miércoles, 11 de marzo de 2009

El Estímulo


Las lluvias anunciadas por el pronóstico la noche anterior resultan ser un verdadero temporal con momentos de extremo frío y viento. Una pegajosa oscuridad invade las calles y las veredas cambian de color porque el agua las colorea. La gente se queda en sus casas y el museo sirve de refugio a los turistas que no se resignan a perder el día.
Adentro es otro planeta. La buena iluminación intensifica las paredes blancas, rebosa de gente que viste elegante; a medida que llegan se va quitando los abrigos. Una sonrisa gigante con perfectos dientes de ortodoncia recubre todo el lugar.
Germán camina lentamente tratando de no perderse nada. El museo es inmenso y están exhibidas obras de los más famosos artistas. Se siente bastante estimulado con la idea de recorrer sólo el museo. En general suele hacerlo con compañía y resulta engorroso porque los tiempos e intereses de cada persona son sustancialmente diferentes.
Bosteza dos veces profundamente pero no por cansancio o aburrimiento, es casi un mecanismo automático de su cuerpo, cuando está en los museos no puede evitar comenzar con los bostezos. Hay un bebedero al costado del baño. Purificarse tomando un poco de agua antes del recorrido es una buena idea, aparte desde chico siempre le encantó tomar agua de los bebederos en las heladerías.
Hay tanto para ver, muchos pisos, muestras permanentes y especiales, jardines internos, obras dentro y fuera del catálogo. Aprovechar la tarde embarcándose en una vital experiencia estética tiene total sentido.
Germán comienza observando los cuadros con paciencia de alumno, les dedica un buen rato a cada uno y se siente feliz de tener una observación tan disciplinada. Además se percibe a sí mismo como disfrutando, cosa que no le ocurre tan a menudo cuando trata de conectarse con el arte de museo. Más tarde empieza a saltear algunas secciones que no le interesan como las de jarrones antiguos y joyas medievales. Logra sustraerse del entorno de gente que habla fuerte y tan exitoso resulta su recorrido artístico que con las obras que más le gustan consigue establecer un diálogo largo y fluido.
Mientras cambia los ángulos de observación de una pintura de Kandinsky, recuerda la conversación que tuvo con el matemático en el borracho atardecer el domingo anterior. Era un tipo bastante raro que había conocido en el bar y que se presentaba como esteta de las matemáticas. “La matemática aplicada a la realidad no me interesa”, explicaba con seriedad mientras bebía un whisky tras otro. "Yo me manejo en altos planos de abstracción, tengo una búsqueda artística, estética con los números. Trabajo con la sombra de los números. Juego con ellos y en algún momento comienza la rebelión del número, la danza del número, la abertura infinita del número”
Los fragmentos de semejante discurso reaparecen en el museo, se le mezclan a Germán en su observación del Kandinsky y le disparan el pensamiento. Se pregunta por qué no dejar su vida profesional como contador. Por qué no sumergirse diariamente como el matemático en un inagotable sendero artístico. Lo está logrando ahora en el museo, ¿por qué no hacer de esta sensación una práctica cotidiana ? ¿ Si flotase más seguido en esos chicles bien rosas, casi fucsias? Por qué no bañarse con perfumes de menta, por qué no ir descubriendo una satisfacción libidinal a cada paso. Le dan ganas de treparse a árboles de eucalipto, aunque quizás no tengan ramas suficientemente fuertes como para sostenerlo, que sean de quebracho entonces los árboles que haya de trepar. Números seductores, palabras bailarinas y calzoncillos de fresa.
Hace largos minutos que los altoparlantes anuncian que el museo está por cerrar, todos hacen fila para recuperar el abrigo y salir. Ya no llueve tanto.
Pero sigue haciendo frío, Germán se detiene luego de hacer unos pasos en la calle a fin de colocarse el gorro de lana. Un mendigo se le acerca. Cuando parece que le va a pedir una moneda, pone una mano por dentro del pantalón y se agarra el genital mirando hacia arriba con ojos perdidos. Deja escapar un leve aullido.
La vereda se va llenando de gente que sale del museo. Se detienen a observar el número. El mendigo sigue aullando y agarrándose sus partes. Después de unos minutos de tensión, saca lentamente la mano del pantalón y se acaricia el rostro ensopado con agua de lluvia y suciedad. Termina el espectáculo de manera imprevista. Le da la espalda a Germán y al resto de la gente que se había acumulado; emprende una caminata rápida para cruzar la calle. El chofer de un auto que pasa tiene que pegar un volantazo para no atropellarlo, el mendigo parece no darse cuenta y prosigue su marcha encorvada.
Germán supone que en estos meses leerá algo de Borges. En algún que otro tiempo libre que le deje el trabajo, con tantos clientes nunca tiene tiempo para nada.

2 comentarios:

Unnamed sob dijo...

"aparte desde chico siempre le encantó tomar agua de los bebederos en las heladerías."
¡Qué tierno el nene!

Germán debería comprometerse un poco más y dejarse de joder.

Anónimo dijo...

todos somos un poco german a veces