sábado, 5 de julio de 2008

El futuro de las Aspiradoras

J no había terminado de abrir los ojos cuando escuchó el incesante ruido de la aspiradora que se acercaba hacia la puerta de su cuarto y chocaba contra la misma buscando derribarla. Decidió taparse con la sábana hasta la cabeza y fruncir el entrecejo como haciendo fuerza para detener aquel infame sonido. Unos minutos después el ruido cesó y recién entonces se destapó y ejecutó algunas maniobras para desperezarse. Luego caminó a tientas al baño para lavarse la cara. Eran cerca de las doce del mediodía de un día de semana cualquiera. Promediaba junio y el sol fresco se filtraba por las rendijas de las persianas.
La noche anterior había sido interminable. Alrededor de las nueve se juntó con M a buscar la producción de nachtkes. Diez y media iniciaron el recorrido por la zona sur pero se vieron obligados a interrumpirlo cuando sólo habían hecho un par de entregas. La moto se ahogaba. De nuevo los malditos engranajes pensó J. Por suerte traigo un par en mi saco sonrió M. Tardaron un largo rato, nunca se daban cuenta cómo colocarlos ni para qué lado enroscarlos. Recién a las 4 estaba cada uno en su casa pudiendo disfrutar del nachtke que se habían reservado y con el calor de las casas que contrastaba con la hostil brisa del amanecer. La cosecha de sólo 300 tarjetas no los había dejado muy contentos. Solo serviría para dos semanas de nacthkes y un par de tragos en la semana, quizás para que J le pagase a su ex novia una entrada al cine virtual.
Mientras se lavaba los dientes observó que tenía el cuerpo raspado y con moretones pero todavía no le dolía. En un par de horas cuando finalizase el efecto residual del nachtke la iba a pasar mal. No recordaba haberse caído muchas veces de la moto la noche anterior como para estar tan golpeado. Le preocupó su escaso registro del dolor.
Dejó atrás el baño y de nuevo escuchó el atormentador ruido de la aspiradora. Le recordó al de la vieja moto con la cual había sido tiroteado por los agentes de seguridad el año anterior. Caminó con rapidez hacia la cocina, empujó a la sirvienta y apagó la aspiradora con el control remoto. Era inaceptable que rozando el siglo XXII la aspiradora continuara haciendo tanto ruido. La sirvienta se marchó sumisa a lavar la ropa y J se adueñó de la cocina. Jugo, los comprimidos de pastillas y proteínas en ración doble y más jugo. Pero no lo disfrutó, la aspiradora lo arruinaba todo.
No era la primera vez que le ocurría, con qué derecho la tecnología avasallaba el derecho del hombre a la armonía matinal. J sonrió con el aplomo propio de quien logra usar eficientemente las metáforas.
La sirvienta había reactivado la aspiradora, la escuchaba amagando con entrar a la cocina y de repente lo vio. Se le debía haber caído la noche anterior cuando entró apurado a la casa. El nachtke yacía reluciente y seductor. El tubo de la aspiradora lo rodeaba lentamente y se relamía. J se paró y aceleró el paso hacia la derecha. Sin embargo la aspiradora se anticipó y con un sutil zarpazo fagocitó al nachtke haciéndolo desaparecer.
J estaba furioso. Se acercó a la sirvienta y la pateó. Desconectó la aspiradora, fue hacia su cuarto y se visitó con violencia.
Salió a la calle, combinó tres líneas de subterráneos y llegó a la zona industrial en las afueras de la ciudad. Iría hablar con los chinos, había oído que eran ellos quienes fabricaban los productos tecnológicos, ya lo iban a escuchar a él esos amarillos malolientes.
El complejo estaba atravesado por un largo y estrecho corredor de unos quinientos metros, a los costados estaban los altos portones de las empresas. Los operarios entraban por los techos mediante el transporte semi-aéreo que suministraban las mismas empresas para sus trabajadores.
J arrojó piedras sobre la primer puerta y como era de esperar salió un oriental a pedir que no tirase elementos contundentes, que iba a romper la entrada. J le preguntó si él era el hijo de puta que fabricaba aspiradoras. El oriental respondió que no que ellos se ocupaban de la industrialización de transportadores, que había una promoción de que por sólo 3000 tarjetas te hacían un préstamo por un año pero que por favor dejara de lanzar cascotes.
J agradeció la oferta pero respondió que por ahora no necesitaba transportadores, que había comprado una moto hacía poco y que funcionaba bastante bien aunque a veces se le rompían los engranajes.
Mientras buscaba el acceso a otro predio observó como tres karatecas le obstruían el paso. Los karatecas a unísono afirmaron trabajar para las empresas productoras de alta tecnología e invitaron a J a retirarse del complejo industrial si no quería sufrir quebraduras de huesos.
J recordó que aún tenía en el bolsillo 5 nachtkes, ofreció 4 de ellos y los karatecas accedieron a que J siga circulando.
Se dirigió entonces a la segunda puerta y esta vez prefirió tocar el timbre, no soportaría a otro chino enojado ni karatecas castigadores.
Le abrieron y pronto comprendió que estaba en el lugar indicado. Vaya efectividad, tenía pensado tardar horas hasta encontrar el lugar indicado. Era allí donde fabricaban las aspiradoras, era en ese sombrío edificio donde se cocía a fuego lento la insoportable maldición de las aspiradoras ruidosas. Un tibio sudor comenzó a recorrerle la nuca. Necesitaba el nachtke. Palpó su bolsillo derecho y lo sacó dejándolo deslizar por debajo de su lengua. Mientras se acercaba al mostrador donde lo esperaba una secretaria que no era china J iba cobrando fuerza. Ahora sí estaba dispuesto a todo.

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