domingo, 4 de diciembre de 2016

Desayuno seco


“No tiene mucho sentido que vayamos si pronostican lluvia”, dice Paula. “Siempre está bueno cambiar de aire”, le contesto con una frase que podría haber usado mi viejo. Después, ella confiesa que en realidad tiene alta resistencia a tomarse días libres, que mejor vamos.
Antes de subir a la autopista, nos agarra un semáforo y vemos que hay un set de filmación: las cámaras apuntan a unos vendedores de flores que tienen un cartel colgado que dice “jazmines 20 pesos”. Pregunto si son actores. Cuando pasamos por al lado, ella dice que obvio que sí, que son unos chetos bárbaros, que cómo no me di cuenta. Me defiendo diciendo que no me daba bien el ángulo.
En la víspera de un fin de semana largo, la ruta está hasta las manos. La bancamos a paso de hombre, nos contamos cosas de la semana.
A mitad de camino, paramos en una estación de servicio a tomar café con leche. Los devolvemos y pedimos que los calienten un poco más. Como dicen los chinos “el agua tibia no sirve para tomar té ni para bañarse”. Ella agrega dos medialunas y yo no pido nada.  Al toque me arrepiento y pido una factura con membrillo.
Me da un poco de cosa llegar, la estamos pasando tan bien en la ruta. Frenar siempre da un poco de cagazo. Aparte, tenemos la sospecha de que puede estar lleno de familias ruidosas con nenes llorando.
Al final demoramos porque las cabañas no están donde dice el GPS. No quiero bajar a preguntar, siempre me da verguenza ser turista y más todavía si es un pueblo de la Provincia de Buenos Aires . Pero como el lugar sigue sin  aparecer, no nos queda otra. Por suerte se ocupa ella.
La casita es bastante pedorra, se escucha a la gente de al lado charlando, parece una familia que se lleva muy bien.
Nos tiramos en la cama, le empiezo a meter mano. Me encanta meterle mano, me encanta su culo y que se acuerde siempre de todo. Más tarde, en una parrilla sobre el río le pregunto quién dijo que cuando las cosas en una pareja arrancan complicadas es muy poco probable que después caminen. Piensa un toque y dice que fue esa amiga del gordo que nos cruzamos en Córdoba. Es lo más.
El mozo que nos atiende es gay. Mientras toma el pedido, un perro negro se acerca y se tira al lado de la mesa. Qué fiesta ser un perro y que te toque vivir en una parrilla al lado del Paraná. En algún momento queremos tener uno y que se llame el Negro Pablo como el personaje de Okupas.
Charlamos un rato sobre lo difícil que debe ser comérsela en un pueblo como Ramallo y sobre gente que conocemos a la que le cuesta salir del placard, debe ser re duro.
La carne está buenísima. En un momento el viento se empieza a sentir,  mientras ella se pone su buzo gris con capucha, una vaquita de San Antonio se posa en mi celular. No hay captura de pantalla para eso.
Pedimos flan mixto y mientras lo cuchareamos inventamos un juego que es adivinar dónde está y qué está haciendo el hijo de Palermo que se llama Ryduan.
Cuando volvemos, vemos que la familia consolidada al final es un grupo de cinco amigas que está haciendo un asado. Se quedan gritando hasta cualquier hora. Tipo una, Paula se acerca con buena onda a pedirles que bajen un poco la voz, pero ni bola. Ella propone buscar algún ruido blanco en el celular, elijo un youtube que se llama “ruido a ventilador para dormir” y con eso la piloteamos. A la mañana me despierto y ella está tapando la ventana con una frazada porque la luz le da  directo en la cara. Me paro, la ayudo y nos volvemos a tirar. No hay chance de dormir con el grupo de amigas desayunando en el jardincito que da a nuestra ventana. Vuelvo a activar el ruido blanco, ella se duerme pero yo no.
Hago un mate y agarro un libro. Se escuchan gritos, esta vez desde el palier de la cabaña de al lado, cogoteo por la ventana para ver quiénes son y veo dos parejas de cincuenta y pico: los hombres hablan de pesca y las mujeres sobre un all inclusive.
En pocos minutos se arma una tormenta descomunal que calma las voces de todo el mundo. Por la ventana se ve el agua cayendo sobre una cancha de voley, los árboles se mueven y de fondo, el río va cargándose de agua.
Se despierta Paula, me abraza y nos quedamos mirando el paisaje un rato. Le ofrezco un mate, me sonríe. Dice que no le gusta dormir con ruido blanco.
Nos tiramos en el sofá a leer. Después de un rato, cortamos unas frutas que trajimos de Buenos Aires.
Nos colgamos leyendo y, en un momento, empieza un ruido violento. Pienso que están cortando el pasto. Ella dice que es un helicóptero. Intentamos pensar que tanta intensidad no puede durar demasiado pero pasan los minutos y el ruido no baja un centímetro.
Salgo al palier y veo a lo lejos, sobre la calle, a un grupo de cinco motos y un auto que dan vueltas en círculo. Me voy acercando, es un juego donde el auto va  haciendo círculos sobre un gran charco de arena y barro mientras las motos se meten en el medio por turnos, algunas hacen willies, otras derrapan y cuando el conductor  se cae, lo tiran al charco donde el resto lo castiga tirándole más barro. Así una y otra vez.
Vuelvo a la cabaña bajo la lluvia, le cuento a Paula de dónde viene el ruido y agarro el celular.  Miro los mensajes. Parece que esta vez no es joda: se murió Fidel Castro.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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