jueves, 26 de enero de 2012

Enero en Buenos Aires


    Hacía rato que no estaba un enero en Buenos Aires: se me vinieron a la cabeza aquellos largos veranos de chico cuando pasaba tardes enteras en la casa de mis abuelos en Vicente Lopez. El lugar no tenía pileta, jardín grande  ni nada demasiado especial pero aún así servía como bálsamo para las temperaturas que maneja Buenos en esa época del año  al menos desde que  yo tengo uso de razón porque los viejos dicen que antes no era así pero en realidad los viejos dicen eso  acerca de cualquier cosa.
        Salgo de la Fiscalía y veo una ciudad tranquila, con poca gente y la que está no tiene demasiadas ganas de hablar, todo parece reducirse a un juego de postas hasta llegar a algún aire acondicionado.
 En la tele sólo pasan esos móviles con chimentos sobre las peleas de las obras teatrales desde Mar del Plata y Villa Carlos Paz. Admito que me tranquilizan un poco: si las vacaciones se parecen en algo a esas entrevistas casi que me van a terminar obligando  a  agradecer estar trabajando en la ciudad.
 Estuve quince días en Brasil y me sentí un poco condicionado por las últimas dos vacaciones que habían sido  muy arriba.  Debe estar por cumplirse un año de aquella tarde noche cuando en Montañita nos metimos al mar con NZ  y tuvimos los dos la percepción de que había sido la mejor metida al mar de nuestras vidas. Lo más conmovedor  de  esa situación es  sin embargo,  el hecho  de que NP que no había entrado agua  y nos miraba de lejos pudo a la distancia entender la magnitud del momento y  haya hecho todo lo posible para poder retratarlo con una fotografía.  El error de haber acudido a unas chilenas de mierda que no accedieron es tan accesorio como pintoresco y sólo perfecciona nuestra idea de Patria Grande ( sin Chile, claro). Así, Ecuador demostró que nunca llegás a ver tu mejor foto porque  nunca te la revelan.  Pero  si tenés suerte en algún momento un amigo o quizás una  novia o más aún un padre una noche entre  vinos y confesiones  pueda accidentalmente dar con la misma.
No se qué me enseñó Brasil pero tampoco creo que tenga demasiado sentido exigirle  a las vacaciones que  le dejen a uno algún tipo de enseñanza.
 Pero sí pude disfrutar  año nuevo en una remota playa muy brasilera (llena de brasileros, códigos brasileros, barro y tanta cerveza que se confundía con la lluvia) fue como  visitar un laboratorio fotográfico que a lo largo de la noche iba revelando fotos del año. Noche de magia, claro,  pero también de “cambios de brebajes” y un viejo amigo que acierta con el consejo “ el fernet no se adapta a Brasil, acá es Cuba Libre”. Lo abrazo, le digo feliz año y que es la única persona que conozco que hace chistes con salvedades. Después de eso la noche tira el salto mortal.
Vi muchos rastas brasileños pero con la particularidad de que una asombrosa proporción tenían cara de boludo ( y es raro porque hasta ahora los rastas para mí tenían en general cara de vivos) chicas argentinas  de esas que no saben qué mierda hacer en Buenos Aires y se van a trabajar a un hostel hasta que los padres les dejan de mandar guita y casi todos los candidatos  a consejeros del PO.  Aprendí a des escamar pescados y a sacarle al calamar su bolso de tinta sin que explote;  también descubrí a Saer: “ cuando hay una persona cerca de uno, las cosas desaparecen, y cuando los ojos de esa persona nos recorren, desaparece también la persona y quedan solamente los ojos. Si esos ojos son los de Esteban, hasta los ojos mismos desaparecen, y lo que queda es algo imposible de definir”
Hacía rato que no escribía y lo estoy disfrutando. Como cuando abrí mi casilla de mails al regreso y me encontré con esa idea maravillosa del Toto : “ no se pueden hacer cuadros sinópticos de  la vida de las personas”.  
La última vez que me senté a escribir fue después de la feria de invierno, dos veces por año no  es tan poco siempre y cuando sigamos haciendo política (en eso, esperemos que no algún día habrá tiempo para la resignación literaria)  Justamente en  aquella oportunidad jugaba con la posibilidad bastante descabellada de que el kirchnerismo termine siendo un género literario en algún stand de librerías Yenni. Tan lejos y tan cerca.
 P entre otros critica mi devoción por Brasil y la pone en la misma bolsa que “la complejidad del conflicto de medio oriente”  pero aquí estoy de regreso, vivito y coleando habiendo arrancado el año prematuramente. Y antes de cerrar, P., qué hay de la devoción por Uruguay, justo hace unos días me dijeron: “desde cuándo queremos ser todos uruguayos, desde cuándo esa afición por lumpenear en pueblitos sin luz con veladores, un frío terrorífico de noche y hacer amistad con chicas que venden panes en canasto y charlar con pibas  que se hacen las uruguayas media hora hasta que no se aguantan  más y  confiesan que  son egresadas del Nicolás Avellaneda.”
En este blog alguna vez nos planteamos en qué momento empezaba un viaje. Hoy es día de hablar de los finales.
Aeropuerto de Río,  hago tiempo y voy al baño: estoy  tostado pero tostado de esos que se van en cinco días. Me siento a esperar el embarque y escucho una conversación entre dos brasileras  preocupadas, un poco para seguir haciendo tiempo y otro poco de metido.
Brasilera 1:_ las argentinas siguen siendo flaquitas o ya engordaron?
Brasilera 2:_ siguen igual, ellas son así.
B1:_ tengo miedo de no conseguir ropa, en Buenos Aires hay sólo talles pequeños.
B2:_ donde hay talles amplios en la calle Avellaneda, te tomás un taxi. Desde Recoleta hasta ahí sale algo así como 20 reales.
 Después de eso parecería que ya nada les queda a las vacaciones. Que ese es el final.
Al otro día entiendo que me precipité. En realidad todo se acaba cuando escucho a mi jefa cantar “ nossa, nossa, asim voce me mata”.


2 comentarios:

Irene dijo...

Buenisimo el blosss, mi estimado Tomas. Mire Ud cuanto talento y yo sin saberlo.

Abrazo!

animedirecto dijo...

Muy buen blog, un abrazo

http://www.animedirecto.com/