jueves, 6 de septiembre de 2007

Sentido


En la triste mañana del modesto bar, una pareja de treintañeros lee revistas de moda y cada tanto realiza un comentario sobre aquel vestido o ese famoso. Dos profesoras universitarias preparan una clase. Un señor que se está quedando pelado lee el diario. Otro señor bebe abstraídamente un cortado.
Yo dejo que mi café con leche se entibie hasta volverse un brebaje asqueroso. De a ratos hojeo un libro sobre un joven que quiere ser escritor pero no logro concentrarme. Prefiero contemplar lo que se ve a través de la puerta vidriada. No es demasiado: una ciudad que oscila entre el gris y el ocre, gente que camina con bufanda, guantes y gorro, una leve pero perseverante llovizna.
Por momentos giro la cabeza y creo reconocer algún gesto tuyo en el señor que se sienta en la mesa de al lado, en el tipo que se está quedando pelado mientras lee el diario. Vuelvo a perder la mirada a través de la puerta de vidrio.
Yo no soy de esos que exageran sus problemas, simplemente no es mi estilo, por eso me asusta tanto pensar que esta ciudad sin vos no tiene ya ningún sentido. De ninguna manera quiero que creas que esto es parte de una estrategia para que regreses, por favor no lo tomes a mal, nunca caería tan bajo.
Tampoco es una opción ir detrás tuyo persiguiéndote como un loco, estoy seguro que si algún día decidís regresar no será porque fui en tu búsqueda.
En una de esas debería tomarme un año de descanso e irme lejos.
Escalar montañas, nadar ríos, atravesar selvas y perderme en grandes mercados.
Viajar en los techos de ruidosos trenes que recorren vías que ya no existen.
Emborracharme en oscuros bares atendidos por mozos golpeadores, dormir en bancos de plaza y terminales de ómnibus, conocer mujeres de una noche y regalarles ramos de flores arrancadas de un jardín.
Retrasar relojes de viejas catedrales, cenar con un mendigo en la vereda, jugar a ser actor en alguna obra de bajo presupuesto, cosechar tomates en una huerta orgánica, jugar al fútbol en algún potrero con montañas de fondo, meter los pies embarrados en un arroyo de agua fría, tomar mates amargos con el sonido de los grillos.
Tarde o temprano en algún lugar encontraré la receta para dejar atrás todo esto, para concentrarme en este libro de un joven que quiere ser escritor. Tomo un sorbo del café con leche y me contengo para no escupirlo, le hago una seña al mozo para que me cobre. Ahorro tiempo y me voy poniendo el sweater.

1 comentario:

Anónimo dijo...

puedo sentirlo!