domingo, 5 de octubre de 2008

Ambar


Desde el resultado del estudio la mamá de Jonás se la pasaba llorando. Sostenía que era injusto, los buenos cristianos no merecían semejantes castigos, a ella le dolía el cuerpo de tanto trabajar y amaba a su familia, en cambio los chorros... y torciendo la mirada dejaba la frase inconclusa porque sabía que todos entendían, que no tenía sentido completar la oración.
Para Jonás, en cambio, las cosas continuaban mas o menos parecidas. La diferencia más importante era que los martes y viernes en vez de ir a educación física tenía que ir al consultorio a realizar el tratamiento. Las tardes de deporte en el colegio eran más bien un escarmiento así que faltar y con justificación médica le parecía genial. Odiaba el fútbol y los compañeros lo cargaban. En el mejor de los casos lo mandaban al arco. Jonás les explicaba que prefería jugar de defensor porque tenía miedo de atajar la pelota pero no le hacían caso. Jugando en la defensa lograba hacerse el distraído y entrar en contacto con el partido lo menos posible, aparte cuando atacaba su equipo podía quedarse parado disfrutando del sol en la cara o recortando las formas de las nubes. De todas maneras, casi siempre terminaba en el arco y cuando lo llenaban de goles (que era lo más usual) le decían marica y otras cosas mucho peores.
La médica a cargo del tratamiento era una señora gorda muy agradable. Para colocarle el láser a la altura de la frente lo tomaba con firmes brazos rodeando su cabeza que quedaba apoyada sobre el delantal frío que vestía la médica generándole un gran placer. El ambiente se cargaba de un poderoso ámbar polar que lo adormecía. Cuando la doctora terminaba con el asunto, ya no le quedaban demasiadas fuerzas y dormía en la camilla hasta la noche cuando la mamá pasaba a buscarlo y se tomaban el colectivo regreso a casa.
A pesar de los lamentos familiares y las miradas piadosas de los vecinos Jonás no se sentía tan mal, quizás sí algo cansado físicamente pero nada que no pudiera arreglar yéndose a dormir temprano o haciendo la siesta después del almuerzo en lo de la abuela. Las notas en la escuela comenzaron a mejorar, los profesores estaban obligados a sentirse conmovidos por la situación así que le agregaban varios puntos en las pruebas y solían ser muy compasivos con sus trabajos prácticos. Esto llevó a que los compañeros que ya lo tenían entre ojos por los flojos desempeños futbolísticos se decidieran a que sienta el rigor de un curso enojado y se organizaran emprendiendo una cruzada para hacerle pasar malos ratos. Encontrar bichos muertos en la mochila se convirtió en costumbre, sus almuerzos comenzaron a desaparecer y la cartuchera se llenaba de tiza picada que lo hacía estornudar y toser hasta el cansancio
Fue entonces cuando Ana que era una silenciosa compañera de curso se acercó para hablarle. Al principio le hacía muchas preguntas específicas sobre la enfermedad y usaba palabras médicas que él no entendía. Le contó que su mamá trabajaba en un hospital de enfermera y que ella también guardaba ese sueño para cuando fuera grande. Esas preguntas incómodas de los inicios después se transformaron en largas conversaciones en los recreos y a la salida del colegio.
Salvo los días que tenía tratamiento y que por eso lo pasaba a buscar la mamá, se volvían caminando juntos y muchas veces terminaban alterando el recorrido, yéndose para el lado de la vieja estación. Entre las vías muertas se sentaban en los durmientes a comer golosinas y hacían competencias de lanzamiento de piedras, en general las ganaba él pero después la médica le recomendó que no hiciera grandes esfuerzos así que dejaron de jugar.
Un día de llovizna tibia se adentraron en el sendero de las vías muertas, se hicieron paso entre las plantas que crecían deformes complicando el paso y caminaron sin parar. Pasó más de una hora y seguían caminando. La lluvia y la vegetación se iban adueñando de aquellos cuerpos sucios y transpirados que no podían más que seguir la marcha, el piso se volvía pedregoso y dibujaba una pronunciada cuesta que hacía doler las piernas. Pasaron varios minutos hasta que la superficie se volvió a aplanar y emergió ante ellos un gigante vagón de tren.
Estaba adornado con serpenteantes trazos de pintura en varios colores. Por dentro se mantenía muy conservado y especialmente limpio. Ana dijo que el vagón parecía absorto en el tiempo. Jonás no entendía muy bien que significaba eso del tren absorto pero por alguna razón, la frase le dio coraje para darle la mano y ella no opuso resistencia. Entraron y se recostaron en uno de los asientos. Era de cuero verde y estaba frío. Ana se sacó la campera y los tapó apoyando luego la cabeza en el hombro de Jonás. El pudo sentir como la respiración de la niña se iba aquietando hundiéndola en el mundo de los sueños.
Fue Ana quien le enseñó a jugar al elástico. Ella era la mejor jugadora que había visto en su vida. Pasaba todos los niveles sin la mínima equivocación llegando hasta el tercer mundo en menos de veinte minutos. Solían ir a su casa donde ponían el elástico entre dos sillas y pasaban horas hasta que les agarraba sed y corrían hasta la cocina a tomar agua tónica que el tío de Ana importaba de Europa.
Con el paso de los meses, Jonás comenzó a faltar al colegio porque el tratamiento debía realizarse a la mañana para que tenga mayor efectividad. Estaba muy desmejorado y del consultorio iba directo a la casa para tirarse en la cama, ni siquiera conservaba energía como para ver televisión o leer las revistas de historietas que traía la abuela.
La última vez que la vio ni siquiera llegó a hablarle. Jonás hacía varias semanas que no aparecía por la escuela en un intento desesperado de los médicos que sostenían que si no salía a la calle por un par de semanas quizás lograrían desacelerar el avance veloz del mal.
Vio su cara por la puerta entreabierta y a las enfermeras instaladas en su casa a pedido de los médicos que no la dejaban pasar por precaución. Cualquier estímulo podía desencadenar la muerte. La vio triste y hermosa, quiso gritarle algo pero el cuerpo no le dio ese último gusto.
Los ojos se cerraron y se vio junto a ella tomando de una botella de agua tónica. Se la iban pasando y tomaban del pico. Llovía mucho pero hacía calor, toda el agua del mundo castigaba con fuerza el techo de un vagón abandonado. Se la iban pasando y tomaban del pico.

6 comentarios:

juancho dijo...

Esta es la literatura que la gente quiere!
no te quejes que dps hay uchas firmas gracias a mi
je
che
estas escribiendo ahora algo?

Unnamed sob dijo...

Me desconcertaron los chorros, me la pasé esperando alguna otra mención, todo el tiempo me imaginé que el estudio era por un accidente en un robo, pero eso no tiene mucho sentido, la historia es bastante lineal, asi que lo de los chorros me generó una espectativa extraña.
Sin embargo me gustó mucho, es muy tierna la historia y el final sin muchas sensiblerías está bueno.
Un beso.

macanudas* dijo...

claro,
vos escribís cuentos.
siendo así tomate tu tiempo, yo espero.

muymuybueno.
tiene una ternurita especial que conmueve y las palabras son tan contundentes que duelen.

Anónimo dijo...

y leerte es como ver una película.
Esa es tu habilidad..
me gusta que la explotes

Anónimo dijo...

sobre todo el final, que me hizo venir entre piel de gallina y ganas de llorar.

Victoria dijo...

Este es uno de los que más me gusta, muyy tierno, para que después no digas que te reescribís todo el tiempo, este es una reliquia entre los tuyos!

Beso