viernes, 30 de diciembre de 2016

Sobre El Mató y Tinder





Me mandaron un cuento que escribió Walter Lescano. Hablaba de lo que le pasó viendo a “El Mató a Un Policía Motorizado”. Era genial pero me hizo sentir mal porque yo no había escrito nada sobre eso antes.
Me acordé del artículo que leí en una revista de música donde hablaban del “síndrome Bono” para explicar que a veces, no podés terminar de disfrutar algo que hizo otro porque sentís que tendrías que haberlo hecho vos.
Era más o menos así: Bono está en Londres en plena grabación de un disco, toma un taxi para ir al estudio, en la radio del auto suena una canción que le resulta conocida. Le pide al conductor que suba el volumen. El tema le parece espectacular. Al mismo tiempo que el locutor  anuncia que es el nuevo corte de Coldplay, se da cuenta que esa misma semana en plena grabación estuvo a un acorde de componer ese tema . No se perdona no haber llegado a hacerla él. La bronca lo supera, se baja del taxi sin esperar el vuelto y camina sin parar durante horas: en uno de sus viajes por oriente le enseñaron que la caminata es el mejor ansiolítico.
Cuando le conté lo que me pasaba a mi novia, me dijo que lo escriba igual. Total, va a ser distinto ¿no?
Ella es simple y vehemente a la vez. Como el bambú.
La primera vez que vi a “El Mató” coincidió con la única vez que tuve una cita por Tinder.
Estaba todo lo arriba que se puede estar a las pocas semanas de haber cortado con una ex.
Ya tenía escuchados varios discos y me habían parecido muy buenos, así que cuando unos amigos me preguntaron si sacaban entradas di el okey. Aparte, la mejor manera de transitar un duelo, al menos la primera parte, es hacer cosas sin parar. Si son divertidas,  mejor, pero la clave es hacer cosas sin parar, después sí va a venir un momento más reflexivo. Pero todavía no estaba ni en pedo en esa.
Así que después de acostarme tarde el jueves y laburar todo el viernes me encontré con el Loco y Melón para hacer previa tomando unas cervezas. Llegué medio tarde porque, en el medio,  había ido a cambiar el estereo del auto y dudé tanto que al final me encajaron un Pioneer regetonero, con luces que cambian de color, un espanto.
En ese momento, la banda ya era bastante conocida pero no como ahora que Niceto les queda chico y los va a ver ver gente que no conoce ninguna canción.
Esa noche pasó todo muy rápido, ya a partir del segundo o tercer tema sentí  como una revelación. Una experiencia cuántica, diría Osho. Una inyección de droga, dirían unos amigos de Saladillo que son dos fisuras y cuando algo les gusta  tiran esa.  En realidad, para ellos cualquier cosa puede ser una inyección de droga. Hasta una ensalada.
Pero esto era conmovedor posta, pocas  veces me había pasado de encontrar el sonido justo para el momento que me tocaba atravesar. Sólo me acuerdo de dos más: una con mi viejo volándome  la peluca con el “Anthology” de “Los Beatles” en séptimo grado y otro, gracias a  mi tía un par de eneros más tarde dejándome un cassete grabado con “Clandestino” de “Manu Chao” en una casa donde veraneaba mi familia .
Ahora queda piola descansar a “Manu Chao”, o  al manuchaismo, ese ponerse de un día para el otro a fabricar collares jipis, hacer de la vida un camino por el que se anda en ojotas de las que se abrochan al empeine y reencarnar en vegano durante el viaje por Bolivia creyendo que el grupo de amigos del Newman es, en realidad,  una cuadrilla de Sendero Luminoso. Pero sería muy injusto no reconocer que “Clandestino” me dio vuelta y que todavía, cuando escucho el disco, me genera cosas muy lindas.
“El Mató” me hablaba en la jeta de lo que me estaba pasando con una sinceridad increible. Era obvio que ese cantante gordo y desalineado no estaba careteando nada. Me anoté en el teléfono varios temas que habían sonado tremendo y cuando terminó, estaba sacudido por una emoción del carajo.
Melón y el Loco se encontraron con gente, así que se formó un grupo de amigos de amigos y terminamos todos morfando en una hamburguesería cercana y escabiando birra a más no poder. Todos coincidían en que había sido un show tremendo.
Tomé un par de vasos rápido y la manija se me subió a la cabeza así que le mandé  mensaje a una chica que tenía en Tinder.
Nunca había sido muy fana de la aplicación pero cuando corté, en una de las juntadas que los pibes fabricaron para bancarme, la Garza me convenció de que no tenía nada  de malo, que si no lo usaba ahora cuándo y otros argumentos implacables mediante los que proyectaba en mí las ganas bárbaras que tenía de desmonogamizar su  noviazgo de cinco años.  Esa noche bajamos el programa, jodimos un rato y después quedó ahí a mi disposición.
Primero empecé a usarlo en el tiempo de espera en el inodoro y después compulsivamente antes de irme a dormir, o en el subte y hasta en el trabajo.  La semana anterior al recital, había estado hablando con una que me había dado más bola que el resto y  esa noche cuando la tantié no tardó nada en responder: estaba todo bien para ir a tomar algo.
Les dije a los chicos que me tomaba el palo y al toque estaba manejando el auto por Avenida Santa Fé yendo a buscar a la muchacha.
 Decidí llevarla a un bar alejado para no cruzarme con nadie. “Vos no pensés demasiado”, me dije, “vos dale dale dale”.
Llegamos, ella pidió gin tonic, me pareció un buen indicio así que pedí lo mismo y empezamos a charlar. A pesar de ser del sur ( de General Roca) era re aburrida, intentamos diversos tópicos pero en ninguno logramos conectar demasiado.
Pedí tiempo muerto para ir al baño, mee con fuerza la birra que tenía encima,  me lavé la cara y como un mantra recité en voz alta “vos dale, dale, dale”.
Volví y ella se había terminado el trago así que pedí dos gin tonics más y empecé con el operativo beso posándole una de mis manos sobre la suya y jugueteando con el dedo pulgar. “Vos dale, dale dale”
Creo que hablábamos de bandas de rock nacional cuando acerqué mi cara a la suya pero ella la alejó y comenzó a hacer chistes sobre mi pelada. Sorprendido por su repentina mala onda  y herido en mi orgullo, reculé y me fui para atrás, me vino bien porque ya me dolía la espalda de estar inclinado tirándomele encima.
Pero la piba había hecho bien, la referencia a la debilidad capilar me había motivado, ahora  me la quería transar a toda costa,  así que al rato volví a la carga y  esta vez no opuso resistencia. Mientras nos besábamos fuerte noté que su saliva tenía gusto a pimiento de jamaica en el mejor de los casos ,porque el pimiento es picante y esto era más bien agrio como esas leches que uno se encuentra en la heladera cuando vuelve de la costa.
Pero pensar no era negocio así que de nuevo “DALE DALE DALE DALE”
Pero no, esto no era pensamiento era sabor “DALE DALE DALE”
Y a meter mano y se pone todo hot y pido la cuenta y nos estamos yendo en mi auto a su casa y pongo la radio y la miro de coté y no me dan nada de ganas, tengo atorados esos besos de  arroyo entubado y me imagino todo  garchado en un departamento de Barrio Norte mirando un cuadro de naturaleza muerta que debe tener encima de la cama,  con mi pija descompuesta extrañando lo que alguna vez tuve.
“Otra vez todo lo bueno se te fue” decía uno de los temas de El Mató que había anotado en el celular. Lo sentí sonando en la boca del estómago. Hay que estar atento a la panza, pasa buena data, es más clara que la mente.
Cuando llegamos a la puerta de su casa, volvimos a transar.
A pesar de estar gomoso le dije que groso conocerla, que la había pasado muy bien, que arreglábamos para otro día pero que esa noche no.
Llegué a casa y el vecino estaba de joda con amigos. Imposible dormir.
Me clavé un ibupirac, bajé una botella de agua mineral y me tiré en el piso con las piernas para arriba apoyadas en un estante de la biblioteca.
Con auriculares escuché el disco “ Un Millón de Euros” de punta a punta.





domingo, 4 de diciembre de 2016

Desayuno seco


“No tiene mucho sentido que vayamos si pronostican lluvia”, dice Paula. “Siempre está bueno cambiar de aire”, le contesto con una frase que podría haber usado mi viejo. Después, ella confiesa que en realidad tiene alta resistencia a tomarse días libres, que mejor vamos.
Antes de subir a la autopista, nos agarra un semáforo y vemos que hay un set de filmación: las cámaras apuntan a unos vendedores de flores que tienen un cartel colgado que dice “jazmines 20 pesos”. Pregunto si son actores. Cuando pasamos por al lado, ella dice que obvio que sí, que son unos chetos bárbaros, que cómo no me di cuenta. Me defiendo diciendo que no me daba bien el ángulo.
En la víspera de un fin de semana largo, la ruta está hasta las manos. La bancamos a paso de hombre, nos contamos cosas de la semana.
A mitad de camino, paramos en una estación de servicio a tomar café con leche. Los devolvemos y pedimos que los calienten un poco más. Como dicen los chinos “el agua tibia no sirve para tomar té ni para bañarse”. Ella agrega dos medialunas y yo no pido nada.  Al toque me arrepiento y pido una factura con membrillo.
Me da un poco de cosa llegar, la estamos pasando tan bien en la ruta. Frenar siempre da un poco de cagazo. Aparte, tenemos la sospecha de que puede estar lleno de familias ruidosas con nenes llorando.
Al final demoramos porque las cabañas no están donde dice el GPS. No quiero bajar a preguntar, siempre me da verguenza ser turista y más todavía si es un pueblo de la Provincia de Buenos Aires . Pero como el lugar sigue sin  aparecer, no nos queda otra. Por suerte se ocupa ella.
La casita es bastante pedorra, se escucha a la gente de al lado charlando, parece una familia que se lleva muy bien.
Nos tiramos en la cama, le empiezo a meter mano. Me encanta meterle mano, me encanta su culo y que se acuerde siempre de todo. Más tarde, en una parrilla sobre el río le pregunto quién dijo que cuando las cosas en una pareja arrancan complicadas es muy poco probable que después caminen. Piensa un toque y dice que fue esa amiga del gordo que nos cruzamos en Córdoba. Es lo más.
El mozo que nos atiende es gay. Mientras toma el pedido, un perro negro se acerca y se tira al lado de la mesa. Qué fiesta ser un perro y que te toque vivir en una parrilla al lado del Paraná. En algún momento queremos tener uno y que se llame el Negro Pablo como el personaje de Okupas.
Charlamos un rato sobre lo difícil que debe ser comérsela en un pueblo como Ramallo y sobre gente que conocemos a la que le cuesta salir del placard, debe ser re duro.
La carne está buenísima. En un momento el viento se empieza a sentir,  mientras ella se pone su buzo gris con capucha, una vaquita de San Antonio se posa en mi celular. No hay captura de pantalla para eso.
Pedimos flan mixto y mientras lo cuchareamos inventamos un juego que es adivinar dónde está y qué está haciendo el hijo de Palermo que se llama Ryduan.
Cuando volvemos, vemos que la familia consolidada al final es un grupo de cinco amigas que está haciendo un asado. Se quedan gritando hasta cualquier hora. Tipo una, Paula se acerca con buena onda a pedirles que bajen un poco la voz, pero ni bola. Ella propone buscar algún ruido blanco en el celular, elijo un youtube que se llama “ruido a ventilador para dormir” y con eso la piloteamos. A la mañana me despierto y ella está tapando la ventana con una frazada porque la luz le da  directo en la cara. Me paro, la ayudo y nos volvemos a tirar. No hay chance de dormir con el grupo de amigas desayunando en el jardincito que da a nuestra ventana. Vuelvo a activar el ruido blanco, ella se duerme pero yo no.
Hago un mate y agarro un libro. Se escuchan gritos, esta vez desde el palier de la cabaña de al lado, cogoteo por la ventana para ver quiénes son y veo dos parejas de cincuenta y pico: los hombres hablan de pesca y las mujeres sobre un all inclusive.
En pocos minutos se arma una tormenta descomunal que calma las voces de todo el mundo. Por la ventana se ve el agua cayendo sobre una cancha de voley, los árboles se mueven y de fondo, el río va cargándose de agua.
Se despierta Paula, me abraza y nos quedamos mirando el paisaje un rato. Le ofrezco un mate, me sonríe. Dice que no le gusta dormir con ruido blanco.
Nos tiramos en el sofá a leer. Después de un rato, cortamos unas frutas que trajimos de Buenos Aires.
Nos colgamos leyendo y, en un momento, empieza un ruido violento. Pienso que están cortando el pasto. Ella dice que es un helicóptero. Intentamos pensar que tanta intensidad no puede durar demasiado pero pasan los minutos y el ruido no baja un centímetro.
Salgo al palier y veo a lo lejos, sobre la calle, a un grupo de cinco motos y un auto que dan vueltas en círculo. Me voy acercando, es un juego donde el auto va  haciendo círculos sobre un gran charco de arena y barro mientras las motos se meten en el medio por turnos, algunas hacen willies, otras derrapan y cuando el conductor  se cae, lo tiran al charco donde el resto lo castiga tirándole más barro. Así una y otra vez.
Vuelvo a la cabaña bajo la lluvia, le cuento a Paula de dónde viene el ruido y agarro el celular.  Miro los mensajes. Parece que esta vez no es joda: se murió Fidel Castro.