miércoles, 21 de mayo de 2008

lunes, 12 de mayo de 2008

Tarde de Martes


Escucháme, miráme. Te pido que me mires. Que me escuches. No me podés mirar, no querés escucharme! La chica le grita a el chico.
Están sentados en la calle, en la escalera de entrada a un edificio. El pesado olor de una lluvia que se avecina se mezcla con el de las frutas podridas de la verdulería que está a unos metros pero de la mano de enfrente.
Ella grita y llora. Tiene seguramente menos de veinticinco años, es bastante linda y lleva puesto uno de esos ambos turquesas que usan los médicos. Está visiblemente arrugado y la parte de atrás está cubierta por manchas blancas de todos los tamaños.
Por qué no me mirás, por qué no me escuchás. No me mirás hasta que te lo muestro, no puede ser. No mires al costado, fijo, fijo mírame fijo , escucháme por Dios.
Ella intenta abrazarlo, él se resiste, baja la mirada, comienza a llorar más fuerte y gime. Se pone de pie y usando las manos como remos intenta secarse las lágrimas, lo logra por un instante pero a los pocos segundos una nueva catarata de llanto aflora. Tiene los ojos cansados y toda la pintura corrida. El escote del ambo deja entrever unos raspones.
La calle está muy tranquila, sólo una anciana espera el colectivo en la esquina. Los mira con curiosidad, intrigada por los ademanes y gritos de la chica.
Él se mantiene sin pronunciar palabra, con la mirada perdida, como acostumbrado a este tipo de situaciones. Parece aún más joven que ella. Tiene algo de acné en los cachetes y lleva pelo largo atado con una colita. Viste pantalones anchos y una cadena bastante gruesa a modo de collar.
Ella se toma el pelo como planchándolo. De repente se agacha con rapidez y lo besa con violencia, él responde al beso y la toma fuertemente del pelo, ella no da señales de dolor pero al rato se suelta y aleja la cara unos instantes, luego vuelve a la carga y lo vuelve a besar, él se excita. Trata de tocarle una teta, ella ni se percata. Ya decidió.
Palpa su bolsillo izquierdo y lo siente, esta vez no se lo va a mostrar. Lo extrae con los ojos cerrados, él le está mordiendo los labios.
Se lo clava a la altura de las costillas, siente el impacto de los chorros de sangre tibia sobre su ambo, sólo después escucha su alarido de dolor.

martes, 6 de mayo de 2008

Música enferma

Era una manoseada noche de sábado en la que terminé sin ningún programa. Algo desencantado abrí una latita de cerveza y comencé a buscar un disco que hacía mucho que no escuchaba. Después de un media hora lo encontré: estaba en el medio de un pila de esas revistas que vienen los fines de semana con los diarios importantes. Le pasé un trapo húmedo a la caja llena de polvo, luego la abrí cuidadosamente con la misma incertidumbre que uno siente cuando se va a encontrar a tomar algo con un amor que hace mucho que no ve.
Coloqué suavemente el disco en el reproductor y con los ojos cerrados me dejé caer en el sillón. Cuando el primer tema comenzó a sonar me di cuenta que algo andaba mal; a la altura del cuarto tema ya tenía la certeza de que el disco se había enfermado. No estaba rallado ni saltaba pero estaba enfermo. Cuando se lo comenté por teléfono a mi amiga Laura al otro día, me dijo que yo estaba delirando, que los discos no se enfermaban, que cómo podía decir una cosa semejante, luego cambiamos de tema y al final de la conversación volvió a arremeter aunque con un tono más conciliador. Que los discos no se enferman, que quizás era el paso del tiempo, que yo había cambiado, que discos que antes nos gustaban después nos parecen insípidos( sí usó la palabra insípido, los discos no se enferman pero resulta que pueden ser insípidos) y cerró la conversación preguntándome si no me interesaba el contacto de un lacaniano bastante bueno que había dejado muy contenta a su media hermana.
Esa misma noche me sentía caído y estornudaba sin cesar. Estaba aburrido así que probé nuevamente a ver qué ocurría si escuchaba el disco. Comenzó a dolerme la sien, me sentía cada vez peor, tanto que me tomé la temperatura y marcaba treinta y ocho. Yo también estaba a esa altura enfermo, pero era el disco, pero era aquella música, esas canciones las que nunca se iban a curar, las que tenían un cáncer terminal.