jueves, 3 de noviembre de 2016




Por primera vez en la vida
me siento un tipo grande.
Los desconocidos no dudan
en llamarme de “usted”
y se pusieron de moda
esos pantalones a cuadros
que mi novia no me deja comprar.   
Una empleada doméstica
se pierde la oferta de  
cuatro mil pesos un sillón
por caminar mirando al piso.

El colectivo viene lleno
lo dejo pasar,
las pintadas del Partido Obrero
convocan a pelear contra los despidos.
Ayer,
la abuela me dijo
que con esa
fueron tres
las veces que me vio en el año,
que si se muere
no voy a poder
con la culpa.

Llega un 152 con lugar para ir sentado.
A media mañana,
todavía hay gente
yendo a trabajar:
un oficinista
le explica a otro qué es
el súper dulce de leche.

Camino por la calle Paraná
buscando precios
para estampar
la heladera de mi casa.
“No trabajamos ese escudo mugroso”, me dice el vendedor
cuando le consulto
por el de Boca.
“Podés preguntar en el local de enfrente”

Me alegra que me haya tuteado,
le digo que muy amable, cruzo
y me meto en ese negocio,
me recibe una chica linda
aunque con la cara
un tanto plana.
Me confirma que lo tienen
y que además ahí
le estamparon un frigobar
al Chelo Delgado.
El Chelo eligió
una foto con su señora
en la playa.
Parece que ahora
lo nombraron director
de un registro de la propiedad automotor.
La agradezco a la chica
por la información
y ella me deriva
con otros vendedores
para señar la compra.

Se hizo la hora del almuerzo.
En Pippo hay panera
un oasis en el medio
de la ru-cu-li-za-ción
de la ciudad.
Cuando voy al baño,
el mozo me intercepta
me pone contra la barra
y me susurra
que los que quieren decretar
el fin de las paneras
son de la misma mafia que distribuye
facturas con gusto a silla de jardín
en todas las estaciones de servicio.
Le prometo
que voy a andar
con cuidado.

Repitiendo el pesto, salgo.
Se nota que el invierno
va desarmando su feria.
En poco tiempo,
las calles con árboles
van a ser el vip de la ciudad.
Serán pocos los que sobrevivan.
Los que tengan fé en las cosas
tienen más chances
de no vivir rodeados
de repasadores que no secan.
La fé
es la confianza
en la eficacia de gestos rituales.
La fé
es la capacidad
de soportar la duda.

Y en Flores
ese corazón esotérico
de la patria escéptica
me dijeron:
que hay que ver al Cristo
detrás del asesino,
estrechar la mano bien firme
como los hombres de oficios.

Y dejar de decir “buen finde”
ese saludo
- ya está comprobado-
nos está llevando
viernes a viernes
directo
a una muerte en vida.


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