lunes, 18 de septiembre de 2017

Saladix


La fiesta de la música
perfecta
pero
que
se corta.


En cada bache,
la gente canta
y completa
la letra.


La bolsa
de hielo para el fernet
sobre la bacha
de la cocina
iluminada
por
azulejos
beige.
¿Sería capaz
de lidiar
con ese color
una tarde de lluvia?


Nos vamos
justo antes de que
el equipo de sonido
se termine de fundir.


Un taxi nos abandona porque
la empleada de la Shell
se toma su tiempo
para cobrar
las Saladix.


Encontramos otro
en la cuadra
del museo de Ciencias Naturales:
las sombras de los dinosaurios
nos habían inquietado.


Vamos a un telo
pero no hay lugar.
Nos bajamos del plan
y terminamos en casa.


Busco recrear la situación telar
pero Paula no me deja poner
Rod Stewart ni
encender un sahumerio.


“Además,
en los hoteles
están prohibidos los
inciensos”
No se de dónde lo sacó
pero es razonable.
Imaginamos la vida del
conserje
remixada por gemidos
de terceros
y sancionando
a quien
encienda
varietales de
palo santo.


¿Quiénes van a los telos?
Parejas estables o
sacerdotes con recaídas,
apicultores huérfanos
o gente de trampa,
peronistas gandhianos o
jóvenes que viven con sus padres,
espantapájaros de solárium
o citas
que
fueron bien.


A la mañana,
leo en el diario
que somos la primera generación
en la que niños,
abuelos
y perros
pueden tener el mismo nombre.


El saldo del fin de semana largo:
es un error
pensar
que
si equivocamos el camino
nos va a ir mal.

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