugar
mega gay
el primer
domingo frío del año
y me pidió
que lo siguiera.





martes, 27 de marzo de 2018

El Camionero y el Sensei




¡No dormí nada!
¡De nuevo
no dormí nada!

No dormí nada,
pero no
porque me fui de joda,
pero no
porque me tocó
trabajar,
pero no
porque tuve que contener
a mi novia.

¡No dormí nada
por pancho!

No pude desconectar,
no pude parar de pensar.
Falló el ritual
forjado.

El ritual forjado
consiste en
no
cenar demasiado tarde,
tomar té de tilo,
masajearme con el codo
la planta de los pies,
hacerle un mano a mano
al gato
y
agarrar un libro
que sea
una patada
en los huevos.

Pero falló
y ahora estoy
en el andén
con más ganas de
cagarme a trompadas
que de escribir
un poema
sobre la estación
Drago.

Visito a un
sensei.
Me dice
que hay
tres ámbitos:
A B y C,
en el A y
en el B
hay
aproximaciones a lo sagrado,
pero que
yo
estoy en C,
preso en C,
comiendo
barritas de cereal en C,
re jugado
en C.

En C también están
el lenguaje,
el símbolo,
la imaginación,
el bife ancho,
y
la filosofía occidental.

C es el ámbito del pensamiento
y me está pegando
un pesto bárbaro.
Por eso no dormí nada
¡Por eso y por pancho!

Me recomienda tomar una infusión
que sólo se consigue
en Flores
y sugiere:
“fundamental
que empieces
a usar
gerundios.
Los gerundios son
la única forma
del lenguaje
que nos trae
al presente”

Antes que usar
gerundios
me pego un tiro
en la chota.

¿Querés dormir o ser poeta?
me pregunta el sensei.
Se para
en unas New Balance
con caño de escape:
ozono
largan
esas llantas.

¡Quiero ser poeta
aunque sea diciembre,
aunque no se pueda escribir poesía
en diciembre,
aunque no se pueda escribir
en diciembre,
aunque no se pueda
hacer nada
en diciembre!

Me las tomo.

“Diciembre en la ruta”
dice el titular de un diario
que quedó
ensandwichado
debajo de la puerta
de lo del sensei,
del tremendo PH del sensei.

Los paranoicos y los poetas
vemos señales en cualquier parte:
hasta en los diarios
atascados en el palier
del penthouse
de un sensei.

Entonces
encaro
para Panamericana
y la empiezo a bordear.

Soy puteado
por unos
ciclistas,
pero a quién
le importa.
Imposible tomar
en serio
a unos tipitos
con casco,
calza
y que encima
pedalean.

Se pone bravo
cerca de la General Paz.
Me interpelan
las fuerzas de seguridad.
Me informan que
estoy comprometiendo
(la policía gerundea)
la responsabilidad civil
de la constructora vial
que mantiene
y explota
la autopista.

Interviene
en mi defensa
un camionero.
Las fuerzas del orden
dudan,
pero terminan
priorizando
(epa, gerundio)
la paja
por sobre su rol
de garantes del orden público
y
me dejan ir.

Me subo al camión.
Lo maneja Salvador.
Salvador Camionero.
Me dice
que hay
tres ámbitos:
A B y C,
en el A y
en el B
están las vacas
que él transporta
y en C,
un chancho mal llevado
que le encajaron
en San Nicolás,
pero que yo estoy en C,
preso en C,
cargando gas oil en C,
re jugado en C.

En C también están
el número,
la memoria,
la fantasía,
los cantitos de la barra de Atlanta
y
la filosofía oriental

C es el ámbito del chancho
y me está pegando
un pesto bárbaro.
Por eso no dormí nada
¡Por eso y por pancho!

Propone este ejercicio:
imaginar
el remolque
de su camión
con el porcino
rebotín
rebotán
contra
las vaquitas.
Después,
cinco minutos de silencio
para escuchar
el ruido del motor.
Por último,
chamamé
a todo volumen
mientras
le cebo mate.

Me voy sintiendo joya
(sigo gerundiando: capo el sensei)
radiante
como cuando
cortan la luz,
y al rato,
la devuelven.
Rescato
ese
toma y daca
que practica
Edenor
para que
cada verano
revaloricemos
esta meseta
sobre la que nievan
galletas de arroz descuartizadas
también conocida
como
la vida.

Salvador dice
“gracias,
basta de mate” y
me saca a pasear
en paños menores.

“La perfección
en la ruta
se agarra después de chocar
una o dos veces”

“Se siente antes en las
articulaciones
que
en el cerebro”

“Uno puede explicar
perfectamente
cómo
funciona un motor
pero,
lo importante
es saber
llevarlo
por las rutas
poceadas de este
país hermoso”

“Es chamullo
el calentamiento
global”

En su primera reunión del
sindicato,
un tipo
le palpó la entrepierna
una vez,
varias veces
hasta que
reaccionó
y el otro
le explicó:
“estoy chequeando
que no hayas caído
con la morocha,
la máquina,
la cuetera,
el bufoso,
el fierro,
la rabiosa,
el chocolate caliente,
la perspectiva”

Ya estamos
al sur
de la Provincia
cuando
paramos
al costado
de la ruta
en una parrilla
con un cartel
todo mal escrito:
“parriya come bebe
todo sien pesos”
El menú,
una sóla hoja
adentro
de un portafolio
que llora
aceite.

Cuando
volvemos
a la cancha,
el asiento está
tibio hermoso...
Salvador no
siente el impacto de la
molleja.
Sigue dale
que dale.

“Las gente
con arrugas
sobre todo
pata de gallo
es confiable”

“¿Por qué, Salvador?”

“Porque significa
que sonríe”

Se me cierran los ojos.
Por fin.
Qué placer.