sábado, 22 de diciembre de 2007

Un florista profesional

Cuando evoco mi infancia y adolescencia surge con necesidad imperativa la figura del rengo García.
El rengo fue uno de los últimos floristas profesionales del barrio de Barracas. El tipo sabía como si hubiese ido a la facultad. Se decía que tanto conocimiento había sido adquirido por medio de un tío que vivió en el Amazonas; otra corriente se inclinaba por afirmar que había aprendido mucho de otro florista que tenía un puesto en la calle Punta Arenas y San Martín, en el barrio de la Paternal.
Lo cierto es que conocía mil variedades de flores y plantas: dónde crecían, cómo había que cuidarlas y qué historias había que contarles para mantenerlas alegres. Y no es que anduviese exhibiendo u ostentando todo saber, había que exprimirlo bastante para que te cuente los secretos de las flores. Mi vieja había estado meses para que el renguito accediera a contarle todo el asunto de las “Drosera Capensis”, una especie de planta carnívora.
Su humilde puesto estaba ubicado a un costado de la calle Montes de Oca, casi en la esquina llegando a California. García siempre lucía elegante y emanaba una aureola finamente acicalada. Sus camisas blancas con corbatas negras o verdes, verde madreselva según él y sus perennes mocasines completaban una personalidad que lo había constituido en uno de los ejes del barrio.
Algunas voces se animaban a vaticinar que una eventual partida del rengo hacia otra zona, significaría el fin de Barracas. Y no eran opiniones sin fundamentos: era bien recordada la feroz inundación de marzo del 55 coincidente con la ausencia del rengo que esa semana estaba en Colonia de Sacramento enterrando a un primo que había sido arrollado por un tren.
El rengo era muy gracioso, narrador conspicuo de chistes de gallegos y cebador popular de mates. Se había ganado el afecto de todo el barrio y su simpatía se extendía aún entre los curas y los inspectores municipales.
Andaba de buen humor, siempre con un buen piropo a mano para contentar tanto a bellas señoritas que andaban de paso como a las históricas solteronas de la cuadra. Vaya a saber uno si estas almas no se habrían suicidado de no contar con las diarias caricias retóricas del rengo García.
El renguito era quien nos daba a los muchachos del barrio el certificado de adultez. A eso de los doce o trece, dependiendo de cómo venía uno, el rengo te llevaba una noche a jugar al billar y a tomar cerveza. El hecho constituía todo un rito iniciático y marcaba un verdadero antes-y-después en la vida de quien atravesaba dicho acontecimiento.
Es el día de hoy que se me pone la piel de gallina cuando me acuerdo de la vez que me tocó a mí
El rengo me avisó el domingo a la salida de misa que el martes siguiente sería mi turno. Yo estaba hablando en las escalerillas con Rosario, una compañerita del colegio, sin animarme a expresarle mi amor, cuando García apoyó su mano en mi espalda y me llevó hacia un costado para decirme que el martes lo pasase a buscar a las nueve en punto por el puesto. Esa noche dormí poco y en la de lunes me fue directamente imposible conciliar el sueño.
Si bien no me acuerdo de aquel día en su totalidad, hay escenas de aquel suceso trascendental que resultan nítidas y han resistido firmes al paso de los años.
Recuerdo cinematográficamente el ambiente: era época de alguna dictadura militar poco elegante y la policía entraba en los bares buscando gente; aquella noche no fue la excepción. El rengo diciendo:_ al pendejo no lo jodan que está conmigo! Aquella frase congelada saliendo de su boca y la tranquilidad que me dio porque yo estaba cagado, re cagado, para ser sincero. Me imaginaba la cara de mi viejo cuando la llamasen de la comisaría diciendo que me habían detenido en el bar de los borrachos de Lezama y la paliza que con toda justicia me encajaría después.
Los policías se llevaron a un par de borrachos a las patadas, uno de los uniformados se despidió haciéndole al rengo un encargo de flores para un casamiento y a mí ni me miraron.
Al otro día me sentía distinto, grande y hasta forzudo. Después del colegio, ayudé al viejo un rato en la sastrería y cuando me echó flit, pasé por lo de Rosario y me animé a tocarle el timbre. Mi primer beso fue entonces la tarde posterior a la ceremonia iniciática junto al rengo. Al Rengo García, uno de los últimos floristas profesionales en todo el barrio de Barracas.

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