lunes, 11 de junio de 2007

Días de Lluvia


Hace ya una hora que me puse a trabajar y no logro avanzar.
Empiezo a escuchar el ruido seco de la llovizna cayendo contra la terraza y me distraigo.
Uso mi espalda para empujar la silla hacia atrás y así consigo ver a través de la ventana. Se escucha un trueno e inmediatamente observo como una cortina de espesa lluvia atraviesa el cielo.
Me quedo inmovilizado largos minutos, el agua cayendo con brutalidad tiene ese poder hipnótico parecido al de los cielos estrellados a campo abierto.
Recuerdo que cuando era chico odiaba cuando llovía. Recién hoy comprendo que en realidad nunca tuve nada en contra de ella, lo que me irritaba era lo que implicaba: : quedarme sin ir al potrero a jugar a la pelota. Las tardes encerrado en casa significaban una verdadera tortura para el niño inquieto que era.
El “clishé” de que la lluvia es fuente de tristeza resulta a todas luces apócrifo. La lluvia es reflexiva, podrá ser nostálgica y hasta melancólica. Pero no triste.
Corro con el torso desnudo por la calle y está cayendo un diluvio, siento como las gotas recorren mi cuerpo y me masajean la cabeza. Voy cantando.
Cuando vuelvo a mi escritorio y miro a través de la ventana mojada me doy cuenta que ya no pienso como la última vez que estuve allí sentado. Quizás la lluvia sí traiga consigo una enorme carga de angustia y tristeza y sea ahí donde resida la atracción que me genera. Quizás deba empezar a asumir que la tristeza me conmueve mucho más que la felicidad. Quizás todo haya dejado de tener sentido.
Una amiga me invita a su casa a ver “la naranja mecánica”. Ya son las dos de la mañana cuando camino de vuelta a casa acompañado de un marchito paraguas, es de idiota mojarse dos veces en el mismo día.
La calle está desierta, la única luz proviene de un kiosco de flores. Paso por al lado y no puedo evitar mirar hacia adentro. Veo un hombre recostado en una silla y escucho sus fuertes ronquidos, me pregunto cómo logra dormir cuando la radio que está a su lado despide gritos y más gritos de un exasperado pastor evangélico que arenga vaya saber uno a quién.
Una vez más me siento a contemplar la lluvia. Decido escuchar un poco de música, por qué no aquella canción que escuchábamos juntos. Pero a pesar de todo el tiempo que pasó no lo resisto. Ya en los primeros acordes comienzo a estremecerme y cuando aparece la voz directamente soy un mar de lágrimas.
Su cara como una fotografía en mi mente y un malestar físico que sigue azotándome.
Prometo no subestimar nunca más a los clishés. Por lo menos no a los que tienen que ver con la lluvia.

2 comentarios:

Sofía Libertad dijo...

Generás un clima muy cálido, me hubiese gustado que siga, ese espacio se sentia bien...
A mi por lo general la lluvia me trae buenos tiempos... (esas lluvias lluvias)
beso!!

Anónimo dijo...

la inevitable prgeunta...la amiga de la naranja mecanica soy yo????.
..............
Me gustó tomi lo que escirbiste.
Esta bueno darle un lugar a la trsiteza, al malestar, es parte de nosotros, y resulta lindo vivirlo poeticamente, aunque no nos aliviane la tristeza.
Un Abrazo Grande!
Cami mandirola