viernes, 11 de enero de 2013

El bando loser


Probó durante medio año calmar el dolor con kinesiología, eutonía y acupuntura.  Tuvo, también,  un paso por la reducación postural global, la osteopatía y la quiropraxia. Nada funcionó lo suficiente.
Neurocirujanos, traumatólogos generales y de columna son los tipos de médicos a los que visitó en ese lapso. Extremistas de la operación algunos, enemigos acérrimos del quirófano otros. Ególatras encendidos, todos.
“Cronoterapia” afirmó el anteúltimo al que concurrió. “Se trata de  cronoterapia” repitió el  doctor con postura de estoy diciendo una genialidad para enseguida preguntar “¿entendés lo que significa?” y sin dejar hueco, pasó a responderse a sí mismo: “que hay que dejar pasar el tiempo, que esto tendría que curarse sólo
Entonces, adujo que había entendido lo de la  cronoterapia, que no era tan difícil, ”crono” significa “tiempo” y  el cronómetro es desde hace mucho un elemento de uso masivo  pero que de todas maneras no le convencía porque el dolor era mucho y la consulta de ochocientos pesos (esto último no lo dijo pero lo pensó) si no era posible hacer algo más. El doctor quiso saber si era ingeniero y ante su respuesta negativa concluyó que sólo cabía esperar un tiempo a  que bajara la molestia y que si no cambiaba, recién entonces iba a evaluar una alternativa.   
Los pisos del sanatorio están impecables, sentado en la silla de ruedas protocolar y mientras el enfermero va colocándole un camisolín celeste, el ángulo de visión le permite detectar la presencia de por lo menos tres plasmas que transmiten una programación de televisión interna: ahora dan algo sobre embarazadas. Piensa en la época en que no le dolía el cuello.
El primer síntoma lo sintió en aquella movilización sindical a la que había asistido con bastante desgano. Un pinchazo leve en la parte izquierda de la nuca cuando hablaba el cuarto o quinto orador. Después,  otro puntazo más agudo en la zona de la escápula cuando un extranjero de rastas rubias, bermuda y lata de cerveza en mano se acercaba a un compañero con la  pregunta de: “¿this, revolution?”, llevándose como respuesta a su irreverencia un escueto: “not that much, not that much”.
Después: quedarse duro en el inodoro, el espejo viniéndosele encima, las articulaciones tensas y frágiles a la vez, el libro de Alejandro Zambra cayendo al agua meada, manotear el celular, el  bueno de su papá viniendo en su auxilio. Desoxametazona y  Celestone Crono 12  en forma de inyección aliviadora sólo después de sortear a una malcogidísima recepcionista de la guardia que lo hizo esperar una hora mientras se retorcía de dolor.
Maneras de capitalizar desgracias de esta índole: escribir un libro. La típica.
Pero ya estaba y  muy bien escrito por Damián Tabarovsky ;  el título: Autobiografía Médica.
Entonces cambió los programas políticos por las  series estadounidenses, un capítulo atrás del otro y gelatina mucha gelatina porque el frío en el estómago le aliviaba la pesadez de los antiinflamatorios.
El aire acondicionado está al palo, por debajo del camisolín siente cómo se le pone la piel de gallina en las piernas, hace más frío que en los “shops” de las estaciones de servicio. Le pregunta al camillero que se acerca para llevarlo si no hay alguna “promo” de caja, si aparte de sacarle el disco no le pueden hacer un engrosamiento peneano. 
Está llegando el momento. Cierra los ojos y trata de pensar que es un soldado en Malvinas, que es una misión heroica,  que lo hace por la patria.
Pero ya no funciona el walkie talkie, del resto del pelotón no hay novedades, algunos generales ya traicionaron y Menem planea candidatearse de nuevo  a gobernador de La Rioja.

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