miércoles, 20 de julio de 2016

Es hora de buscar lo esencial.


Tengo un grupo de cinco amigos de muchos años con los que nos vemos mucho, pero es muy difícil que podamos coincidir todos. Siempre hay uno o dos que van rotando en sus ausencias. Cosas que pasan cuando se cumplen 30 años y tener tiempo es un anhelo que no sabemos cómo materializar.
Pero, hace un par de fines de semana, conseguimos reunir al grupo completo en la casa de La Garza. Se había comprado una licuadora zarpada así que el plan era hacerla explotar de ron y frutas. Después de unos tragos, fumamos y La Garza empezó a tocar Claro de Luna de Debussy. Armamos una ronda para disfrutarlo más y, cuando terminó, se armó un torneito de dardos.
Después, Capo (tenemos un amigo que se llama “capo” de apodo porque en una época se la pasaba diciendo “qué hacés capo, cómo andás capo”) propuso llevarnos a dar un par de vueltas en auto y de paso buscar algún lugar para cenar. Apuntamos para un bodegón que Diega conocía en Villa Devoto, Capo iba agarrando calles oscurecidas por copas de árboles y su Corsa planeaba como si fuera una golondrina aterrizando en una pileta.
Fuimos hablando de cosas que no duelen y, cuando llegamos, teníamos más ganas de irnos a la mierda y agarrar Panamericana que de sentarnos a morfar. Cada vez llama más la atención esa  expresión “irse a la mierda” cuando curiosamente la mierda es el lugar donde uno está.
Pero bajamos y nos ofrecieron un menú de 250 pesos por persona con picada libre. Los cinco somos muy distintos, sólo millones de coincidencias pueden explicar que hayamos terminado siendo amigos pero de golpe la amistad adquiere cierta lógica cuando en simultáneo, todos entendimos que ni en pedo nos quedábamos a cenar ahí. De la boca de Bily salió la frase de que era gran lugar pero para cenar dentro de treinta años. Regresamos al Corsa Golondrina.
Yo iba en el asiento de atrás, no me sentía tan entregado desde los viajes de pibe a Florianópolis con mis viejos en un Ford Escort sin aire acondicionado.
La calle Cuenca me enganchó con la mirada a través de la ventanilla, haciendo foco en par de familias que salían del cine de un shopping.  Si de uno a diez mis ganas de ser padre siempre oscilaron entre el cero y el uno, Cuenca había girado la manija del termostato a cinco, qué cinco.Sinceridad. Me agarraron unas ganas tremendas de tener ahí nomás a un pibito: llevarlo a ver películas y comprarle gaseosas.
Dimos un par de vueltas más hasta que apareció una parrilla que conocíamos pero había cuarenta minutos de espera. La Garza y Diega estaban en otra bancando mucho cómo había quedado el túnel de Constituyentes y proponían pasar por ahí antes de cualquier comida. Capo, que esa noche parecía haberlo entendido todo antes de que pase, ya había tocado el llavero del auto para hacer sonar la alarma que re abría las puertas del auto. Estábamos muy arriba, de afuera parecía que íbamos a Euro Disney.
No habían vendido humo, el túnel era imponente, tanto, que Diega arrancó con una cantito de cancha y desde el asiento de atrás todos aplaudímos.
A esa altura ya teníamos una lija importante y Capo anunció que estábamos cerca del Carlitos de Vicente Lòpez. De nuevo aplausos.Te voto para presidente, gritó emocionado Esti. La verdad que algo de razón tenía, no se si para presidente pero sí para intendente, o sea el tipo que interpreta las necesidades de un pueblo. Capo había demostrado estar atento a cada una de las cosas que íbamos necesitando en esa noche de verano. Estás chamánico, man le dije, atento como perro de campo. Se ve que lo hiperventilé de metáfora porque pensó que lo estaba descansado así que puso un pendrive en el estéreo e hizo sonar unas cumbias horrible a todo volumen.
Pedimos batatas fritas, papas fritas y un panqueque per cápita. En Carlitos los panqueques tienen nombres de famosos pero la moza se los sabía por número, esa virtud ya le pareció a La Garza motivo suficiente para tirarle onda. Le iba tirando números para que la mina diga los ingredientes de cada uno. Ella estaba divertidísima, es increíble  cómo cuando hay onda hay onda.
Hecho el pedido, conversamos re bien (si se me permite el verbo exagerado) de proyectos, de Messi y de minas hasta que empezamos con el tema de “la tòxica” que es la chica que sale con Diega y ahí medio que se pudrió.
Como en las cenas de noche buena algunas familias vedan la polìtica, nosotros deberíamos hacer lo mismo con la tóxica. Un poco  porque se genera mal clima y otro poco porque hay que ser oficialistas de las novias de los amigos hasta que ellos solitos las empiecen a putear.  Ahí sí uno puede panquequear y decirles que en realidad era una hija de puta que les hacía quilombo para jugar al fútbol los miércoles y que, en definitiva, no los dejaba ser felices.
Así que la cortamos y pedimos la ronda de panqueques de postre, yo compartí con Capo el 594 que era dulce de leche, bocha de helado de crema y nueces. Tranquera.  Y digo
“Tranquera” porque  esa noche estábamos  tratando de cambiar el “tranca” por “tranquera” y si bien es una causa perdida no la quiero entregar así nomás.
Me empezó a agarrar un sueño bárbaro y cuando capo me dejó en casa, el circulante de lípidos en sangre se transformó en un masazo que me tumbó hasta las doce del mediodía.
Cuando me levanté, sentí algo parecido a lo de esos farabutes que dicen que las cosas no terminan de pasarles hasta que van a terapia.
Desayuné sumergido en la incompletitud hasta que me decidí y mandé mensaje al grupo  de wsapp de los chicos: “ linda noche la de ayer, putos”, al toque la respuesta el de Esti: “ groso ver al team completo”.


Qué te pasa me preguntó el lunes Paula, por mensaje
Estoy medio bajo
Qué puedo hacer para que te sientas mejor
Rascarme la cabeza y dejar que te toque un poco el culo.
Nos encontramos en 10 en Plaza de Mayo?
Emoticones de los dos lados. qué bueno que laburamos cerca.


Cuando volvì a la oficina, le mandé que me había hecho bien verla, ella, ya tenía un audio suyo para escuchar.  
A la noche la pasé a buscar y caminamos por Villa Crespo, yo sólo necesitaba eso, que caminemos abrazados.
Eran como las once y media cuando frenamos en Angelito y comimos una milanesa a la napolitana con papas fritas.
Para vos Cuál es el peor castigo del mundo?
En qué sentido.
Cómo te vengarías de alguien que hizo algo malo?
Si fuera un fanático de los rolling stones, lo llevaría después del concierto y lo sentaría para que vea cómo desarman el escenario.
Paula, eligió este castigo:  estar en un boliche sin ganas.
Dimos una vuelta más hasta la esquina de Malabia y Corrientes. Había un local de venta de colchones todo vidriado con luces blancas muy encendidas,se veían como diez camas armadas con almohadoncitos y todo. No estaría bueno entrar una noche acá empepados y dormir en todas?
Cómo me gusta que sea tan drogadicta. Me encanta y me da pánico al mismo tiempo.


Me pregunto si tiene sentido escribir sobre estos temas.
Justo suena el teléfono, es mi abuela y pide una sóla cosa, me lo dice así, UNA SOLA COSA. Qué le compre el libro de enfermedades de Nelson Castro. Por qué querés ese, abu?
Porque me interesa, a quién no le interesa leer sobre enfermedades.
Los 30 vienen con un montón de preguntas, la vida sería más fácil si fuera como los formularios online que uno llena para agarrar wi fi gratis, esos donde uno pone nombre falso, y en el espacio de correo electrónico pija@pija.com.ar. Después navegar tranquilos. Navegar es preciso, vivir no tanto.
Para ganar pareciera que hay que estar dispuesto a bancarse perder. Aceptación paciencia y voluntad. Sobre todo paciencia que es la madre de la voluntad.
Darle a los miedos un abrazo como esos que se les da a una pareja por la que uno todavía siente un montón pero por alguna razón está cortando. Ese abrazo final, sentido, desgarrado. Pero que sirve. Para dejar y ser dejados.

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