lunes, 12 de mayo de 2008

Tarde de Martes


Escucháme, miráme. Te pido que me mires. Que me escuches. No me podés mirar, no querés escucharme! La chica le grita a el chico.
Están sentados en la calle, en la escalera de entrada a un edificio. El pesado olor de una lluvia que se avecina se mezcla con el de las frutas podridas de la verdulería que está a unos metros pero de la mano de enfrente.
Ella grita y llora. Tiene seguramente menos de veinticinco años, es bastante linda y lleva puesto uno de esos ambos turquesas que usan los médicos. Está visiblemente arrugado y la parte de atrás está cubierta por manchas blancas de todos los tamaños.
Por qué no me mirás, por qué no me escuchás. No me mirás hasta que te lo muestro, no puede ser. No mires al costado, fijo, fijo mírame fijo , escucháme por Dios.
Ella intenta abrazarlo, él se resiste, baja la mirada, comienza a llorar más fuerte y gime. Se pone de pie y usando las manos como remos intenta secarse las lágrimas, lo logra por un instante pero a los pocos segundos una nueva catarata de llanto aflora. Tiene los ojos cansados y toda la pintura corrida. El escote del ambo deja entrever unos raspones.
La calle está muy tranquila, sólo una anciana espera el colectivo en la esquina. Los mira con curiosidad, intrigada por los ademanes y gritos de la chica.
Él se mantiene sin pronunciar palabra, con la mirada perdida, como acostumbrado a este tipo de situaciones. Parece aún más joven que ella. Tiene algo de acné en los cachetes y lleva pelo largo atado con una colita. Viste pantalones anchos y una cadena bastante gruesa a modo de collar.
Ella se toma el pelo como planchándolo. De repente se agacha con rapidez y lo besa con violencia, él responde al beso y la toma fuertemente del pelo, ella no da señales de dolor pero al rato se suelta y aleja la cara unos instantes, luego vuelve a la carga y lo vuelve a besar, él se excita. Trata de tocarle una teta, ella ni se percata. Ya decidió.
Palpa su bolsillo izquierdo y lo siente, esta vez no se lo va a mostrar. Lo extrae con los ojos cerrados, él le está mordiendo los labios.
Se lo clava a la altura de las costillas, siente el impacto de los chorros de sangre tibia sobre su ambo, sólo después escucha su alarido de dolor.

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