lunes, 1 de septiembre de 2008

De vascos, humedad y rodete


El sábado a la noche está demasiado húmedo. Es un invierno para chomba y la calle se encuentra muy transitada: gente que va al teatro, que se junta a comer y adolescentes que caminan rápido con botellas de cerveza en la mano.
Me tomo el colectivo y están todos los asientos ocupados. Soy el único que viaja parado y probablemente el único que no sepa adónde va. En realidad que no conoce a qué va. No saber por qué se toma un colectivo de línea el sábado a la noche ni por qué se está tan lejos de casa a los treinta años son cuestiones que lo llevan a uno a fruncir el ceño y a no apreciar la hermosura de una joven que se acaba de subir. Por arte de magia se liberan dos asientos cerca de mi izquierda. La bella joven se sienta y yo hago lo mismo.
Ella recuesta su cabeza sobre el vidrio empañado y deja ver su perfil, tiene una nariz perfecta cercada por una constelación de lunares y una boca suave, mechones de pelo le tapan la oreja pero dejan entrever un aro. Escucho como de sus labios se desprende un susurro de canción.
Me gustaría tener idea de hacia adónde voy, como sí sabe la señora con la torta entre los brazos de la primera fila, como los tres chicos que gritan en la parte de atrás del colectivo, como la pareja que no se habla pero se da la mano en el asiento de enfrente.
Lo de siempre cuando me mandan a trabajar: un viaje desde el interior, una dirección, una persona de apellido vasco, reunirse en algún momento del fin de semana siempre que sea de noche, hacer tiempo durante el día, algunos llamados, leer los diarios y elegir algún momento para la reunión. Una persona que uno no conoce ni volverá a ver, un mensaje cifrado que no se entiende y que hay que mandar por correo. Entonces emprender el viaje de regreso y permanecer quieto hasta nuevo aviso.
La joven se mueve y su mano derecha acaricia mi rodilla. O más bien la roza accidentalmente, no es posible que la esté acariciando. Pero intuyo su mirada fija en mi rostro. Siento los músculos de mi cara muy tensos y trato de relajarlos porque tengo miedo de poner una mueca inapropiada. No soporto que me observe así, me sigue clavando la mirada. De repente posa su mano sobre mi pierna y la acaricia, ahora no hay dudas.
Bajo en la siguiente, ¿venís? me pregunta con un hilo de voz.
Tengo toda la noche para reunirme con quien no conozco y hacer mi trabajo. No puedo rechazar esta oferta. Baja del colectivo y la sigo. Caminamos tres cuadras, la joven lo hace ligeramente más adelante, puedo ver sus caderas y piernas moviéndose con la sutileza de la marea, va rápido, casi debo hacer trotar mis descuidados noventa kilos para seguirle el ritmo.
Llegamos a una estación de tren. Por primera desde que descendimos del colectivo se da vuelta y me mira. Es peligroso venir a estos baños sóla, afirma. Me pregunto de qué diablos está hablando. Se da vuelta y camina con vehemencia hacia la izquierda del andén. Caigo en al cuenta de que hay un baño allí. Antes de entrar me grita:¡esperáme acá!
Me quedo parado sin saber muy bien qué hacer. El olor a pis es penetrante, miro hacia los costados. Contra la pared duermen dos linyeras tapados con una sábana rosa, al lado y de espaldas hay un hombre en silla de ruedas con la cabeza deforme. Por último hay una anciana loca apoyada contra la pared. Repite una y otra vez en voz alta “aluvión sin cesar”
Empiezo a tener miedo. Me dan ganas de irme. Efectivamente estos baños deben ser peligrosos. Por otro lado yo no tengo ninguna razón para estar allí, hasta preferiría estar sentado cómodamente en un colectivo yendo hacia ninguna parte antes que esta inmunda estación y estos nauseabundos baños. Aguardo largos minutos y la joven no sale del baño, sí lo hace un perro sucio y enfermo. ¿ será esto un asalto? ¿ me habrá seducido la muchacha para dejarme ahí tirado a la espera indefensa de un comando criminal caníbal?
Mis fantasías de muerte cercana se interrumpen por una voz a mis espaldas. Perdón por tardar tanto, escucho que dice. Es la joven hermosa y está todavía más linda con el cabello todo mojado. Se ha hecho un rodete con una birome. Tenía que lavarme el pelo, afirma con graciosa seriedad.
Yo asiento con la cabeza y murmuro algo como que es razonable lavarse el pelo sucio. Ella se acerca, me da un beso congelado en el cachete y emprende una caminata rápida hacia la derecha de los andenes. Unos segundos después ya desapareció. De mis ojos y de mi vida.
Quizás ya no sea necesario encontrarme con una persona de apellido vasco y recibir un mensaje criptado.

1 comentario:

macanudas* dijo...

Yo me enamoro en el subte y vos en el colectivo (después de todo, La gente que siente mucho no crea arte sino autorreferencia estética).

Habra que viajar mas seguido!

xxx

m*

pd: mas abajo hay mas