sábado, 28 de septiembre de 2019

Carta a un amigo que siempre me ganaba al Winning.



La primera vez que te rompiste la rodilla, jugabas con el Arsenal y yo con el Inter. Me acuerdo del gordo Adriano, de Zanetti… no mucho más. En esa época, podía recitar la formación de memoria y sabía el apellido de todos los que comían banco.
Cada tanto, jugábamos con selecciones. De hecho, así empezó todo.“Si jugás con Francia y ponés 4-4-2 sos pésimo”, me dijiste saliendo del cuartito en el que guardábamos los afiches de la agrupación. Y yo, que obvio, jugaba con Francia y formaba 4-4-2, no tuve más remedio que desafiarte. ¿Vos jugabas con Brasil, no? Cuando transitás los veinti y tenés buena memoria creés que nunca vas a olvidarte de nada. Supongo que es un derivado de la omnipotencia de esa edad: te tenés un montón de fe en controlar las cosas. Cero conciencia de los mil palos que te vas a devorar.
Pero ahora estoy acá, haciendo fuerza para recordar a algún otro fulano que jugaba en el Inter. Escribo esto todavía viviendo en Freire. La semana que viene, me mudo. Es viernes a la tardecita: ya está oscuro porque el invierno acecha. Paula estudia. Hace poquito empezó la carrera de nutrición y está muy metida. Mientras, yo tomo un poco de whisky para ver si así me transformo en escritor en serio. A mí también me encanta el concepto ese de Nico de hacer cosas en serio: bailar en serio, escribir en serio. Le doy un trago y sale un jugador más. Materazzi. Era marcador de punta.
Siempre jugabas con el joystick y quizás tenías otro. Y si no, hubieras tenido cero drama en meterle un tiempo y un tiempo o que, directamente lo usara yo porque te gustaba que fuera justo: no sacabas ventaja con pelotudeces. Sólo boqueabas. Muchísimo. Pero la verdad, que toda esa parafernalia retórica me hacía cagar de risa. Al revés que todo el mundo, cuanto más boqueabas, mejor jugabas. Eso me llamaba la atención porque le pasa a muy pocos. A Chilavert, por ejemplo.
Lo cierto es que, como decías, siempre disfruté con el teclado. Pegarle con shift d o la barra, la verdad, que tampoco me acuerdo de los cursores, pero sí de que me cabía mover los dedos sobre la superficie apenas rugosa de las teclas. ¿Le pegaba con la D, pase con la S y centro con la A? Este whisky está bárbaro. Tu teclado era blanco. En un momento, se habían puesto de moda los negros. ¿Te acordás? Alguna vez, tendría que ponerme a escribir sobre computadoras. Hay literatura en el destino triste de las empresas (seguramente pymes) que fabricaban accesorios para PC. No se si te suena, pero en un momento, hubo unos cobertores a medida para las compus de escritorio. Eran unas fundas que evitaban que se llenaran de polvo esos monitores soviéticos gris cremita que pesaban como veinte kilos. Otro producto que tuvo su cuarto de hora fue una especie de lupa que se ponía adelante de la pantalla: ayudaba a no forzar la vista. Ese plástico se ponía cada vez más amarillo. Manejaba la escala cromática de los dientes de un fumador empedernido.También llegué a ver unos ganchos que iban al costado: como unas orejeras para sostener papeles.
No voy cronológicamente. Obvio que todo lo que digo fue mucho antes de los Winnings que jugábamos en esos primeros años de la facultad, pero qué importa: ya hace tiempo que dejé de ver tanta virtud en los textos ordenados. Quizás, sea consecuencia del hastío de los escritos judiciales.
También me acuerdo de unos teclados curvos que te vendían como anatómicos: eran enormes. Después, obvio, el mouse estático: había que sacar la bolita para limpiarlo. Era flashero que fuera tan pesada. Una secuencia que todos nos acordamos son esos ruidos alienígenas que hacían los modems; anulaban cualquier intento de conversación que hubiera en la zona.
Antes del Winning, en los tiempos de la escuela primaria, se jugaba al PC Fútbol. Para instalarlo, había que usar como siete diskettes. Instalando. Diskete 4/7. Si se frenaba, cagabas y había que volver a empezar. Mientras se cargaban esas mil barras que oscilaban entre el gris y el azul, había tiempo como para preparar un exámen de historia: leer los detalles de las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón. De Cancha Rayada también. Siempre me volvió loco el nombre de ese combate. Para poder entrar al juego, había que poner un código. Sólo acertando una combinación con los escudos de los equipos, se accedía al menú de opciones. Como ningún amigo lo tenía original, había que pedirle a conocidos de conocidos que te habiliten una fotocopia con las claves. La otra era hacer prueba y error: un laburo que podía llevar meses.
El otro día, fuimos al estudio de grabación que abrió el Pollo. En una especie de sala de espera instaló un arcade con videojuegos infinitos. Los pibes probaron un rato el Mortal Kombat y después, empezaron a joder con el de Los Supercampeones. No me lo acordaba. Es rarísimo. A pesar de correr diez minutos seguidos, los jugadores no llegan a cruzar mitad de cancha. Las cámaras te muestran sólo las piernas: no tenés una mínima idea del contexto de la jugada. Pero más allá de esa lisergia oriental, lo increíble fue ver a Diega manejando la palanca y los botones. No sólo se acordaba de las combinaciones para que el tiro de los Korioto se clavara en el ángulo sino que, cuando la pantalla se llenó de conceptos japoneses, empezó a armar frases que activaban trucos. De repente, en vez de jugar con un equipo de cuarta, éramos la selección de Brasil. Steve Hyuga tenía energía infinita y a Richard Tex Tex le crecían alas. Delirios. Diega es secretario de una fiscalía federal ¿entendés? ¿Qué parietal de su cerebro se habrá activado para descifrar esos ideogramas imposibles y de repente, pilotearlos como si fueran su lengua materna? El flaco se los acordaba, las letras japonesas habían quedado tatuadas en algún rincón de su masa encefálica. Mirá que yo nunca fui fan de “los trucos”, no me cabe el bidón de Branco virtual, pero lo que hizo Diega el otro día fue hermoso.      
Volviendo a las computadoras, mi momento preferido fue cuando se puso de moda instalar unos ventiladorcitos para que el CPU no recalentara y funcionara más rápido. Era un aire que favorecía la productividad. Servía para humanizar a ese artefacto nuevo que mis amigos conocedores, los que podían desarmarlo llamaban cancheramente “la máquina” y que, cada vez, cumplía más funciones en nuestra vida.
Tranquilizaba saber que, como nosotros, la computadora necesitaba respirar.


Retomo el texto ya mudado a San Telmo desde un Starbucks en el que pasan una música clásica que pretende ser moderna. Es pésima.Vinimos porque todavía no hay wi fi en el departamento nuevo, pero esta lluvia delirante y el gran corte de luz de ayer, dejó sin internet al local. Siempre me voy a acordar de que la primera mañana en la nueva casa fue la del corte mundial de electricidad. Al menos eso creo ahora. Quizás, termine pasando lo mismo que con la formación del Inter.
Paula está con mi compu escribiendo porque tiene un deadline así que yo le meto al google docs desde el celular y consumo datos como un enfermo. Releo lo que escribí y me pregunto si no es demasiado nostálgico. Parece un precalentamiento de melancolía para adaptarme rápido a vivir en el sur de la ciudad. Quizás sea una exageración, no sé realmente cuánto queda de esa zona de compadritos que te acuchillaban y después se bajaban un vino Toro escuchando Julio Sosa. Pero bueno, también debe estar pegando la época del año. Como le escribió alguna vez Cristina Peri a Cortázar: “quién no es un poco melancólico en otoño, a las seis de la tarde en Buenos Aires, Montevideo o Barcelona.”
Ahora que me acuerdo, Zambra escribió sobre computadoras en ese libro hermoso que es Mis Documentos. Qué grande Zambra. Me respondió un mail cuando fuimos a Santiago, dijo algo así como que sonaba fantástico conocernos (le hablé de nosotros: esos abogados fascinados con su obra), pero que no podía vernos porque estaba viviendo en México. Lo sigo en instagram con Los Fatales: intercambiamos un par de mensajes. Lo amo. Ahora, estoy leyendo a otro chileno. Este Pedro Azócar que Joni no soportó, bah, ese que decidió leer en un sólo día porque decía que le hizo daño. Ese que Pablo dice que es material radioactivo. Los pibes me pidieron que no te lo pase ahora. Yo no estoy tan seguro. Quizás sea una buena lectura para el post operatorio. Decime vos. Bueno, el tema es que lo leí hasta recién y, como vos decías que decían los coordinadores de Travel Rock en los dos mil, explota. Me dejé un cuartito para mañana. Ese broli me dio tantas ganas de escribir que lo intento ahora aunque tenga que usar el teléfono y su tecladito insonoro e hipersensible. Histérico. Para revertir las condiciones adversas, evoco esa concentración con la que jugábamos al Winning. Le estoy agradecido a Azócar: cuando un libro te da ganas de escribir, es genial.
Es tal cual como decías: siempre me gustó el teclado. Sobre todo, los de teclas duras que sobresalen. Los de las notebooks tienen menos profundidad. Menos capacidad de tecleo. El otro día, vi que lanzaron uno que recrea el de la máquina de escribir. No se si es un flash o una hipstereada infumable. Me inclino más por la segunda opción.
En el laburo, los días que estoy medio sensible, me duele el sonido del teclado de mis compañeras. Ese traqueteo de la productividad.  En la fiscalía, menos el Loco, son todas mujeres y le dan duro. La que se sienta al lado mío, se llama Flor. Se sienta derecha y le mete. Escribe con compromiso. Eso que dicen Aguirre y Kessel, un empilcharse para escribir dictámenes: los pequeños gestos necesarios para escapar del estado de ánimo judicial, esa burocratización. La ataraxia en el peor sentido de la palabra. A Flor la interrumpo seguido, hablamos mucho de fútbol y me soluciona cualquier problema que tenga con la compu. También me aconsejó que me comprara un celular Huawei que resultó bueno y me tiró la posta sobre un vaso térmico que pegué por Mercado Libre para regalarle a Paula. La verdad, que no puedo pedirle más.
Para mí, la escritura es con el teclado. A pesar de eso, tengo siempre una libreta conmigo. De hecho, las primeras ideas para este mail las escribí ahí con una birome uniball, esas que “corren” lindo. La birome es clave. En eso soy un cheto de Belgrano a full. Seguro que es cierta la vieja idea de que si querés escribir, escribís pinchándote el dedo con un escarbadiente y usás la sangre como tinta para completar una y cien servilletas choreadas de mesas de turistas que toman café en las mesitas de afuera de la London, las que dan sobre Florida, pero a vos no te la voy a caretear: yo con la bic, no puedo. Se me traba en el papel, no me entiendo la letra. Por eso, a la libreta la banco aliada con una buena birome y para anotar ideas: puntas para textos que, en el mejor de los casos, ganarán volumen después desde el teclado. Estoy por terminar la segunda libreta desde que perdimos la elección en 2015 y volví a escribir. Entonces: la libreta, más un google docs que se llama “cosas”, más las notas del celular y así dispongo de un arsenal de anotaciones que eventualmente (menos del diez por ciento para ser sincero), cristalizan en un poema.
Sigo con el celu. Muevo los dedos rápido y no le doy bola a los errores de tipeo para no perder el impulso de la escritura, pero me pasa lo de siempre, no me gusta leer desde la pantalla, menos desde una chiquita. En el laburo, trato de imprimir porque necesito subrayar y hacer anotaciones. Si no, siento que no leí en serio. Tengo que hacer mierda los textos. Creo que por eso, me molestan las cuentas de instagram que recomiendan libros impolutos con fotos de cafés con leche y bibliotecas todas ordenaditas. Esa escenografía me queda lejísimos. La experiencia de la literatura para mí no es completa sin hacer notas al margen con birome o sin intentar algún comienzo de poema en las hojas en blanco que vienen de más al final. Algunos dicen que eso es faltarle el respeto al libro. Están en pedo. Todo lo contrario. Nos quieren convencer de que la experiencia de la literatura pasa por apoyar un libro al lado del lemon pie en Le Ble.
Otra cosa que me parece una boludez y está re instalada: los libros no se prestan. Hasta hay un dicho: “el que presta un libro es un bobo, pero más bobo es el que lo devuelve”. Nosotros somos ejemplo de que todo lo contrario. Se disfruta mucho más de un libro cuando lo lee un amigo y después podés comentarlo. El flash se incrementa todavía más si no solo lo lee un amigo sino que lo lee todo el grupo de amigos. Como nos pasó con City de Baricco, con Bonsai de Zambra y está pasando ahora con El Señor que Aparece de Espaldas de Azócar. La literatura garpa mucho más cuando se transforma en una experiencia colectiva. Pero bueno, como decía Benjamin en El Narrador, estamos frente a una crisis de la experiencia. Y van también por el libro que al contrario de lo que muchos creen, no tiene magia propia. Si aniquilan el ritual, no va a tardar mucho en convertirse en sólo un puñado de hojas encuadernadas con tapa dura. Por eso, los covers de poemas que sacamos el otro día: hay que buscar otros espacios, otros dispositivos. Y claro, ritualizarlos. Como dice Calasso, la fe es la confianza en la eficacia de gestos rituales.
Bueno, vuelvo a las pantallas y a la paja que da leer desde ahí. El otro día, Nico me pasó un texto justamente de Calasso para una propuesta que tenemos ganas de armar. El tema es que estaba sólo en Scribd. Él se acordó de que el Tío tenía cuenta de eso y como nos acordábamos su mail, probamos una clave. Entramos al primer intento. Perón1945. Fue hermoso ver cómo después de poner el nombre del General, la pantalla se desbloqueaba y las ventanas se desplegaban mansamente hasta abrir el texto que buscábamos. Una sensación parecida a la de pasar de pantalla en los fichines.
Antes te contaba del libro de Azócar. Vas a ver que viene con una dedicatoria de no sabemos quién a no sabemos quién. Cosas fascinantes de los libros usados. ¿Cómo termina en una mesa de saldos uno tan bueno como este? Lo primero que pensé fue en que la antigua dueña debía haber sido víctima de una crisis económica, pero una seguidora de Los Fatales me abrió una posibilidad mucho más tenebrosa: “la gente se deshace de libros cuando un familiar se muere”.


Ya escribo desde Defensa: hay wifi y la compu está disponible. Hace unos años, fui a buscar los mails que nos escribíamos y armé un archivo con una selección de los mejores, incluso resalté fragmentos. Estoy buscando el archivo hace como una hora y no aparece. Buscaba un mail tuyo en el que creo que hablabas de las mudanzas. Me acuerdo de que eras muy claro sobre a partir de qué momento podés empezar a llamar a la casa nueva con el nombre de la calle en la que vivís: Zapiola, Echeverría, etc. Yo voy por mi segunda semana acá y ya le digo Defensa. Quizás sea apresurado, pero me siento cómodo. Y eso que está todo hecho un bardo, le falta luz y está bastante venido a menos. Cuando paremos un poco la bocha, supongo post feria, habrá tiempo para acomodarnos bien y que luzca un poco más.
Vuelvo a escribirte un mail después de un montón de años. Calculo que te llegará el mismo día de la operación para que esté disponible cuando se vaya esfumando el efecto de la anestesia. Aunque pensándolo bien, si lo termino hoy, te lo mando a la noche para que, si te pinta, lo leas durante el fin de semana. Una suerte de prólogo al quirófano. Un prólogo larguísimo, es cierto. Sería contradecir a Borges y su:“Dios te libre, lector, de prólogos largos”, pero no sería la primera vez.
Un poco ya hablamos el otro día de todo lo que se suele decir sobre las lesiones. “Te obligan a frenar” “Podés aprovechar para hacer otra cosa” “Siempre enseñan algo”. Lo cierto es que los saldos aparecerán o no, pero no tiene sentidos forzarlos. Mientras tanto, la única vía es estar cómodo con la incomodidad.
El otro día te regalé esa moleskine celeste porque me acordé que después de aquella operación escribiste el mejor mail que leí en mi vida. Ese en el que hablabas de los chistes al camillero y sonaba Perfect Day de fondo. Seguro está en ese archivo que no aparece. Sos de los mejores escritores que conozco aunque ahora escribas sentencias. Es que, en realidad, debería ahorrarme el “aunque” porque justamente es un error pensar que los operadores judiciales no pueden ser escritores. Me parece que las resoluciones judiciales podrían pensarse como género literario. En ese puente derecho literatura que estoy explorando me parece interesante la cuestión de cuánta poesía se puede introyectar en las instituciones. Hay lugares más propicios como un debate parlamentario o un alegato en juicio oral. Y también hay lugares en los que sencillamente no se puede. Me interesa mucho tu opinión sobre estas cosas.
Quizás te entusiasme la idea de probar escribir algo durante la recuperación y en ese caso, la libreta celeste pueda ayudarte. Y si no, va a estar todo más que bien, podés usarla para la lista del supermercado o regalarla. Lo importante es atravesar este mes y no sumarse exigencias.
Alguna vez tuvimos el miedo compartido de ser eternas promesas: nos llenamos y nos llenaron de mandatos y presiones. Por eso, nunca viene mal pensar que en la vida nada va de nuevo, pero siempre se puede ser otra cosa.
Abrazo hermético.

Tomi.


5 comentarios:

ZM dijo...

Hola Tomas,
Caí por casualidad en tu entrada de "Es hora de buscar lo esencial." , me atraparon los lugares comunes, las anécdotas que contás con tus amigos, porque veía un reflejo mío de eso. Creo que casi debemos tener la misma edad, será por eso también. Luego seguí leyendo tus entradas, me gusta como describís la realidad. Me sorprendió que aún tengas una entrada relativamente reciente. Los blogs ya casi no existen, casi todos están olvidados. No hagas eso , busca otra plataforma y seguí escribiendo. Si tu sueño es vivir de la literatura como leí por ahí. El mío también, por eso te deseo lo mejor.

Tomás Rosner dijo...

Acabo de ver este mensaje. Es cierto: los blogs están en extinción!. Este, cada tanto, da señales de vida. Me podés seguir en esta cuenta de instagram @los_fatales. Gracias y abrazo!

Anónimo dijo...

pero que rayos es fugir >:V

Anónimo dijo...

por sierto me gustan los blog pero agien se apunta para el roblox :D

Anónimo dijo...

pero que relato tan trolazo...