lunes, 25 de mayo de 2009

Nunca Volviste Después de Castro

Nunca Volviste después de Castro.
Y no es que no lo sigas intentando. Los viejos amigos del barrio, esos que te escucharon gritando que ibas a jugar en la primera de Huracán pueden dar fe. En cada libro que releés, en los mates suaves que cebás desde la izquierda para que no se laven, en la forma que usás el cepillo de dientes como un frenético, hasta siete veces por día. Cuando la extrañás tanto que te dan ganas de llorar, entonces, salís a andar en bicicleta, pedaleás a toda velocidad hasta perderte y sólo te detenés al tropezar con alguna fábrica abandonada porque es el lugar perfecto para sentirte roto. Y entonces sí: las manos se adhieren a la cara y se lavan. Te pasa una, dos veces al año. Cuando terminás te sentís más cerca. Castro sobrevuela tu cabeza: la vida por algo, los gritos, su manera de acariciarte el cuello, los cánticos o un cuarto donde esconderse y pasar la noche a salvo.
Querés recuperar algo de Castro, lo simbólico al menos. No podés quedarte atado al poste del recuerdo, eso ya te lo dijo un pelado que casi termina psicología y te lo sabés de memoria.
La cátedra que nunca te dieron hubiera sido para ella. La posibilidad de recordarla dos veces por semana, hablar de corrido sin culpa, sobre ella, para ella, ya está, se diluyó, la llorás. Te pasa una, dos veces por año.
Nunca volviste después de Castro.
Ella no volvió y vos tampoco.
Los de la organización tardaron mucho en decírtelo, tenían miedo que te las tomes, que te vayas a México con tus hermanos. Tuve que ser yo en ese café quien te lo confirme. Vos lo intuías tanto que era como si ya lo supieras. Se notaba en la forma en que te tocabas las manos transpiradas. Me costó dos cortados arrancar a hablar pero te lo dije de un cachetazo. Después ya no había banda, orquesta ni músicos, nadie tenía nada para decir. Nos quedamos callados mirando el mantel y los sobrecitos de azúcar abiertos a la mitad.
Quisiste volver después de Castro. Pero querer y hacer a veces no se parecen en nada.
¿Qué opino yo del operativo Castro?
No caben dudas que teníamos audacia y una gran disposición a la lucha. El móvil de los supermercados era atraer con la exposición directa de la mercadería; entonces nosotros nos dejábamos atraer también, pero nos colocábamos entre la feroz vigilancia policial que había en Buenos Aires por esos días, como buenos compradores de supermercados. Eso no bastaba para garantizar potencia militar y de alguna manera a eso me refiero cuando digo que teníamos poca capacidad organizativa. Que la dejaron morir, que la expusieron demasiado. Castro era a priori un objetivo que superaba nuestra precariedad orgánica. Vos, ella, yo y todos los personajes de esa película demencial lo sabían. Te reprochás no habérselo dicho y esa es la sombra que le pega vueltas a tu figura atormentada. En el fondo sabés que advertirla no hubiera cambiado nada, ciertas palabras parecen ser la solución cuando pasa el tiempo. Vana ilusión. Tremenda pelotudez. Nos convencemos que no dijimos lo indicado en el momento clave y eso sirve de fármaco.
Para nosotros Castro fue el comienzo del fin, para vos fue el final. Seguiste adelante por inercia, impulso o lo que sea. Con Castro se fue ella, y vos no conseguiste regresar. Nunca saliste de esos cuartos donde nos escondíamos para pasar la noche, de los gritos, de creer con firmeza en un proyecto político, de su forma de acariciarte el cuello. De cuando le agarraban ganas inaguantables de comer uvas y vos las ibas a comprar feliz porque las iban a saborear juntos tirados en el piso entre beso y beso.
Ni una promesa de cátedra en la Facultad, las sesiones con el psiquiatra u otro café conmigo te cambian algo.
Castro no fue el primer operativo en comercios. Ya habíamos tenido Salimax y Budge con buenos resultados. Castro siempre había olido mal, la semana anterior nos atravesaba esa sensación de que no era el momento para hacerlo. Y no era miedo porque cagadísimos entre las patas estábamos siempre. Yo jamás conseguía dormir de corrido más de dos horas ni había viaje en colectivo en el que no viera servicios disfrazados. Pero en la previa de Castro sentía algo más. Una nausea, un aviso intestinal, una roca en el estómago que no podía digerir. Sólo después pude comprobar que a vos y al resto les pasaba algo parecido. Recién ahora lo interpretamos como una alarma que no escuchamos. Y no le echemos la culpa a la conducción ni a la militarización también de eso.
El problema es que vos creés que estuviste mal en no avisar que era un error y un riesgo injustificado que ella encabece columna. Pero qué sentido tiene seguir pensando en eso.
Menos sentido tiene que yo te pida que vuelvas a ser el de antes. Por ahora no podés volver de ese viento con polvo que es el pasado, que es Castro y toda aquello. Simplemente no podés. Me callo.

1 comentario:

juancho dijo...

Castro es un gran apellido.

Como se te ocurrio? Esa frase es excelente "nunca volviste despues de Casto". Magistral. Tipicamente Rosner.

Me callo

Pd: hubo taller monday? el que viene hay?