jueves, 20 de noviembre de 2008

El flaco que se olvidó de besar

Lo peor que le había dejado aquella relación era la incapacidad para besar.
El día que cortaron en la esquina de la escuela donde ella trabajaba. El té con leche tibio en el bar donde confirmaron la separación. Los libros y los discos que ella había decidido no devolverle nunca más. Las semanas y semanas de bajón posterior. Todas estas desgracias que acarrean el fin de una relación no son nada al lado de haber perdido la habilidad para besar. No es que alguna vez haya sido un gran besador pero por lo menos no tenía noticias de que alguien haya solicitado a los gritos el libro de quejas.
Él se consideraba un digno besador, ni muy muy ni tan tan; como la mayoría de los mortales tenía días y días. Pero sí estaba seguro de no haber atravesado situaciones caratulables como traumáticas. Esto es : choque frontal de paletas o algún deslizamiento del canino sobre la lengua de la besada o algún tipo de percance significativo que ocasione daño y por ende que lo coloque a él, sujeto besador, al peligro de ser estigmatizado como un tipo que besa mal.
Recordaba sí una vez haber cometido un error de esos que más bien son del orden táctico – estratégico. Fue con la chica que conoció en la costa. Resulta que el mismo día de la salida, tuvo un almuerzo en la casa de los tíos donde había una irrechazable porción de champignones a la provenzal preparada a dúo por su mamá y la tía. Largas semanas habían anunciado las hermanas que aquel sábado servirían ese plato y lo que es más, él mismo se había encargado del estimulo para la elaboración de dicho manjar sin contemplar la posibilidad de algún contacto social posterior. Por lo tanto, resistirse a comer no cabía dentro de las posibilidades pues transformaría el apacible almuerzo familiar en un escenario de conflicto visceral, hiriendo las ya socavadas sensibilidades de madre y tía para siempre. Comió entonces los champignones cubiertos de ajo como quien firma la propia sentencia de muerte.
Por todos los medios intentó recuperar los niveles de aliento normales durante las horas siguientes, pero el efecto del ajo no admitía fisuras .Se trataba de una variedad andina muy contundente. Tres tipos de pastillas: menta, mentol y eucalipto. Diversas pastas dentales(incluidas esas para viaje que vienen concentradas y son extra fuertes), gárgaras de bicarbonato de sodio y, ya desesperado ,también recurrió a cáscaras de limón y mandarina.
Lógicamente la chica huyó al beso y la salida terminó antes de lo previsto. De todas maneras el perjuicio no era tan grande, puesto que las relaciones con chicas que se conocen en la costa, todos lo saben, están destinadas a fracasar. Lo cierto es que el error no había pasado por besar mal sino por una situación ajena como puede ser una comida impregnada de ajo.
De hecho lo más probable es que nunca se hubiera preguntado hasta ahora cuán bien besaba, en efecto es una pregunta que los hombres rara vez suele hacerse. Sin embargo, como presagio del fin de la relación, en los últimos tiempo tanto él como su novia habían empezado a reprocharse los besos. Que muy corto, que muy largo, que la lengua medio de coté, que me diste un beso insulso, que parece que estuvieras besando al portero del edificio, que los labios están secos, sarasa, sarlanga. En suma, una situación insostenible.
Ya acabada la relación y transitados con relativo éxito los días de luto y llanto, los nuevos encuentros con otras chicas arrojaron una novedad preocupante. Nuestro amigo había olvidado cómo besar. O quizás lo recordaba pero no le salía. Como quiera que sea, no lograba besar como antes. ¿ Habría sido capaz ella de lanzarle un sortilegio para que no besara más?
No es que le costaban aquellas cuestiones históricamente controvertidas, como cuándo cerrar el beso, cómo iniciarlo o en qué momento hacerse levemente al costado para dejar respirar al otro. No! Ni siquiera podía dar el más ingenuo beso. No podía besar. Había perdido esa capacidad.

8 comentarios:

Mar dijo...

Yo conocí a un tipo así. Nunca se olvidaba de besar, pobre.
A veces, los besos no se olvidan.
Sólo cuando son flacos no los recordamos...

juancho dijo...

che gran texto y no lo conocia
porque?
continuará no?
tenemos que concretar las birrrasssssssss

cuqui dijo...

El perejil suele dar buenos resultados, ademas de contener vitamina "C" aún más que la propia naranja.

Tomás dijo...

mar no interpreto bien tu comentario( si podés profundizá) pero gracias por pegarte un vuelta por acá

juancho no lo conocías porque el día que lo llevé te fuiste a caretearla con baremboin...

cuqui, le comentaré a este muchacho entonces que le de al perejeil

saludoss

Anónimo dijo...

muy , pero muy bueno, espero que no sea autobiografico y si es asi, te recomiendo una pausa , cuando uno recibe indicaciones sobre como hacer una cosa que tendría que ser espotanea y placentera, la cosa se queda medio trabada por un tiempo.
un abrazo ( NO TE MANDO UN beso porque se confundiria con los del relato ) hasta prontito.

macanudas* dijo...

este texto es triste. porque es triste que alguien se olvide de dar besos.
pero lo contaste gracioso, con palabras divertidas, no se...
me reí. me reí mientras te leía. y después pensé "que feo olvidarse de dar besos" no de cómo darlos, porque el cómo siempre queda en la memoria del cuerpo, pero de darlos...
uf! eso sí es triste.

buen texto
lindas palabras, como siempre.

beso!
lu

Tomás dijo...

gracias lú y anónimo(quién serás)
por suerte no es autobiográfico ni autoreferencial. aunque si el taller literario es la vida misma obvio que siempre hay cositas no ficción dando vueltas.

Anónimo dijo...

Yo soy partidaria que los besos (por ende la capacidad de besar) no son de uno. Los besos son construcciones (deados).
Quizas ese don, no encontro - nuevamente- la doña adecuada.

pero ya llegará.

Banco los amores frente al mar. (Lo bueno si breve, dos veces bueno)